Domingo, 29 de agosto de 2004 | Hoy
PARIS - EL FAMOSO HOTEL DE PLACE VêNDOME
Inaugurado el 1 de junio de 1898, el hotel Ritz fue desde el primer día la gran sensación del París de esa época. Y su prestigio, que creció a lo largo de los años y se extendió por todo el mundo, se abonó también por los ilustres huéspedes que frecuentaron sus suites y sus bares. Entre ellos, escritores como Ernest Hemingway, para quien un barman del hotel mezcló vodka y jugo de tomate, e inventó el Bloody Mary.
El joven corresponsal de
prensa, de sólo 22 años, había
llegado a París en 1921 y pasaba sus días alternando el trabajo
periodístico para un diario canadiense con la escritura de sus primeros
cuentos. Y hacía sus tareas tanto en su hogar –una habitación
del hotel donde había muerto Paul Verlaine, que compartía con
su mujer y su pequeño hijo– como en distintos cafés, entre
ellos el Closerie des Lilas y el legendario Le Dôme. Cuando tenía
tiempo libre, recorría minuciosamente la ciudad, frecuentaba la librería
Shakespeare and Company, leía en las plazas, iba al hipódromo
y se pasaba horas observando a los pescadores debajo de los puentes del Sena.
Pero, además, ya había trabado amistad con importantes escritores
como Gertrude Stein y James Joyce –con los que disfrutaba de extensas
charlas literarias– y con Ezra Pound, con quien jugaba al tenis y además
le enseñaba boxeo.
Vivía en un barrio humilde y, aunque ganaba lo suficiente para vivir
sin apuros, no podía darse grandes lujos. Por eso, la primera vez que
entró al majestuoso Ritz fue por gentileza de su amigo, el ya exitoso
Scott Fitzgerald que, por aquella época, se hospedaba en los más
lujosos hoteles de Europa junto a su mujer Zelda. El invitado quedó tan
deslumbrado con el bar del hotel que, más de una vez, se salteaba los
almuerzos con el fin de ahorrar para poder ir allí a beber una copa.
Años más tarde, hacia fines de la década del 20, cuando
ya Ernest Hemingway había publicado las novelas Aguas primaverales,
Fiesta y Adiós a las armas, se transformó en un feliz habitué de
aquel mágico lugar que hoy lleva su nombre y donde hay un busto de bronce
con su rostro. El homenaje no sólo se debe a su constante presencia
sino también a un confuso acontecimiento que muchos biógrafos
dan como auténtico: Hemingway fue quien liberó al hotel –y
al bar– de las fuerzas alemanas que, desde 1940 y hasta agosto de 1944,
lo habían ocupado. Cuenta la leyenda que el escritor llegó cuando
los alemanes ya lo estaban abandonando pero que fue él mismo quien echó de
la suite Imperial al representante nazi. Acto seguido, bajó al bar y
pidió martinis para sus 75 compañeros de gesta. El Bar Hemingway –también
frecuentado por nuestro Osvaldo Soriano durante su exilio– es un deslumbrante
sitio en el cual los huéspedes tienen a disposición los mejores
tragos del mundo. Aquí, cada barman es considerado un verdadero mago
del arte de mezclar bebidas y crear sabores y, como antecedente de esto, vale
mencionar la invención del Bloody Mary, esa perfecta combinación
de vodka y jugo de tomate que le crearon exclusivamente a Hemingway para que
Mary, su cuarta mujer, no se diera cuenta de que el escritor, otra vez, había
estado bebiendo alcohol.
El arte de tener estilo
Fundado
en 1898 por el suizo César Ritz, este
suntuoso establecimiento fue inaugurado el 1 de junio de ese año y,
desde el primer día, se convirtió en la gran sensación
de París, convocando a lo más exclusivo de la sociedad francesa
y europea. “¿Te gustaría una joya de Cartier?” “No,
prefiero una fiesta en el Ritz”, priorizaban muchas mujeres de aquella época.
Ubicada en el 15 de Place Vêndome –en lo que había sido
una suntuosa mansión del siglo XVIII, muy cercana a las más
famosas casas de diseño de moda–, la propiedad cuenta con 162
habitaciones, 55 apartamentos y 11 suites, todas con magníficas vistas
de distintos puntos parisinos. La mencionada suite Imperial –cuya cama
principal es una réplica de la utilizada por María Antonieta
en el Palacio de Versalles– ha albergado a reyes y famosos como Eduardo
VI de Inglaterra, Alfonso XIII de España, Woody Allen o Sir Elton
John, entre otros. Claro que la lista de huéspedes ilustres es interminable
y, por sólo
nombrar a algunos, incluye a Charlie Chaplin, Eva Perón, Winston Churchill,
Marlene Dietrich, Orson Welles, Greta Garbo, Oscar Wilde, André Malraux,
Graham Green, Truman Capote, Jean Cocteau –siempre a punto de ser echado
debido a sus incómodas conductas–, Jean Paul Sartre, Simone
de Beauvoir y J. D. Salinger. Entre los huéspedes escritores, y al
igual que Hemingway, tuvo un lugar especial Marcel Proust, para quien el
Ritz fue un auténtico refugio espiritual antes del fin de su vida,
a tal punto que en una de sus biografías se apunta: “Escribía
en su casa, pero prácticamente vivía en el Ritz”. Él,
por su parte, afirmaba: “Aquí es el único lugar donde
me siento en paz”. El autor inició su relación con el
hotel la noche misma de su inauguración. La esposa de César
Ritz escribió en
sus memorias: “Allí estaba Marcel Proust, oscuro y nervioso,
procurando trabar contacto con alguna persona importante”. Pero durante
esos años
nadie reparaba en él y, cuando en 1913 apareció en las librerías
En busca del tiempo perdido, ninguno de aquellos hombres y mujeres de la
alta burguesía podía creer que se tratara de “aquel tímido
hombre gris”. Años después, en 1920, aquel gran ignorado
convertido en genio –que hoy le da nombre a una de las suites más
elegantes– brindó en el hotel una memorable cena para amigos
con el fin de celebrar la obtención del premio literario Goncourt.
Famoso también por su hipocondría, ordenaba cerrar todas las
puertas y ventanas cercanas a su cuarto por el terror que les tenía
a las corrientes de aire que despertaban sus alergias y su asma. En 1922, un
rato antes de su muerte, Proust le pidió a su chofer que fuera al Ritz
a comprarle una cerveza helada del bar, ya ésta que había sido
su bebida preferida durante años. Fue su último deseo, que
pudo cumplir antes de perderse en la eternidad.
El hogar de la elegancia
En
aquellas noches de 1970, los desconcertados empleados del hotel no podían
creer lo que veían: la anciana de delgada
silueta recorría en pijamas los pasillos del hotel, presa de un rotundo
sonambulismo. Pero, antes de que dijeran algo, Charles Ritz (hijo del fundador)
aparecía en escena y advertía: “No la despierten. Esta
mujer se ha ganado nuestro respeto, esta mujer es un monumento”. Así comenzaron
a transcurrir los últimos meses de Coco Chanel en el Ritz, que fue
su hogar desde 1934, año cumbre de su fama. Gracias a la entrada lateral
del hotel –sobre la rue de Camboy– sólo debía cruzar
la calle para estar en su taller. En el Ritz, la genial creadora llegó a
ocupar dos habitaciones y, ya en el ocaso de su vida, y con 87 años,
sólo se abandonaba a los buenos recuerdos cenando sola y detrás
de un biombo en el restaurante Espadón o manteniendo extensas charlas
con los ascensoristas, a quienes les dejaba desproporcionadas propinas. Murió en
su cuarto el 10 de enero de 1971, y por su expreso pedido fue velada en el
hotel con la sola presencia de sus pocos familiares.
Un paraíso en París
Decretado
Monumento Histórico de
Francia, el Ritz es uno de los hoteles más aristocráticos y
prestigiosos del mundo, pleno de esplendor y de mística. Un lugar
que llevó a
Hemingway a escribir: “Cuando sueño con el más allá,
con el Paraíso, la escena siempre transcurre en el Ritz”. Y,
en esa escena, es inevitable incluir la “vida loca” de Scott
y Zelda Fitzgerald, las jarras de cerveza de Marcel Proust, la elegante silueta
de Coco Chanel y, por qué no, los inolvidables monólogos de
caños
y gambetas de Osvaldo Soriano.
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