ALEMANIA LA CIUDAD DE HAMBURGO
Las sirenas de los barcos y el grito de las gaviotas se confunden con el eco de aquellas primeras canciones de los Beatles que aún se filtran por entre las grúas, los muelles y los astilleros del puerto de Hamburgo. Un recorrido por la segunda ciudad más grande de Alemania, donde el famoso grupo de Liverpool vivió una frenética experiencia musical a comienzos de los ‘60.
Desde el pequeño escenario, los cinco integrantes de la banda, con sus
ojos aún adolescentes y sin dejar de tocar una nota, miraban atónitos
cómo volaban por el aire mesas, sillas, botellas y hasta... personas.
Sólo para ellos, recién llegados a St. Pauli, el barrio de los
clubes nocturnos de Hamburgo, esas trifulcas significaban algo fuera de lo común.
Para el resto de los habitués de aquellos burdeles y salas de strip-tease
–marineros, proxenetas, matones, vendedores de drogas o simplemente bebedores
empedernidos– eran moneda corriente.
Las repetidas escenas que se sucedían a mediados de 1960 sobre y alrededor
de la calle principal del distrito, la Reeperbahn, tenían como banda
de sonido un ruidoso rock’n’roll ejecutado por varios grupos ingleses
que llegaban a esta ciudad para difundir su música y ganar cierta fama
saliendo de los pequeños circuitos en los que tocaban en Inglaterra.
Uno se llamaba The Beatles. Todavía sin Ringo Starr –que también
deambulaba por St. Pauli junto a Rory Storme and The Hurricanes– y con
Pete Best a la batería y Stu Sutcliffe al bajo, debutaron en agosto de
aquel año en el Indra Club, un sombrío tugurio en el que por contrato
debían tocar cinco horas los días de semana y seis los sábados
y domingos. Con la ayuda del alcohol y las primeras anfetaminas, la banda fue
aprendiendo el oficio y no tardaron en pasar al más prestigioso Kaiserkeller
y de allí al Top Ten hasta, finalmente, instalarse en el Star Club. Fueron
en total cinco giras y 800 horas de escenario, una frenética experiencia
que culminó a fines de diciembre de 1962. “Si bien me crié
en Liverpool, fue en Hamburgo donde verdaderamente crecí, en todos los
sentidos”, afirmaba John Lennon. Es que Hamburgo significó para
Los Beatles la maduración definitiva como músicos y como hombres.
Fue allí donde forjaron su temperamento para siempre y tuvieron, además,
su primer trabajo en un estudio de grabación acompañando al entonces
afamado Tony Sheridan.
Elegancia europea Situada en la confluencia
de los ríos Elba y Alster, a 100 kilómetros del Mar del Norte,
Hamburgo fue desde la Edad Media uno de los puertos más importantes de
Europa, por el cual entraban y salían cereales, pieles, telas, maderas,
especias y metales. Después del descubrimiento de América, la
actividad de importación creció considerablemente y generó
un intenso movimiento que desbordó la capacidad de su estación
portuaria. Por eso, ya entrado el siglo XIX, sus autoridades se vieron obligadas
a ampliar la infraestructura y fue así como se construyó la Speicherstadt,
o ciudad de los Almacenes. Hoy, con 1,7 millón de habitantes, Hamburgo
es la segunda ciudad más grande de Alemania, después de Berlín,
y su pujante presente demuestra el esfuerzo realizado en su reconstrucción
después de haber quedado prácticamente destruida por los bombardeos
durante la Segunda Guerra Mundial. En el aspecto político, tiene la singularidad
de ser la última de las ciudades estado europeas, razón por la
cual se rige a sí misma desde hace siglos y es sede de más de
90 consulados internacionales. Otra característica de Hamburgo es ser
un destacado centro universitario, con más de 60.000 estudiantes repartidos
en sus tres entidades de educación terciaria.
La ciudad se distingue por tener antiguas iglesias y palacios, grandes avenidas,
calles distinguidas, centros comerciales, cafés, edificios del siglo
XIX, y abundancia de áreas verdes. Además, en pleno centro está
el lago Alster, donde se pueden practicar deportes náuticos como remo,
canoa y vela y recorrer sus canales en barcos de vapor. Gracias a estos itinerarios
se descubren más de 2000 puentes y los cuidados y floridos jardines traseros
de las distintas villas o barrios, los modernos edificios construidos en las
orillas y la vista del gran símbolo de esta moderna urbe europea: la
iglesia de St. Michaelis, cuya torre de 132 metros sirve como punto de orientación
para los turistas.
Alrededor del lago Alster se desarrolla la vida cotidiana de los habitantes
de Hamburgo, que aprovechan sus ratos libres para visitar las galerías
de arte, los más de 50 museos públicos y privados, los teatros,
la Opera y los centros comerciales. Lo hacen, casi siempre, trasladándose
de un lugar a otro en bicicleta, medio de transporte que dispone de sendas especiales
y semáforos propios en muchos casos.
Un puerto al mundo Desde los gigantescos
depósitos portuarios llegan al centro de la ciudad los aromas del café
y las exóticas especies. Más de 15.000 barcos transitan por el
puerto de Hamburgo a lo largo del año y las mercancías que se
reciben –aproximadamente 80 millones de toneladas anuales– son transportadas
desde aquí a cientos de destinos de Europa y Asia.
Para conocer el movimiento del puerto y tomar conciencia de su enorme importancia,
lo mejor es navegar por sus alrededores en pequeños barcos. Uno de los
lugares que se visita es la Ciudad de los Almacenes, el complejo de almacenaje
más grande del mundo, que ocupa 373.000 metros cuadrados. Y en la zona
vieja del puerto, donde está el mercado de pescado de Altona (abierto
sólo los domingos entre las 5 y las 10 de la mañana) es posible
comprar todo tipo de pescado, además de desayunar con shows de música
en vivo.
Todos los años, entre el 9 y el 11 de mayo, se festeja el Cumpleaños
del Puerto, evento que durante sus tres jornadas convoca a más de un
millón de personas. Se trata de una verdadera fiesta que incluye el desfile
por el Elba de cien embarcaciones y la realización de diversos shows
y espectáculos musicales en los muelles, donde también se montan
puestos de comida para que el público saboree exquisitos manjares tradicionales.
Desde Hamburgo también se pueden hacer paseos turísticos a sitios
cercanos como la antigua ciudad de Glückstadt, a la que se llega navegando
el río Elba. Fundada en 1617 por el rey danés
Christian IV, posee un casco histórico cuya arquitectura remite al renacentismo
italiano. También en catamarán se puede ir hasta Helgoland, que
es la única isla alemana en alta mar, donde hay un centro de investigación
biológica con un acuario de agua de mar muy atractivo para grandes y
chicos. Y a sólo media hora de viaje en auto se llega a Lüneburg,
una ciudad que ha preservado su casco medieval y una interesante arquitectura
de ladrillo. Otras opciones son visitar el área de cultivo de fruta Altes
Land –con sus antiguas casas rurales y sus más de 3 millones de
árboles frutales entre fines de abril y comienzos de mayo–, los
lagos de las ciudades de Holstein y Mecklemburgo y, por supuesto, las playas
del mar del Norte y el mar Báltico.
Ecos en la niebla Las sirenas de los barcos y el grito de las gaviotas se confunden con el eco de aquellas primeras canciones de rock que aún se filtran por entre las grúas, los muelles y los astilleros. Por las noches, los neones continúan brillando en la Reeperbahn, la legendaria “calle del pecado” donde siguen existiendo bares eróticos, cines porno, restaurantes y sitios de teatro y música pero ya sin aquellas tremendas riñas que asombraban a los muchachos de Liverpool. Aquellos muchachos que, pocos años después, provocarían el cambio cultural más importante del siglo XX. Y que pasaron por Hamburgo como uno de esos barcos que llegan y se van entre la niebla del tiempo.
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