PATAGONIA: DE RíO NEGRO A SANTA CRUZ
Costas del sur
A lo largo de cientos de kilómetros, el litoral patagónico despliega todo el encanto de una naturaleza virgen, y multiplica las opciones turísticas sobre todo para los amantes de la fauna marina y los grandes espacios moldeados por el viento y el mar. Las Grutas, Puerto Madryn, península Valdés, Puerto Deseado, reservas, té galés y todo lo que hay que conocer hasta el fin de la costa continental.
Por Graciela Cutuli
Viento y mar, casi eternamente. Estepa, costa, mesetas, bahías y penínsulas que dibujan una geografía recortada donde se refugia lo más valioso de la fauna austral. Durante cientos de kilómetros, desde el sur de la provincia de Buenos Aires hasta donde termina el continente y se cruza a la Isla Grande de Tierra del Fuego, la costa patagónica conjuga todos los extremos y pone en los mapas una larga cinta de playa y océano casi vírgenes, una explosión de naturaleza que bulle bajo el soplar permanente de los vientos, barriendo arenas y médanos sin prisa pero sin pausa. Junto a esta cinta de costa corre otra cinta, asfáltica: la ya mítica Ruta 3. Siguiendo su trazado se llega a las principales localidades y puntos turísticos de esa Patagonia que vive asomada al mar, acunando en sus playas a los lobos y elefantes marinos, bajo el permanente sobrevuelo de las aves que moran en los refugios de la costa.
Rumbo a Las Grutas
Carmen de Patagones, en la provincia de Buenos Aires, y Viedma, en Río Negro, son las dos ciudades hermanas por donde se ingresa a la Patagonia. Más al sur, San Antonio Oeste es una ciudad-pueblo incluida en la Red Hemisférica de Reservas para Aves Playeras, ya que todos los años es elegida como destino por numerosas aves migratorias. En las cercanías se encuentra la extensa Salina del Gualicho y el gran Bajo del Gualicho, una depresión de 70 metros bajo el nivel del mar. Antes de llegar a Punta Villarino, donde San Antonio Este (el puerto desde donde se embarcan las frutas y jugos del Alto Valle de Río Negro hacia el exterior) se enfrenta con San Antonio Oeste, hay varias playitas solitarias: pero la gran estrella de la región está al sur de San Antonio Oeste, sobre el golfo San Matías, y es el bonito balneario de Las Grutas, que en los últimos años conoció un interesante desarrollo turístico basado en la promoción de sus aguas, de temperaturas más cálidas de lo que podría esperarse a estas latitudes. En primavera, Las Grutas es uno de los destinos preferidos de los buceadores por la transparencia del mar, y de los observadores de pájaros por la presencia abundante de aves que llegan desde el Artico para criar a sus pichones. Cada vez más, desde las costas de Las Grutas se divisan ballenas francas, aquellas que tienen su reino un poco más al sur, frente a Puerto Madryn. Pero antes vale la pena hacer un alto en Sierra Grande, antigua ciudad dedicada a la explotación de los yacimientos de hierro, y hoy reconvertida en el “turismo minero”. Se baja a las minas del Yacimiento Ferrífero Hiparsa acompañados por guías, y se puede elegir entre una opción más accesible para todo tipo de turistas, y otra más exigente, sólo para mayores de 14 años, que incluye descensos por las galerías agarrados de cuerdas y el cruce de arroyitos subterráneos. La experiencia es desconcertante y definitiva: como nunca antes, se apreciará al salir el valor de la luz del sol, y el duro trabajo de los mineros.
Ballenas y pingüinos
Ya en Chubut, Puerto Madryn es la gran capital turística de la costa patagónica, y en esto tiene mucho que ver la riqueza faunística de este tramo de penínsulas, playas y bahías donde se encuentran algunos de los más sorprendentes lugares de la Argentina. En octubre ya se empieza a perfilar la temporada veraniega, y sobre todo el fin de semana largo es uno de los más concurridos para el avistaje de ballenas, que se hace frente a las costas de Puerto Pirámides, ya en la península Valdés, o bien desde la playa misma en El Doradillo, en las afueras de Puerto Madryn. Poco a poco, se desarrolla también el avistaje en otros lugares de la región, y se van abriendo nuevas zonas al buceo (tradicionalmente, Puerto Madryn está considerada como la capital nacional del buceo, y es la elegida por muchos turistas para efectuar su bautismo submarino). El Nuevo Ecocentro y el Museo Oceanográfico son dos lugares para visitar y comprender mejor la riqueza y diversidad biológicas de estos lugares.
La península Valdés, por su parte, merece tiempo para recorrerla. Se ingresa por el istmo Ameghino, frente al cual surge esa isla con forma de”boa que se tragó un elefante”, como la describía en El Principito Antoine de Saint-Exupéry. Luego se pasa por Puerto Pirámides, que además de los avistajes tiene espléndidas playas y es un excelente punto de observación de aves marinas, y se puede seguir bien hasta el extremo, donde se levanta el Faro de Punta Delgada, con un interesante apostadero de elefantes marinos, y más allá aún Punta Norte. En el camino se cruzan maras y ñandúes, y con suerte también algunos guanacos, aunque es más fácil verlos unos 100 kilómetros de Puerto Madryn, en el ingreso a la reserva de Punta Tombo: este increíble lugar alberga a decenas de miles de pingüinos de Magallanes, que cada año, a partir de octubre, llegan para anidar y tener sus crías. Increíblemente fieles –vuelven con la misma pareja cada año, y ocupan la misma cueva de años anteriores–, es todo un espectáculo verlos cruzar contoneándose rumbo al agua, donde abandonan su aparente torpeza para convertirse en expertos nadadores.
Pueblos galeses y reservas
Es habitual combinar esta visita con el regreso por Gaiman y Dolavon, dos de las ciudades del valle del río Chubut donde se instalaron los colonos galeses. El té es toda una tradición, y una auténtica tentación, en la que se destaca la torta galesa elaborada con las mismas técnicas que trajeran los antepasados de los pobladores actuales desde las costas británicas. También se puede realizar un interesante circuito que recorre las principales capillas galesas del valle. Sin embargo, sobre todo no hay que irse de esta zona sin visitar el Museo Paleontológico Egidio Feruglio, en Trelew, al que muchos conocen más sencillamente como “el museo de los dinosaurios”, y que es uno de los más modernos e interesantes del país para quienes se interesan en la paleontología y la riqueza arqueológica de la Patagonia.
Poniendo proa al sur, siempre por la interminable Ruta 3, sobre la bahía Camarones se encuentra el pueblito de Camarones, que creció gracias a la industria de las algas y la excelente calidad de la lana de sus ovejas. Para el turista, es imperdible la reserva Cabo Dos Bahías, a unos 30 kilómetros del pueblo, donde conviven pingüinos de Magallanes con lobos marinos y aves marinas como gaviotas, ostreros y chorlos. “Paraíso”, aunque muy usada, es la palabra que mejor le cabe a esta reserva todavía no tan desarrollada turísticamente, y sorprendente por la hermosura del entorno y la aparente soledad del paisaje, donde en realidad hay vida por donde se la mire. Aquí, como en otras zonas de la costa chubutense, son muy interesantes las caminatas a orillas del mar, por las restingas, en esa zona imprecisa que debido al curso de las mareas queda a veces bajo el agua y a veces descubierta: una caminata interpretativa acompañada por guías especializados enseñará a reconocer cuánta riqueza casi oculta vive en estos parajes. Desde las costas del sur de Chubut parten también excursiones de pesca de altura, y en febrero Camarones es sede de la Fiesta del Salmón.
Ultimos tramos
Antes de dejar Chubut rumbo a Santa Cruz, la última provincia de este itinerario, se pasa por Comodoro Rivadavia, la capital del petróleo y uno de los grandes centros comerciales de la Patagonia. Se visitan el Parque Eólico, con sus altos molinos de estilizada silueta, que permiten aprovechar la energía generada por los permanentes vientos patagónicos, y el Museo Nacional del Petróleo, testimonio de la riqueza y tradición de Comodoro Rivadavia. En verano, el lugar a visitar es el balneario de Rada Tilly, donde se practican varios deportes náuticos y buceo deportivo. En los alrededores, el cerro Chenque ofrece buenas vistas panorámicas de la ciudad, y si el día es claro se ve la cercana Caleta Olivia, ya en Santa Cruz.
Cruzando la “frontera” santacruceña, la primera localidad donde detenerse es justamente Caleta Olivia, que también se desarrolló gracias a la lana y el petróleo. De hecho, cualquiera de estas ciudades nacidas en un territorio inhóspito es testimonio de la voluntad de los pioneros que searraigaron pese a las condiciones adversas y contribuyeron a forjar para la región un destino distinto del desierto. La emblemática estatua de un obrero petrolero recuerda, a las puertas de la ciudad, la permanencia de esta voluntad. En las estepas fronterizas con la costa se pueden visitar estancias, reservas, loberías y lugares que, pese a la aparente desolación, revelan una enorme vitalidad.
Rías y restingas
Al sur de Caleta Olivia, dejando la Ruta 3 y tomando la 281 se llega a Puerto Deseado, que le debe el nombre a la nave “Desiré” (Deseo) del marino inglés Thomas Cavendish, llegado a estas aguas allá por 1586. Lo más atractivo de este lugar es la reserva natural de la ría Deseado, verdaderamente extraordinaria. Está considerada como un lugar único en Sudamérica: en este brazo de 42 kilómetros de largo, antiguo lecho de un río, el mar entra y sale cuatro veces cada 24 horas, tiñendo de azul y turquesa el paisaje ocre y violáceo de las rocas volcánicas que rodean la ría. Allí viven numerosas especies de aves, incluyendo palomas antárticas y pingüinos de Magallanes, además de mamíferos marinos como los lobos de uno y dos pelos, elefantes marinos, delfines y toninas. La riqueza y belleza de la reserva, protegida en gran parte por su lejanía, la destinan en el futuro a convertirse en uno de los grandes puntos turísticos del extremo sur de la Patagonia. Pero por el momento el silencio y la soledad envuelven como un manto protector el paisaje agreste y desolado.
Retomando la Ruta 3, Puerto San Julián –a la que llegó Hernando de Magallanes en 1520– también tiene reservas de lobos marinos y pingüinos. La zona empezó a desarrollarse a partir de la explotación del salitral de cabo Curioso y gracias a la ganadería, impulsada a partir de fines del siglo XIX por un grupo de pobladores procedentes de las islas Malvinas. El pueblo es pequeñito pero tiene su encanto, concentrado en el Museo Regional y de Arte Marino, el Circuito Costero (que pasa por el antiguo frigorífico Swift) y la Bajada del Diablo, una extensa playa protegida por acantilados. No hay que perderse además la Reserva Natural Península San Julián, con las restingas donde se refugian las aves y otros animales marinos, ni el Gran Bajo de San Julián, otra importante depresión que alcanza más de 100 metros bajo el nivel del mar. Desde el puerto salen embarcaciones que realizan avistajes de toninas overas.
Más al sur, la ruta lleva hacia Puerto Santa Cruz y Río Gallegos, donde termina el recorrido por las costas continentales. Lo que sigue no es menos mítico: Tierra del Fuego. Un nuevo capítulo en el libro siempre abierto de la Patagonia.