PORTUGAL: LOS BARRIOS ALTOS DE LA CAPITAL
Saudade de fado en Lisboa
Un recorrido por los barrios altos de Lisboa, Estrela y Bairro Alto. En sus callejuelas, el fado siembra sus notas nostálgicas por las noches. Y de día, se camina entre un Portugal de otras épocas, de leyendas y grandezas, y de poetas y escritores como Fernando Pessoa y José Saramago.
› Por Graciela Cutuli
Lo de arriba se conoce mejor desde abajo. Más que en cualquier otro lugar, esto es válido en Lisboa: para disfrutar mejor de un paseo por los barrios altos, conviene empezar desde abajo, desde ese punto en el corazón de la ciudad donde el Tajo está casi al nivel de las plazas, y donde las perspectivas fueron hechas para verse desde el agua. Se trata de la Baixa, la parte baja de la ciudad. La más monumental, construida a nuevo por el marqués de Pombal a partir de 1755, sobre las ruinas que dejó el mayor terremoto de la historia portuguesa.
En la Baixa está la plaza de Figueira, destinada en su origen a ser plaza del mercado, pero cuyo monumentalismo la reservó para fines más nobles, como un pulmón de luz y aire en medio de los elegantes edificios del trazado pombalino de esta parte de la ciudad. También se encuentra la plaza del Rossio, donde se concentra la vida lisboeta las tardes de verano y de primavera, con una multitud de cafés con terrazas, pastelerías y teatros. Lo mismo que la Plaza de los Restauradores, una bulliciosa concurrencia de líneas de ómnibus, tranvías y calles, enmarcadas por negocios, cafés y más negocios, que le dan el ritmo más frenético de toda Lisboa. Y también está la hermosa y famosa Plaza del Comercio. Ocupa el espacio del palacio real, destruido por el terremoto de 1755, y es la base de todo el trazado nuevo de la ciudad baja. Sus monumentales fachadas de edificios clásicos con recovas elegantes forman un conjunto arquitectónico admirable. Lo único que se puede lamentar es la pérdida de los 70.000 volúmenes de la biblioteca del castillo, en lo que fue una de las partes de esta plaza, que desaparecieron durante el terremoto.
La Baixa es la parte elegante y monumental de la ciudad, reconstruida por la nobleza portuguesa del siglo XVIII a medida de su brillo y esplendor. En aquellas épocas, Portugal reinaba sobre medio mundo y su capital era el reflejo de su potencia y proyección sobre el nuevo mundo. Desde Brasil hasta Timor, desde Japón hasta Mozambique, Portugal era el país de los descubridores, aquellos marineros atrevidos que ensancharon el mundo, décadas antes del viaje de Colón. La Baixa es hoy también la vidriera elegante de un Portugal pujante y europeo, nación joven que se volcó con resolución hacia la Europa a quien siempre había dado la espalda para mirar el mar. Para conocer el Portugal de este tiempo intermedio, el Portugal del fado, de la saudade, de los imperios decaídos, de las pequeñas gentes que sobrevivieron durante décadas en uno de los países más pobres de Europa occidental, hay que subir hasta los barrios altos.
El Elevador Eiffel
El viaje empieza en lo que es quizá el monumento menos esperado de la ciudad, un elevador tan monumental que podría ser la Torre Eiffel de los ascensores. De hecho fue construido por un alumno de Gustave Eiffel, el ingeniero francés Raoul Nesnier du Ponsard. Se trata del Elevador de Santa Justa, o Elevador do Carmo, como lo llaman los lisboetas. Este elevador es una torre de hierro elegantemente adornada con filigranas de hierro forjado. En el interior, un par de cabinas suben y bajan los 32 metros de desnivel entre la Baixa y la calle del Largo do Carmo, donde desemboca la pasarela que une la torre con el Bairro Alto. Aunque también se puede llegar a los barrios altos caminando o en auto por las empinadas calles, sólo desde las plataformas del elevador se pueden tener los panoramas más impactantes sobre Lisboa y el Tajo. Pero de ningún otro modo se puede tener tan impactantes panoramas sobre Lisboa y el Tajo como desde las plataformas del elevador. En la parte superior hay un café que permite combinar los placeres de la vista con los del paladar. Cómodamente instalado en cada mesa, es posible divisar todo el Lisboa pombalino a los pies, pero también hay vistas hermosas del río y del castillo Sao Jorge, sobre la colina de Alfama, que se encuentra del otro lado de la Baixa. Al atardecer, se ven una a una las luces de la ciudad cuando empiezan a encenderse como un tapiz de colores. Los ruidos que suben se hacen más apacibles, mientras en los bares y las salas del Bairro Alto empiezan a resonar los acordes tristes del fado.La pasarela del elevador deja al caminante al pie de la Igreja do Carmo, una iglesia en ruinas, un imponente esqueleto de piedras y arcos de lo que fue la iglesia más grande del Lisboa antes el terremoto. El edificio no fue reconstruido, como para recordar el terrible día del 1º de noviembre de 1755, cuando luego de las 9 de la mañana la tierra tembló y el techo de la iglesia se derrumbó sobre los fieles que asistían a la misa. Sin embargo, en una parte del edificio se armó un museo arqueológico. Su visita es muy interesante. Entre objetos de culto y religiosos de la época del terremoto, hay también vestigios romanos y visigodos, así como momias de culturas latinoamericanas y piezas arqueológicas aztecas.
Un encuentro con el fado
En el Bairro Alto, hay que perderse entre las callejuelas hacia el atardecer, cuando la luz parece traducir la melancolía lisboeta. Las salas de los bares empiezan a iluminarse. Los carteles anuncian recitales y conciertos de fado por la noche. Las Mariza, Missia o Dulce Pontes de mañana ya están cantando delante de un puñado de habitués y turistas curiosos en estas minúsculas salas. Las herederas de Amalia Rodrigues y los discípulos de Pedro de Homem de Mello dieron estos últimos años un nuevo vigor a un género que había conocido un brusco descenso luego de la Revolución de los Claveles. Ahora, con el éxito a nivel europeo de las nuevas cantantes de fado, el Bairro Alto está asistiendo a la instalación de casas de fado para turistas. Un fenómeno parecido a lo que pasa con el renacimiento del tango en Buenos Aires.
Una de las calles principales del Bairro Alto es el Largo do Chiado. Es la calle de los intelectuales, el eje en torno del cual se reunió durante mucho tiempo la Lisboa letrada y culta. Esta calle de dimensión modesta, contrariamente a su nombre pomposo de “largo”, es animada por el recuerdo de grandes nombres de las artes y las letras portuguesas. Algunas estatuas recuerdan a los principales: sin duda la más fotografiada es la del poeta Fernando Pessoa, que está tomando para la eternidad un café en la terraza del mítico Café A Brasileira. Este bar, fundado en los años 20, era el centro de toda la movida intelectual de aquellos años. Su fachada toma préstamos al Art Nouveau, y es una de las más hermosas de todo el eje formado por el Largo do Chiado y la calle Garrett. Es también una parada obligada para cualquier visita a Lisboa, como el Café Gijón en Madrid, el Procope en París o el Tortoni en Buenos Aires. Los cafés del Brasileira tienen ese gusto especial que sólo la historia puede dar en el borde de las tazas.
La avenida del Chiado, muy corta, se prolonga en la calle Garrett, que rinde homenaje a otro poeta lisboeta, Joao Almeida Garrett (del siglo XIX). Esta calle baja hasta el barrio de Baixa, y es el lugar más recomendable para buscar libros, por la gran cantidad de librerías que se instalaron en sus veredas. Parte de la calle lleva todavía las marcas del terrible incendio que arrasó parte del Chiado en 1988.
La historia de Lisboa y de Portugal se sigue visitando en la colina opuesta, la Alfama, donde se levanta el castillo real, y a orillas del Tajo, con la emblemática Torre de Belém. Pero en ninguna otra parte como en el Bairro Alto, Lisboa tiene esa alma tan peculiar. En ninguna otra parte de la ciudad se puede adivinar con tanta claridad la saudade. Las fachadas decrépitas parecen haber sido filmadas todas en la película Sostiene Pereira, el periodista de ficción que fue una sombra más de ese panteón de recuerdos y sentimientos que corren por el Bairro Alto. Antes de bajar a la ciudad “moderna” y su ritmo trepidante, vale la pena tomarse el tiempo de tomar un último café con Pessoa, en la terraza del A Brasileira. Para ver pasar la vida, para escuchar cantar el fado, para poder tocar con el alma la saudade lisboeta
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