PERU FIESTA EN PAUCARTAMBO
La Mamacha Carmen
Todos los años, entre el 15 y el 18 de julio, se celebra en el pueblo cusqueño de Paucartambo una colorida fiesta religiosa en homenaje a la Virgen del Carmen, llena de sincretismo y una compleja historia de choques y asimilaciones culturales entre indígenas y españoles.
Por Julián Varsavsky
Cada 15 de julio, un grupo de catorce comparsas ingresa al pueblo cusqueño de Paucartambo haciendo mucho ruido. Al frente va en andas la Virgen del Carmen –la Mamacha Carmen–, a la sombra de un parasol con plumas de guacamaya. Está vestida de reina, con su corona de oro y piedras preciosas, y lleva al Niño Jesús en el brazo izquierdo mientras la protege una corte de querubines de madera a su alrededor. Desde los balcones y techos de las casas coloniales aparecen y desaparecen unos diablillos de nombre sajra que subvierten el orden, provocando a la inmutable patrona de mirada fija y al frente.
Diversos grupos indígenas provenientes de comunidades campesinas de la región aportan colorido a la fiesta ataviados con sus trajes tradicionales, mientras aprovechan para intercambiar productos en la feria. La Mamacha Carmen se festeja en todo el Perú por ser la patrona de los mestizos, pero es especialmente en Paucartambo donde la fiesta alcanza su mayor colorido y popularidad.
COMENZO LA FIESTA A las siete de la mañana del 15 de julio de cada año culminan las últimas misas del novenario delante de la virgen. Al mediodía, el prioste –mayordomo de la cofradía religiosa y de la fiesta– da inicio a la celebración haciendo estallar un cohete. Desde los cerros adyacentes le responden con otros cohetazos, campanadas y una “diana” a cargo de un conjunto musical en la puerta de la iglesia. De inmediato ingresan a la Plaza de Armas las comparsas con sus bandas de músicos, ensayando sofisticadas coreografías y bufonadas que se repetirán a lo largo de los cuatro días.
Por la noche, el prioste enciende en la plaza la primera de las fogatas de paja seca que arderán por todas las calles de Paucartambo llamadas qonoy (representan el purgatorio). Cerca de la medianoche, el prioste ofrece una serenata a la Virgen acompañado por sus músicos, y cuando parece que todo ha terminado, la fiesta se reaviva y siguen los bailes, los fuegos artificiales y los cantos en quechua hasta la madrugada.
El 16 de julio es el día central de la celebración. A las 5 de la mañana se ofrece en el templo la “misa de aurora” ante una multitud, y unas horas más tarde los bailes comienzan en el mismo atrio de la iglesia para entonces desperdigarse por las calles del pueblo.
Alrededor del mediodía todos confluyen otra vez en la Plaza de Armas y participan del tradicional “bosque”, con algunos disfrazados arrojando desde un balcón cantidades de frutas, juguetes y muebles en miniatura que son disputados por el público. Y de inmediato sucede el ritual de los “once”, cuando el prioste distribuye entre los integrantes más importantes de las comparsas once panecillos de diferentes tipos y sabores, un acontecimiento de peso en toda la fiesta. A las tres de la tarde ocurre la primera procesión de la Mamacha Carmen por las calles, con la gente lanzándole pétalos de flores.
El 17 de julio por la mañana se celebran misas especiales de bendición para los conjuntos de danza, que ingresan al templo con las máscaras y sombreros en la mano en señal de reverencia. El siguiente destino de los danzantes es el cementerio para rendirles homenaje a familiares y viejos integrantes de las comparsas entre emotivas lágrimas. Pero más asombroso aún es el siguiente destino: la cárcel. Allí dedican una coreografía para los presos, demostrando su fraternidad con los enclaustrados.
Por la tarde comienza la segunda procesión de la Virgen, que visita el colonial Puente Carlos III para que kollas y negros le reciten sus cantos.
RECUERDO DEL INCA En las comparsas todos van disfrazados y enmascarados, y un aura poética de teatralidad se reproduce a lo largo de la fiesta. Unejemplo es la representación de una batalla ritual entre las comparsas qhapaq qolla contra la qhapaq chuncho, un acto que alude a las antiguas disputas territoriales entre los grupos étnicos del Antisuyo y el Collasuyo. Un evidente sincretismo, con su carga de contradicciones, estalla a cada instante con los fuegos artificiales. Se suceden misas católicas en medio de rituales y música indígena, y contradanzas afrancesadas que se mezclan con singulares sátiras de corridas de toros. Los ruidosos sicllas –que se burlan de la justicia–, los “doctocitos”, los huaca-huaca y los sajras ejecutan gimnásticas acrobacias luciendo sus coloridos trajes con reminiscencias incas.
Se cree que el culto a la Virgen del Carmen comenzó en el siglo XVII, cuando los habitantes kollas del Altiplano llegaban arreando manadas de llamas y atravesaban Paucartambo y Kcosóipata con fines de intercambio comercial. Concretamente, la celebración fue introducida por religiosos españoles en el año 1662. Hoy en día llega público de todo tipo: desde paucartambinos emigrados que regresan atraídos por la nostalgia, turistas nacionales y extranjeros que registran todo en video, periodistas y hasta antropólogos sociales.
En la fiesta –por supuesto– participa el poder político, que se hace presente en la misa de la Virgen del Carmen y luego se reúne para saborear los mismos platos típicos que se consiguen en la feria: pachamanca, solterito de habas, cuy asado y la deliciosa quinua atamalada.
El último día es el 18 de julio, cuando los notables del pueblo y la feligresía sacan en andas a la virgen y se realiza el “oqaricuy”, que es una presentación de niños y adolescentes con sus respectivos padrinos para ser bendecidos por el sacerdote de la iglesia. Y luego siguen los bailes por todo el pueblo, al ritmo de los huaynos paucartambinos. Todo termina al día siguiente, con su correspondiente cuota de tristeza, cuando el prioste y un grupo selecto de familiares y amigos de los organizadores de la fiesta entronizan a la Virgen en su altar hasta el año siguiente.
Subnotas