turismo

Domingo, 3 de octubre de 2004

TURISMO RURAL - AL CAMPO CON LOS CHICOS

Los gauchitos se divierten

En la provincia de Buenos Aires existen varios establecimientos rurales que ofrecen actividades ligadas a la cultura del campo, pensadas para que los pibes las conozcan y las disfruten junto con sus padres o en grupos de colegio. Entre risas y sorpresas, chicos y grandes aprenden a ordeñar y vacunar una vaca, jugar al sapo y a la taba, andar a caballo y también preparar queso y pan casero.

 Por Julián Varsavsky

Para muchos pibes de la ciudad, la mayoría de los alimentos que consumen en su vida cotidiana tiene su origen en el supermercado. Desconocen su historia, su composición, el método de preparación, y desconocen incluso el verdadero sabor del queso, el pan y el dulce de leche, que resulta más sabroso cuando se elabora artesanalmente. En la provincia de Buenos Aires existen varios establecimientos –cada uno con su propio perfil– donde los chicos viven estas experiencias tan simples y al mismo tiempo tan extrañas y emotivas como sorprendentes descubrimientos.

La Catita
Desde hace 9 años la estancia La Catita –ubicada a 4 kilómetros del pueblo bonaerense de La Niña– se ha dedicado al turismo educativo y rural orientado hacia grupos de colegio. Su dueño es Ricardo Gallo Llorente, un médico pediatra que alterna el hospital público con sus actividades en el campo que heredó de su padre, donde eligió vivir con su esposa y sus hijos.
La propuesta en La Catita es que el niño de la ciudad se sumerja en el mundo del campo. En primer lugar les enseñan rudimentos de meteorología para que puedan medir la humedad y reconozcan los períodos climáticos. Luego van a trabajar a una manga donde aprenden a desparasitar una vaca y realizan inseminación artificial. Pero lo que más les interesa a los chicos es visitar la casa del apicultor Marcelo Chela en el pueblo de La Niña. Allí los visten con un traje contra las picaduras y sacian así su curiosidad hurgando en el panal hasta encontrar a los zánganos y la abeja reina.
Uno de los lugares más reveladores es el tambo, donde aprenden cómo se ordeñan las vacas y las etapas de la preparación del queso. Y el paseo más bonito probablemente sea el que se realiza por los cañadones inundados de la estancia. Allí, en ese paisaje horizontal, viven millares de aves entre los juncos de las lagunas: espátulas rosadas, gallaretas negras con el pico amarillo, esbeltas garzas blancas, gaviotas, loros en busca de los eucaliptos, toda clase de patos, chimangos y cuervitos de la laguna. Si es la época correspondiente, los niños participarán de la cosecha o de la siembra del maíz o la soja. Y antes de irse disfrutarán de un fogón astronómico para observar el firmamento con un telescopio, construirán, pintarán y remontarán un barrilete y por último le escribirán una carta a algún amigo o familiar que no tenga e-mail, contándole las vivencias del viaje. La idea es que los niños retomen así la comunicación con aquellas personas que no se han conectado a Internet y que quizá ya nunca lo hagan. La carta la colocarán ellos mismos en el viejo buzón de acero de la “unidad postal social” que funciona en La Catita.

Una granja educativa
Unos kilómetros antes de la ciudad de Brandsen existe desde 1982 la Granja Loma Verde, que es atendida por su propietario Mario Yornet, quien recibe personalmente bajo unas acacias a los grupos de colegio (o a las familias que vienen de manera individual a pasar un fin de semana). Allí les explica sin prolegómenos uno de los juegos criollos más tradicionales, el juego de la taba: “El hueso es un astrágalo de vaca que los gauchos recogían de las osamentas que encontraban en las soledades de la pampa”. Acto seguido, hace un lanzamiento de muestra. “Si la parte hueca queda hacia arriba, se llama culo”, dice el anfitrión con tono académico. “Si la parte más plana queda hacia arriba, se llama suerte; y el contrincante que saque ‘suerte’ antes que el otro habrá ganado la contienda.”
A media tarde comienza la recorrida por la granja. En primer lugar los alumnos van a conocer un rancho reconstruido tal como los que habitaban los hombres de campo en el siglo XIX. Las actividades de la granja incluyen la visita a los corrales para arrojarle puñados de maíz a los cerdos, ovejas, gallinas, gansos y conejos. Luego se van turnando para ordeñar a Marilú, una vaca preñada que no se cansa nunca de brindar su generosa leche. Con el balde metálico lleno de leche en la mano, los chicos van directo al taller de los quesos, donde se le agrega cuajo a la leche y se la calienta hasta que cobra una consistencia similar al yogur. Cuando se endurece la caseína, se le pone ajo y perejil, y se la prensa para que escurra todo el líquido. En apenas 20 minutos los niños han hecho un delicioso queso a la provenzal que se desesperan por probar como si fuese la última vez en la vida que van a comer queso.
Entre las actividades infantiles están las carreras de embolsados, la rayuela, ponerle la cola al chancho, caminar con zancos y aserrar madera de forma manual. La consigna en Loma Verde es “utilizar la naturaleza como material didáctico para estimular la curiosidad”. Se busca que los chicos vean plasmado su trabajo en un producto útil. Al igual que con el queso, también aprenden a moler el trigo de forma manual con una pequeña molienda metálica. El grano molido se tamiza con un colador mientras la harina va cayendo en un recipiente. Luego se agrega agua y levadura, y cada niño o persona le da forma a la masa diseñando panes a su gusto. Más tarde, al final del recorrido, nos traerán el pan humeante que habíamos preparado con nuestras propias manos (cada uno reconoce el suyo por la forma).
En la granja hay una huerta orgánica (sin fertilizantes químicos ni insecticidas) de 600 metros cuadrados. Allí los chicos experimentan los distintos procesos que implica el trabajo de la tierra. A cada uno se le asigna una pequeña parcela donde revuelven la tierra, la riegan, colocan las semillas, cosechan remolacha o lechuga y colocan abono. De esta forma, al final del día hemos visto el trigo transformarse en pan y la leche en queso.

El Rancho
En las afueras del pueblo de Open Door, vecino a Luján, existe una alternativa para pasar un día de campo con los chicos, disfrutando de un asado y de juegos criollos. La jornada comienza a las 9 de la mañana con un desayuno bien casero, con pan y manteca, mermelada o dulce de leche, todo de elaboración casera. Después del desayuno comienza el recorrido por lugares como una antigua pulpería y la casa del casco original (El Rancho), cuyas gruesas paredes de adobe tienen más de un siglo de antigüedad. Después de ordeñar una vaca para saborear “in situ” el resultado, llega el momento de los juegos de campo, empezando por la taba y la correspondiente explicación de su origen, y siguiendo con la herradura y el sapo. Al rato ya se arman campeonatos, con árbitro y todo. Por último se juega a lanzar unas boleadoras que hay que embocar en un círculo marcado en el pasto.
Al mediodía aparecen las empanadas y la zamba. El almuerzo se sirve bajo un gran quincho cerrado con techo de paja donde también se brinda una clase de baile folklórico: gato, zamba y chacarera. Partiendo de lo más simple, todos hacen la media vuelta, la vuelta entera, el zapateo y el abrazo final para después seguir con el carnavalito y el chamamé. Alrededor de las 16, los visitantes vuelven al comedor ya que, como lo indica la tradición campera, es la hora de las tortas fritas y el mate cocido.
Todo el personal de animación de El Rancho tiene formación docente e incluso hay una ingeniera agrónoma con quien se recorre la granja para que los chicos alimenten a los conejos, los patos, los gansos, un chivo, una cría de avestruz y también a los cerdos con sus chanchitos. La visita se organiza según el pedido de cada colegio y abarca los niveles medio e inicial. A los chicos se les ofrecen talleres especiales de parición de crías, forestación, alimentación de animales, huerta y amasado de pan.

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Pequeños apicultores bien protegidos. Cubiertos de pies a cabeza, los chicos meten mano en las colmenas.
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