BUENOS AIRES RECORRIDOS PORTEñOS
Un paseo en autobús por la historia de la vida de Carlos Gardel y Jorge Luis Borges, en un itinerario por las casas que habitaron y los lugares que frecuentaron. Al compás del 2 x 4, las fachadas fileteadas y los murales tangueros del barrio del Abasto. Y entre recitados y lecturas, una aproximación al mundo borgeano.
› Por Julián Varsavsky
Sólo para tangueros El paseo
por la historia de Gardel comienza en la calle Carlos Pellegrini frente al porteñísimo
Obelisco. El micro va rumbo a la Chacarita para visitar la tumba de Gardel,
quien fue velado en el Luna Park en 1936 y llevado en procesión a contramano
por la calle Corrientes hasta el cementerio. Desde allí, el recorrido
pasa por lugares emblemáticos de la historia de Gardel, como el Hipódromo
de Palermo y el Palais de Glace.
La música está presente a lo largo de todo el viaje. Por momentos
el guía se atreve a cantar a capella Por una cabeza, y el público
se suma sin pensarlo para formar un coro de tango. Cuando la participativa audiencia
requiere música que acompañe las canciones, se coloca un CD que
oficia de batuta para ordenar el coro.
El segundo destino es el barrio del Abasto, donde se visita la “casa chorizo”
de la calle Jean Jaurés 735 que habitó Gardel con su madre entre
1927 y 1933. La casa, reacondicionada tal como era originalmente, es hoy la
sede del Museo Carlos Gardel, decorado con fotos gigantes del Zorzal.
Durante el paseo por este barrio, el guía relata los amores de Gardel
y cuenta la historia de aquella bala que una vez se le alojó en el pulmón
y nunca pudieron extraerle.
En el pasaje Carlos Gardel –donde hay una estatua de bronce del Troesma–,
los fines de semana suele haber shows callejeros de tango y venta de libros,
partituras, discos y artesanías fileteadas. En la esquina del pasaje
Carlos Gardel y Anchorena estaba el bodegón y hotel Chanta Cuatro, donde
el Zorzal Criollo solía reunirse con sus amigos. Allí se realiza
actualmente un show para turistas llamado Esquina Carlos Gardel. Y a unos metros,
en la esquina de Agüero y Humahuaca, estaba el bar O’Rondeman –hoy
una casona abandonada y en ruinas– donde Gardel fue contratado para cantar
en 1910.
El Abasto está viviendo un incipiente proceso de reconversión
barrial hacia una estética tanguera. El eje de este cambio son los murales
callejeros que está pintando el artista Marino Santamaría en el
frente de muchas casas. Con este trabajo de arte público –como
lo denomina su autor– se espera que algún día las orquestas
brinden conciertos callejeros leyendo las partituras pintadas en las paredes.
Junto a los pentagramas con sus fusas y corcheas hay ocho imágenes gigantes
del llamado Gardel-Pop creado por Santamaría. Cada vez son más
las fachadas que el artista va pintando con motivos musicales, cubriendo incluso
las paredes de viejos depósitos y casas en mal estado de conservación.
La mayor parte de las obras están alrededor del antiguo mercado del Abasto,
sobre las calles Zelaya y Anchorena.
En la zona también se puede ver el portón de una herrería
con el reborde pintado con fileteados, ese arte popular porteño que combina
detalles del rococó francés, arabescos y motivos de la gótica
alemana, que servía para ornamentar los vehículos a comienzos
del siglo XX. Para impulsar el desarrollo del arte del fileteado porteño,
el Museo Casa Carlos Gardel organizó a comienzos de este año un
concurso que premiaba a la mejor fachada pintada con ese estilo. Como resultado,
varias casas fueron totalmente cubiertas con los barroquismos del fileteado,
dando inicio a un proceso de rescate de identidades populares que sin duda contribuirá
a consolidar los atractivos de la ciudad.
Laberintos porteños La excursión
que se realiza por el circuito turístico dedicado a Jorge Luis Borges
es en los hechos una especie de recital de poesía en diversos escenarios
de la vida del escritor. El “ritual” borgeano comienza en la casa
natal del poeta, ubicada en Tucumán 840, donde hay un centro cultural
que no tiene que ver con él.
El micro va rumbo al sur, hacia la vieja Facultad de Filosofía y Letras
de la calle Viamonte, donde Borges dictaba su cátedra de literatura inglesa.
Luego de pasar frente a la antigua Biblioteca Nacional de la calle México
al 500 -Borges fue uno de sus tres directores ciegos, junto con José
Mármol y Paul Groussac–, se visita la manzana comprendida entre
las calles Guatemala, Serrano, Paraguay y Gurruchaga, lugar de la “Fundación
mítica de Buenos Aires”. El guía explica que en una casa
de la calle Serrano creció Borges, inmerso en un mundo de dos lenguas:
el castellano y el inglés de su abuela. Allí escuchaba los relatos
de antiguos episodios militares en los que participó su abuelo y que
inspiraron algunos de sus poemas.
El zoológico de Buenos Aires es la siguiente parada de la excursión.
Cuando era chico, Borges iba al zoo y se quedaba frente a la jaula de los tigres,
observando la fiereza contenida del animal. Allí, el guía levanta
la voz y recita El Oro de los Tigres:
“Hasta la hora del ocaso amarillo
cuántas veces habré mirado
al poderoso tigre de Bengala
ir y venir por el predestinado camino
detrás de los barrotes de hierro
sin sospechar que era su cárcel.”
Una vez roto el hielo, los excursionistas también sacan sus poemas escondidos y recitan para los demás. Rápidamente se descubre que la mayoría son admiradores del escritor. En ciertas ocasiones, también se recorre el Jardín Japonés, donde el aire se llena de haikus:
“¿Es un imperio esa luz que se apaga,
o una luciérnaga?”
En la calle Laprida 1214 se visita la Casa de Xul Solar, que
ofrece un acercamiento pictórico al mundo borgeano. Este excéntrico
pintor, astrólogo e inventor de lenguajes ocultistas y de un ajedrez
de 48 piezas, era admirado por Borges. Aquí se exhiben cuadros del pintor
y una carta natal que le hizo a su amigo escritor: “Por esa escalera he
subido un número hoy secreto de veces; arriba me esperaba Xul Solar...
Más importante es otra conjunción: la de muchos idiomas y religiones,
y al parecer de todas las estrellas, ya que era astrólogo... Había
inventado dos idiomas... y el panjuego. Cada vez que me lo explicaba, sentía
que era demasiado elemental y lo enriquecía de nuevas ramificaciones,
de suerte que nunca lo aprendí”.
La Iglesia Ortodoxa Griega de la calle Julián Alvarez al 1036 era uno
de los rincones favoritos de Borges en Buenos Aires. En la década del
60 solía visitar este templo de la mano de María Kodama para escuchar
música y asistir a rituales religiosos.
“Mientras dure esta música
seremos dignos del amor de Helena de Troya.
Mientras dure esta música
seremos dignos de haber muerto en Arbela.
Mientras dure esta música
creeremos en el libre albedrío
esa ilusión de cada instante
seremos la palabra y la espada
...Mientras dure esta música
mereceremos haber visto, desde una cumbre,
la tierra prometida.”
El último punto del paseo es la visita a la Fundación Borges –Anchorena 1660–, ubicada en una casona neocolonial con columnas salomónicas que alberga la posesión más sagrada para Borges: su biblioteca con los libros de su último departamento en la calle Maipú. Además se exhibe una serie de objetos que lo acompañaron en su vida y son parte de su literatura: talismanes, cuadros y una colección de bastones artesanales de todo el mundo. En el fondo de la Fundación hay una medianera que da a una casa que Borges habitó entre 1938 y 1943, donde escribió Las ruinas circulares.
“Nadie sabe de qué mañana el mármol
es la llave.”
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