VIETNAM. EN CIUDAD HO CHI MINH, LA EX SAIGóN
La guerra y la paz
La principal metrópoli de la ex Vietnam del sur es hoy en día una ciudad moderna adaptada a los tiempos globales que no olvida su pasado. Por un lado mantiene las mansiones coloniales francesas que le dan ese ambiente eurasiático de ciudad indochina. Pero también ofrece al visitante una serie de museos que exhiben sin sutilezas los horrores de la guerra.
Por Julián Varsavsky
Saigón fue históricamente el polo capitalista de Vietnam. Capital de la república del sur en tiempos de guerra, la ciudad pagó con su nombre la fidelidad al invasor norteamericano, y pasó a llamarse Ho Chi Minh cuando el país se reunificó en 1975. Las vueltas de la política y la economía han determinado que la ciudad siga siendo la punta de lanza capitalista del país, pero con algunas salvedades de peso. Por un lado, “La Perla de Oriente” no ha dejado de ser el paradigma de ciudad indochina, con su ecléctico ambiente eurasiático y el refinado estilo francés de su arquitectura colonial. Pero en los últimos 15 años el panorama urbano se brotó de rascacielos espejados que se agrupan en los barrios modernos como islotes futuristas, a unas pocas cuadras de las mansiones francesas de la década del treinta. En el plano simbólico, la complejidad del presente vietnamita se vio de manifiesto en la plaza principal de la ciudad, donde durante un tiempo un gran retrato del presidente Ho Chi Minh intercambiaba “miradas” con la foto de la modelo Cindy Crawford en un anuncio de perfumes.
Más de cinco millones de personas pueblan esta gran metrópoli survietnamita que a lo largo de todo el siglo XX ha sido también un paradigma asiático del hacinamiento y la superpoblación. Si bien los índices de pobreza han descendido vertiginosamente en las últimas dos décadas –un dato reconocido por el mismo Banco Mundial como un ejemplo a seguir–, los problemas de esta ciudad en crecimiento están lejos de haber desaparecido. Las casas son por lo general pequeñas para la cantidad de gente que las habita, de modo que una parte de la vida privada se traslada al espacio público; es decir a la calle. Al recorrer ciertos sectores de la ciudad pareciera que todo el mundo está en la calle. En la vereda mucha gente desayuna, almuerza y cena, juega al ajedrez chino y conversa con frenesí, casi siempre en cuchillas, una postura muy vietnamita. Incluso los peluqueros realizan su trabajo en la vereda como también toda clase de comerciantes. El hecho es que se ven multitudes de personas por todas partes, mientras que sobre el asfalto millares de motocicletas ocupan cada centímetro disponible para transitar, formando una virtual “serpiente de acero” que no termina nunca de pasar frente a nuestros ojos. El acto de cruzar una calle puede convertirse –sin exageraciones–, casi en una odisea.
Templos del Barrio Chino
Uno de los lugares dignos de explorar en ciudad Ho Chi Minh es el Cholon o Barrio Chino, un complejo laberinto de calles estrechas donde habitaron la mayoría de las cien mil prostitutas que atendían al ejército norteamericano durante la guerra. El barrio ya comenzó a poblarse de algunos rascacielos, pero todavía mantiene la esencia misteriosa de sus templos centenarios que aparecen entre las casas con sus paredes de tinte carmesí surcadas por dragones. La pagoda Thien Hau es las más antigua del Cholon y está dedicada a la Diosa del Mar, protectora de los pescadores y los navegantes en general. Al ingresar en la pagoda se descubre un microcosmos sobrecargado con antiquísimas campanas y gongs, tapices en las paredes con paisajes chinos, lámparas con hermosos ideogramas, jarrones de porcelana y unos inciensos con forma de espiral cónico colgando del techo que se consumen lentamente. A pocos metros de allí se levanta la pagoda Kuan Hua –de religión budista–, que llama la atención por las estatuas de dos leones negros en la entrada. Adentro hay pajaritos enjaulados, dragones enroscados en las columnas, altares rojos y amarillos y dos estatuas de guerreros medievales vestidos con indumentaria bélica, portando espadas y estandartes.
Recuerdos de la guerra
Al recorrer Vietnam ya no se encuentran a simple vista vestigios de la guerra. Las paredes evidentemente se volvieron a levantar y los cinco millones de muertos fueron enterrados más rápido aun. Pero las referencias a la guerra aparecen a cada instante. La frase “nunca pudimos darnos el lujo de no perdonar” es muy común en estos días, y laescuchan los millares de franceses y norteamericanos que visitan el país cada año. Los vietnamitas reciben a los viajeros –aunque sean ex combatientes–, con asombrosa hospitalidad. El sentimiento general hacia el extranjero ya no es de odio sino de apertura, y de hecho el país comercia libremente con todo el mundo sin excepción. Pero esto no quiere decir que no estén orgullosos de su pasado ni de sus victorias militares, que como en ningún otro lugar del mundo se recuerdan y exhiben ante el visitante con su mayor crudeza.
¿Se puede mostrar el horror de la guerra convirtiéndola en un atractivo turístico? Algunas personas se interrogan sobre esto al llegar a Vietnam, pero si se observa con detenimiento resulta evidente que la pregunta está mal formulada. Aunque pueda haber quien banalice lo que está viendo, en Vietnam el drama de la guerra ha sido expuesto al mundo sin sutilezas para que nadie olvide. Y el Museo de Crímenes de Guerra de ciudad Ho Chi Minh es el ejemplo más representativo de esa concepción de la memoria. No solamente están los tanques y aviones que dejaron los norteamericanos en su huida, sino también los terribles fetos con dos cabezas que se conservan en formol para que nadie olvide los efectos del agente naranja que los estadounidenses arrojaron sobre la selva. En una vitrina del museo están las ropas ensangrentadas que vestían unas ancianas asesinadas en la masacre de My Lai, y en un panel están las fotos de unos soldados yanquis sosteniendo la cabeza decapitada de dos vietnamitas. En un sector está la reproducción de una parte de la prisión de la isla Dao, con sus salas de tortura. Allí sobresale una tremenda guillotina traída por los franceses en la época de la colonia, que luego fue utilizada por los invasores norteamericanos.
Los túneles de Cu-Chi
El Vietcong ganó la guerra contra el ejército más poderoso de la historia moderna recurriendo a una mezcla más o menos equilibrada de ingenio y valentía. Los norteamericanos se retiraron derrotados sin perder una sola batalla. Habían perdido, sí, 57.000 soldados, mientras que del lado de los locales, sólo en el sector comunista del norte, los muertos fueron cinco millones. Los aviones estadounidenses arrojaron el equivalente a 450 bombas atómicas en los campos, aldeas y ciudades de país. El general Curtis Le May prometió que “bombardearía a los comunistas hasta retrotraerlos a la Edad de Piedra”, y hablaba en serio.
Nada se podía hacer contra esa superioridad, salvo esconderse bajo la tierra y no volver a aparecer nunca más. Pero increíblemente, eso hicieron los guerreros del Vietcong, aunque no sólo se escondieron en el subsuelo sino que además salían por la noche para atacar a un enemigo que nada podía hacer frente a unos combatientes invisibles como fantasmas. En el distrito de Cu-Chi –60 kilómetros al norte de Saigón–, el gobierno de Vietnam habilitó para las visitas un segmento de los túneles que se utilizaron durante la guerra, primero para esconder a la población civil y luego como una táctica de combate. Y lo más interesante es que allí el viajero puede introducirse en los túneles y vivenciar la terrible sensación de ahogo y humedad que produce avanzar en cuclillas por este laberinto subterráneo de tres pisos conectados por escaleras. Claro que un viajero occidental no cabe en los túneles verdaderos de 80 por 80 centímetros –justamente, de eso se trataba la cuestión–, y para ellos se han abiertos otros que son un poquito más grandes.
Los túneles de Cu-Chi son el monumento mayor al ingenio vietnamita que derrotó al poderoso “Goliat”. Y es mediante una visita a un campo de batalla como uno puede tomar conciencia más o menos real de todo lo que implican estos túneles. Al comienzo del recorrido un guía invita a descubrir la entrada secreta que está a dos metros de los pies de los visitantes. El grupo de visitantes revuelve en vano las hojas del suelo en medio de la selva, sin encontrarla. Entonces el guía corre unas hojasinsospechables para los extranjeros y aparece una tablita de 20 por 40 centímetros que al levantarse deja a la vista de todos la boca del túnel.
Para evitar que los bombazos de los B 52 –cuyos cráteres de 15 metros se ven en los alrededores– derrumbaran los pasadizos con la gente adentro, los túneles se construyeron en tres niveles, llegando a los ocho metros de profundidad. En total se cavaron a mano 250 kilómetros de túneles donde vivieron 16.000 personas de manera secreta. El Vietcong extendió su “ciudad” subterránea hasta apenas 30 kilómetros de Saigón, la capital política y militar del enemigo, a la que asediaban por la noche. Incluso uno de los túneles pasaba justo por debajo de una base militar norteamericana. La visita incluye la proyección de un documental donde se explica que las trincheras estaban conectadas con los túneles. Muchas veces los vietcong “abandonaban” una trinchera y la dejaban tomar por el enemigo. Y cuando éste creía apuntarles de frente, brotaban de un túnel por atrás y los atacaban por la espalda.
Buenos días, Vietnam Inmersos en la compleja trama política del nuevo siglo, los vietnamitas pretenden demostrar que su cuota de ingenio permanece inagotable. A la adversidad económica se han adaptado con la política del Doi Moi –que introduce técnicas organizativas del capitalismo–, dando como resultado una economía que crece a un nivel proporcional cercano a la de China, pero logrando una distribución aceptable de la riqueza que ha elevado el nivel de vida en general. A pesar de la modernidad que hace pie firme en Vietnam, existe una imagen relacionada con la iconografía vietnamita que perdura inalterable en lo cotidiano: el sombrero cónico campesino. Su emblemático dibujo aparece grabado en tambores de bronce acuñados hace más de 3000 años, y su forma ha ido variando de acuerdo con las circunstancias y los materiales disponibles. Al sombrero se lo ha confeccionado siempre con materiales simples y abundantes como el bambú y la hoja de una palma silvestre llamada Moc. Su decoración es sobria y su sentido práctico resulta fundamental. En un país de calores impiadosos, el sombrero sirve para protegerse del sol y de las lluvias repentinas del Trópico. En los momentos de más calor se lo usa como abanico, y junto a un estanque solía servir de vasija para tomar agua o refrescarse el rostro. Acaso como una parábola de esta cultura, el sombrero vietnamita encierra en su bella forma los rasgos esenciales de un país que se abre al mundo con suma audacia y sencillez, orgulloso de su historia y sin olvidos.