Dom 14.11.2004
turismo

TURISMO RURAL: ESTANCIAS EN LA PROVINCIA DE LA PAMPA

Aquella pampa mía

En la inmensidad de La Pampa, cinco estancias para una estadía bien rural. Fortines y mangrullos, cabalgatas, paseos en sulky, corderito al asador y caminatas por el campo al atardecer son algunos de los placeres campestres que depara esta provincia, cada vez más abierta al turismo.

› Por Julián Varsavsky

Fotos: Daniel Jayo

Cabalgar por la vastedad de la pampa equivale a atravesar la misma geografía árida que alguna vez perteneció a ese hombre mítico que erraba por el desierto sin patrón, sin dueño y sin ley: el gaucho. Ese hombre, en el sentido estricto del término, ya no existe, pero un viaje por las estancias de la provincia de La Pampa, abiertas hoy al turismo, es una evocación de aquel mundo perdido hace ya bastante más de un siglo, cuya cultura aún perdura, adaptada a los nuevos tiempos.

Estancia Villaverde
Ubicada a 9 kilómetros de la ciudad de Santa Rosa, la estancia Villaverde es quizás la más sofisticada de toda la provincia. Tiene capacidad para 24 personas, una suite con hidromasaje, una piscina con cascada, estatuas ecuestres, una fuente con corceles, esculturas griegas y hasta una capilla. Pero al mismo tiempo, y para resguardar lo autóctono de La Pampa, en la estancia existe una asombrosa reconstrucción de un fortín completo que perteneció al Ejército durante la Campaña del Desierto contra los indios. La visita a este sitio declarado “Patrimonio Histórico” por la provincia se puede hacer a caballo o en sulky. En el recorrido, se ven en detalle la antigua comandancia, el rancho de la tropa, el pozo de agua y el horno de barro, todo rodeado por una cerca de palo a pique. Además se ha levantado un mangrullo, la precaria “torre” que tenían los fortines para vigilar el acecho del enemigo. Del fortín original sólo se encontraron restos de objetos, que probablemente datan del año 1870. El paseo histórico continúa por la guardería de carruajes que alberga verdaderas reliquias como una chata rusa de paseo, dos sulkies, un carro carnicero-lechero, una cabriolet americana y varios autos antiguos. Por último hay un museo rural que exhibe las primeras máquinas que se utilizaron para la labranza del campo, arados, cosechadoras, tractores y un carro aguatero.
El casco central de la estancia está rodeado por frondosos cipreses, laureles, aromos y glicinas que adornan un gran parque con jardines. En el interior del edificio abundan los sillones franceses, un perchero vienés, arañas de cristal y camas de bronce que remiten a los tiempos de la belle epoque. La estancia mantiene su actividad agrícola y ganadera, en las que el visitante puede participar o simplemente observar las cosechas. Por último, existe una recomendación fundamental para toda persona que pise la estancia: no hay que irse de allí sin probar un suculento corderito a la menta.

La Holanda
Esta estancia está a 112 kilómetros de Santa Rosa y a 20 del pueblo de Carro Quemado, en tierra de antiguos caciques y malones. Se encuentra inmersa en la región conocida como el caldenal pampeano, donde predomina el árbol del caldén. En la pampa todo el mundo busca el ombú, pero los habitantes de la zona se encargan de resaltar y subrayar con mucho énfasis que el caldén es el verdadero árbol de La Pampa, mientras que el ombú brilla por su ausencia.
Lo primero que llama la atención al llegar a La Holanda es que tiene un museo de pintura, algo realmente insólito en la inmensidad de la pampa. La razón es que esta estancia perteneció al pintor español Antonio Ortiz Echagüe, nacido en Guadalajara en 1883, quien llegó a ser reconocido en el continente europeo por los retratos que pintaba, casi siempre en tamaño natural.
La historia de esta estancia se remonta al año 1895, cuando el bisabuelo de los actuales dueños, que era cónsul holandés en Buenos Aires, adquirió las tierras. El casco de arquitectura clásica se construyó en 1919 y en 1932 se radicó en el lugar la hija del dueño, quien estaba casada con el pintor Ortiz Echagüe. A 500 metros del casco, el artista hizo construir un singular atelier en medio de la desolación pampeana donde sin duda encontró la tranquilidad necesaria para su trabajo, la misma que disfrutan hoy los huéspedes. Una caminata por un monte de caldenes conduce hasta el atelier, que ahora es un museo. Antes de llegar, se pasa por el cementeriofamiliar y al salir de las arboledas se abre un claro interminable donde la vista se pierde en la llanura del horizonte. Lo único que sobresale es el sencillo atelier donde las pinturas familiares de Ortiz Echagüe cubren totalmente las paredes. Para tener una idea del estilo del artista, en Buenos Aires se pueden ver murales de su autoría en la estación Entre Ríos de la línea E del subte.
La casa principal donde se alojan los huéspedes está en medio de un enorme parque con caldenes de más de 200 años y una piscina. En el interior hay cuatro habitaciones y una biblioteca con más de 2000 volúmenes y revistas antiguas en diversos idiomas. La gastronomía de la estancia incluye carne de ciervo y jabalí, y un plato muy típico es el pollo cocinado en un disco de arado acompañado con papas. Por la noche es común que aparezca Cayetano –peón y cocinero de la estancia– quien se instala entre los comensales para tocar unos chamamés con su acordeón.

La Mercedes
Los amantes del arte ecuestre encontrarán en La Mercedes una estancia a su imagen y semejanza. Está ubicada a 45 kilómetros de Santa Rosa y sus dueños son fanáticos de los caballos. Aquí se crían ejemplares “pura sangre” que luego se venden a importantes jugadores de polo.
La Mercedes pertenece a la familia Zapico, que desde los años 30 del siglo XX se instaló en la zona cuando Don José Zapico –un inmigrante vasco– decidió dedicarse a la ganadería. Hoy son sus hijos y nietos los que están a cargo de la estancia, que desde hace una década abrió sus tranqueras al turismo.
La estadía incluye la posibilidad de tomar una clase de equitación montando yeguarizos pura sangre y cuarto de milla, destacados por su mansedumbre y docilidad. También se realizan cabalgatas por la estancia observando el arreo de hacienda y los trabajos en la manga como vacunación, tactos y destetes. Para quienes tengan experiencia con los caballos se enseñan técnicas de amansadura de yeguarizos. Además se puede asistir a una práctica de pato, considerado el deporte nacional de la Argentina. Un clásico de la estancia son las cabalgatas al atardecer para ver la puesta de sol en el horizonte infinito de la pampa.
Los anfitriones –padre, madre e hija– viven permanentemente en la estancia e interactúan con el visitante, que se siente un integrante más de la familia, como si fuera un pariente que viene de visita al campo. La gastronomía de La Mercedes incluye chacinados de elaboración propia (jamón crudo, bondiola, panceta y chorizo acompañados con pan casero). Y el plato mayor es, por supuesto, el corderito al asador.

San Carlos
Ubicada a 120 kilómetros de Santa Rosa, la estancia San Carlos ofrece al visitante una agradable casa de campo levantada en los años setenta en medio de un paraje pampeano con suaves ondulaciones. Sus dueños son eximios jinetes que tratan de transmitirles a los huéspedes su amor por los caballos. Por lo general se les propone a los visitantes largas cabalgatas de hasta 60 kilómetros e incluso travesías por grandes sectores de la provincia.
El ambiente de la estancia está poblado por una riqueza faunística excepcional donde conviven ciervos, jabalíes, vizcachas, palomas, cotorras e incontables variedades de pájaros. Los servicios incluyen dos habitaciones con una capacidad total para siete personas y una hermosa piscina en el jardín. Una especialidad típica de San Carlos son los chacinados caseros y los quesos de cerdo, jabalí y cabra saborizados.

La Blanca
A 128 kilómetros de Santa Rosa, La Blanca es una estancia con piscina y las mismas comodidades que las demás, pero que tiene como agregado una enorme área de coto de caza mayor y menor. Por sus terrenos con médanos y pequeñas colinas abundan los jabalíes silvestres y los ciervos. Además se pueden practicar arquería y safaris fotográficos en el ámbito de una estancia dedicada básicamente a la ganadería. La Blancatiene capacidad para nueve personas y una singularidad muy propia es que se permite al visitante traer a su mascota. El plato preferido de los huéspedes es el lomo al champignon.

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