NOROESTE - RECORRIDOS DESDE LAS CAPITALES DE SALTA Y JUJUY
Lindas por naturaleza
El viaje por el Noroeste es una incursión en tierras de lejana historia y un paisaje diverso, silencioso pero exuberante, con toda la amplitud que va de la selva a la Puna. Un recorrido por los lugares imperdibles de la región, a partir de las ciudades de Salta y San Salvador de Jujuy.
› Por Graciela Cutuli
Si el Noroeste argentino tuviera que ser sintetizado en una colección de postales que retraten su alma, no podrían faltar los silenciosos cardones en las laderas montañosas, las siluetas de siete colores de la quebrada jujeña, los menhires de piedra de Quilmes, las caritas de los chicos presurosos de vender artesanías, las metálicas columnas del viaducto La Polvorilla, y hasta el sabor de las empanadas tucumanas con los acordes de una zamba de fondo, si también los perfumes y la música pudieran retratarse. En una sola sigla, NOA, viven todas esas imágenes. Demasiada diversidad para un solo nombre: hay que saber descubrirla, vivirla, no con los tiempos propios sino con los que marca el ritmo de una región orgullosa de sus ancestros, de sus tradiciones, de sus paisajes y de su gente. Ahora que llega el verano, hay quienes creen que el Noroeste se pone más hermoso que nunca, y que sus perfiles se destacan bajo el intenso sol estival hasta revelar su verdadera identidad. Partiendo de dos capitales provinciales –Salta y Jujuy– un abanico de circuitos permite descubrir y disfrutar el encanto de estas regiones cuya frescura y belleza atraen a viajeros de todo el mundo, ávidos de recuperar esas “soledades sonoras” hace tiempo perdidas en otros lados.
Salteña linda
La cordillera en el fondo y la silueta armoniosa de las casas coloniales definen el primer impacto de Salta: para quien llega de Buenos Aires, del apuro, del tránsito, es como un oasis y la puerta de entrada a un mundo nuevo, teñido de cordialidad. La vida social de la ciudad gira en torno de la plaza, que al atardecer cobra vida y reúne a los salteños y a los turistas de los más distintos idiomas imaginables. Salta está orgullosa de su Cabildo, del siglo XVII, y sin duda mucho mejor conservado que el maltratado Cabildo porteño: aquí se encuentra el Museo Histórico del Norte, cuyas diez salas ofrecen una excelente introducción a la historia provincial. Enfrentada al Cabildo, del otro lado de la Plaza 9 de Julio, en la Catedral se venera al Señor de los Milagros, que en septiembre da origen a importantes procesiones religiosas, típicas de un fervor profundamente arraigado, que los nuevos tiempos no disminuyen. A muy poca distancia, ya que Salta es linda y pequeña, caminable como ya no lo son las grandes ciudades, está la imponente iglesia y convento de San Francisco, una de las más lindas del país, con un campanario de más de 70 metros de altura que se jacta de ser el más alto de América latina. También hay que visitar la iglesia y convento de San Bernardo, las casas Leguizamón y Uriburu, y los alrededores de la ciudad: sobre todo el Mercado Artesanal, punto de reunión de quienes buscan llevarse a casa un recuerdo tangible de la belleza y la cordialidad salteñas, el Monumento de Güemes y el cerro San Bernardo, todo un clásico, al que se asciende por teleférico y que ofrece una vista imperdible de la ciudad extendida a sus pies.
Entre valles y vinos
Desde Salta parte un paseo corto a sólo 36 kilómetros de la ciudad, y por eso muy apreciado para los salteños los fines de semana: es del que lleva a San Lorenzo, partiendo desde el centro urbano. San Lorenzo es una población muy pequeña, con habitantes escasos y dispersos, donde se encuentra el Parque 20 de Febrero, o Campo de Castañares, escenario de la victoriosa batalla de Salta. En este lugar el paisajista Charles Thays proyectó el Parque Belgrano y el monumento 30 de febrero, fecha de la batalla.
Un trayecto más largo, que requiere todo el día para recorrer sus 200 kilómetros, lleva a través del Valle de Lerma hasta Talapampa. Desde allí, si se sigue hacia el sur la ruta llevará hasta Cafayate, capital de los vinos salteños, cada vez más apreciados gracias a los excelentes resultados logrados en la producción. Pero antes, la ruta pasa por el Dique Las Lomitas, el pueblo de Campo Quijano (desde donde parte un camino a San Antonio de los Cobres) y Rosario de Lerma, una de las ciudades importantes de Salta. En los alrededores se encuentran cultivos de tabaco,y comienzan a verse también las casas en galería, con sus típicas recovas dispuestas a lo largo del camino: esta variante de casas se puede observar en todo el trayecto, como en el pueblo de Chicoana y en Coronel Moldes, y es un clásico de la arquitectura local. Ya en Coronel Moldes, el tabaco da paso a los campos de pastoreo, y es un buen lugar para salir a pescar en el embalse del Complejo Hidroeléctrico Cabra Corral. Saliendo de aquí, el pueblo de Guachipas tiene también un importante conjunto de casas en galería, y finalmente Talapampa ya está al borde de la quebrada que ingresa en el Valle Calchaquí. A lo largo de todo el recorrido, es posible alojarse en pequeños campings o bien en las fincas de campo que sus dueños abrieron para el turismo: esta cálida alternativa ofrece una manera inmejorable de disfrutar del paisaje salteño como un habitante más.
Finalmente, yendo en la dirección contraria, hacia el norte, la RN 9 lleva hasta San Salvador de Jujuy: son unos 120 kilómetros que se pueden hacer en el día, pero hay que tener en cuenta que un tercio del camino es bien sinuoso. El paisaje bien lo vale: a medida que pasan los kilómetros la selva se vuelve más densa, las curvas se cierran, los árboles se hacen más imponentes, como en un laberinto vegetal que comienza a disminuir a medida que se baja hacia la capital jujeña. Allí, la “Tacita de Plata” se muestra dispuesta a ofrecer todo su encanto.
Jujuy, antesala de la Quebrada
Jujuy tiene una ubicación privilegiada. Síntesis de su historia –dos veces fue destruida hasta su fundación definitiva en 1593–, está emplazada justo entre la Quebrada de Humahuaca y el Valle de Jujuy, lo que antiguamente facilitaba su defensa. Hoy día, el centro histórico se recorre fácilmente a pie partiendo de la Plaza Belgrano, la ex Plaza Mayor, bordeada del Cabildo y la Catedral. En esta iglesia se encuentra un púlpito imponente, uno de los más hermosos de América latina, ornamentado con relieves, dorados y figuras religiosas en un complejo conjunto barroco que no puede sino despertar admiración por los artistas que lo tallaron.
En Jujuy no se conservó una armonía arquitectónica como en Salta, ya que hay grandes edificios junto a los monumentos históricos, que alteran el equilibrio de alturas en el conjunto de la plaza, también afectada por sucesivos terremotos. Se destaca la Casa de Gobierno, en cuya escalinata se aprecian dos esculturas de Lola Mora que debían ser para el Congreso de Buenos Aires, pero quedaron aquí por esos avatares
administrativoburocráticos que no faltan en nuestra historia. A una cuadra de la Catedral, y dos de la Casa de Gobierno se levanta la iglesia de San Francisco, fruto de sucesivas reconstrucciones que, a pesar de los vaivenes de su historia, logró integrarse muy bien con la torre campanario, levantada varios años antes. El púlpito de esta iglesia también es una obra de arte, como las que se encuentran en el aledaño Museo de San Francisco. Quienes vayan, entretanto, en busca de huellas de nuestra historia, se internarán en las salas del Museo Histórico Provincial, casona donde murió el general Lavalle en 1841. Jujuy, como Salta, también tiene su calle peatonal, centro de la vida comercial y social a partir del atardecer, cuando siempre hay tiempo para tomar algo o probar un buen plato de empanadas y vino. Jujuy, como las otras provincias del Noroeste, tiene sus especialidades y rivaliza con las demás en sabores y perfumes de una gastronomía profundamente arraigada en las tradiciones hispánicas e indígenas.
En la Quebrada
Pero el gran atractivo de Jujuy, el que hace de la provincia un centro turístico internacional, es su cercanía a la Quebrada de Humahuaca, uno de los más bellos y conmovedores paisajes del Noroeste argentino. Un primer tramo, de unos 80 kilómetros, lleva desde la capital hasta Tilcara; luego se puede seguir hasta la propia Humahuaca, completando un circuito que tiene en su totalidad unos 130 kilómetros. En la primera parte del recorrido casi toda la ruta está asfaltada, salvo en pequeñas partes. A pocos kilómetros de Jujuy, el paisaje ya anuncia que se dejó atrás la zona urbanizada para internarse en importantes cadenas montañosas por el fondo de un valle que sigue el cauce del Río Grande (en temporada seca, el río es apenas un hilo de agua, pero las lluvias del verano, torrenciales y violentas, provocan un caudal de fuerza impresionante). Después de pasar el pueblo de Volcán, que vive de las reparaciones ferroviarias y la explotación de la piedra caliza, comienza la Quebrada Media, donde la vegetación ralea y empiezan a aparecer arbustos y cactus como única nota verde en un paisaje surcado de franjas rojizas, ocres y verdosas. Sólo el riego por acequias permite el cultivo de los campos, bien delimitados por cadenas de álamos y sauces: estos campos se asientan en los sedimentos arrastrados por el río.
El primer pueblo de la Quebrada es Tumbaya, un puñado de manzanas originado en un antiguo pueblo indígena, como otros tantos primitivos pueblos hispanos en esta región. En las afueras, se puede recorrer la hacienda Tumbaya, para seguir luego a Purmamarca, la Posta de Hornillos —con su Museo del Transporte, dedicado al sistema de postas coloniales– y Maimará. Aquí se encuentran algunos de los más bellos y auténticos paisajes de la Quebrada, con sus cordilleras entrecortadas, franjas de colores y formas caprichosas. En Maimará son conocidos los festejos carnavaleños, cuando el pueblo se llena de carpas de visitantes decididos a sumarse a la alegría local. Un poco más al norte, sobre la imponente Garganta del Diablo se asoma el poblado de Tilcara, uno de los principales centros arqueológicos del país, gracias al complejo del Pucará (o fortaleza) de Tilcara. El Pucará es un importante conjunto de recintos y construcciones de piedra y adobe articulados en “casas”, en torno de patios, con una “iglesia” que, según los investigadores, tenía fines ceremoniales y fue construida en tiempos de dominio inca sobre la región. El Pucará incluye corrales para llamas y un cementerio, donde se encontraron varias momias indígenas. Todo el conjunto, aunque reconstruido en parte y con el agregado de un extemporáneo monumento a los arqueólogos que trabajaron en el lugar, es de extraordinaria riqueza. Para apreciarla en profundidad debe visitarse el Museo Arqueológico donde hay miles de piezas –algunas trasladadas desde el Museo Etnográfico de Buenos Aires– sobre las culturas prehispánicas del Noroeste.
De Tilcara a Humahuaca
Un segundo tramo, partiendo de Tilcara hasta Humahuaca, permite conocer el norte de la Quebrada (hace falta un día más, partiendo desde Jujuy). En el camino hay un hito: es el cruce del Trópico de Capricornio. Casi un kilómetro después se llega a la Capilla de Huacalera, que traerá reminiscencias a los lectores de Sobre héroes y tumbas. Esta capilla es una de las varias que matizan la Quebrada: la siguiente es la de Uquía, de un blanco níveo recortado contra las montañas ocres y rojas que la separan del cielo intensamente azul. Hay que tener en cuenta, al elegir destinos y lugares del viaje, que en verano algunos tramos de la Quebrada pueden quedar cortados, y además es frecuente que el tránsito se vea interrumpido por el cruce de llamas. Sin duda, toda una postal de la región.
Más adelante, la Quebrada se va ensanchando y desemboca en el antiquísimo poblado de Humahuaca que fue un importante centro del camino hacia el Alto Perú. Hoy su perfil de casas bajas está matizado por los cardones que se levantan en los alrededores, mientras sobresalen las torres de la Catedral y los restos de la Torre de Santa Bárbara, que fuera usada como atalaya por el ejército de Belgrano. En Humahuaca se visita también el Museo Folklórico regional, ideal para acercarse a la historia de las tradiciones y fiestas locales: sin duda Humahuaca es también el lugar a visitar en la época de Carnaval, o para la emotiva fiesta de la Pachamama.
Después de recorrer estas rutas y poblados del Noroeste, de pasar una noche cantando en las peñas todo el sentir de un pueblo que parece habernacido con la guitarra a cuestas, de haber probado la calidez de la gente y sentido la inmensidad de estos paisajes, vírgenes como recién creados, se podrá comprender por qué Salta y Jujuy enamoran y crean un recuerdo indeleble en la vista y los corazones de todos lo que han pisado sus montañas de mil colores.
Subnotas