CATAMARCA - HISTORIA, PAISAJES Y ARTESANíAS
Tiempos catamarqueños
El legado histórico de Catamarca es una riqueza a descubrir en la provincia de la rodocrosita, de las grandes alturas y de las artesanías de tradición indígena. De la capital a las altas cumbres, un itinerario para adentrarse en el corazón de la provincia que sólo sabe de otros tiempos.
Por Graciela Cutuli
Entre el Cuyo y la Puna, Catamarca es una suerte de secreto bien guardado, una joya que sólo descubren algunos privilegiados que saben disfrutar de su historia, sus paisajes, sus tradiciones, colores y sabores. Catamarca no tiene fortalezas indígenas como Jujuy, pero tiene una historia milenaria donde se superponen testimonios de culturas amerindias y coloniales. Catamarca no tiene altiplanos, pero está al pie de algunas de las cumbres más altas de la Cordillera. Catamarca no tiene ciudades imponentes, pero su capital es una de las más armoniosas de todo el noroeste, con monumentos y museos, fiestas y artesanías que dejan huella. Como una cajita de recuerdos y sorpresas, Catamarca tiene tiempo y atractivos para todos. Especialmente para quienes se interesan en la historia, ya que es una de las provincias más ricas en vestigios y construcciones de las épocas amerindias y coloniales. En toda la provincia, capillas de adobe recuerdan los primeros asentamientos occidentales en esta porción sur del imperio inca. A lo largo de la ruta que las recorre, como a lo largo de todo el resto de la provincia, el pasado convive con la historia. En Catamarca, el tiempo no transcurre como en otras partes. Se detiene y avanza, lentamente, permitiendo hoy disfrutar todavía del ayer.
La “fortaleza en la falda”
La provincia revela sus remotos orígenes como plaza fuerte únicamente a quienes conocen la lengua quechua y pueden descifrar que “Catamarca” quiere decir “fortaleza en la falda”. En realidad, a primera vista Catamarca parece una ciudad más grata a las vocaciones espirituales que militares. Las iglesias y sus campanarios barrocos son su tarjeta de visita, y también sus principales monumentos, destinados a sobresalir entre la armonía de techos bajos que caracteriza la capital. Las dos principales iglesias se encuentran en el centro mismo de la ciudad, en las inmediaciones de la Plaza 25 de Mayo, el corazón verde de Catamarca, que se enorgullece de haber sido una de las primeras plazas urbanas parquizadas, a mediados de 1860. Entre sus árboles y canteros se pueden tomar muy buenas fotos del campanario de la vecina Basílica de Nuestra Señora del Valle, cuyas torres de un rosado pastel forman la postal más característica de la ciudad. El edificio fue construido por un arquitecto italiano durante la segunda mitad del siglo XIX, y sin duda la fachada monumental revela rápidamente la nacionalidad de su creador. Los pilares y la simetría absoluta del conjunto le dan un toque majestuoso que rivaliza con estilo de la otra iglesia emblemática de la ciudad, dedicada a San Francisco. Apenas a dos cuadras de distancia, su fachada ocre y blanca se asemeja más a la de un ostentoso palacio, acompañado de un campanario central ricamente adornado de estucos. Ambas iglesias son monumentos históricos nacionales, y la riqueza que albergan no puede dejar de contrastar con las carencias que se ven en la población de la provincia. En la Basílica Nuestra Señora del Valle, el Camarín de la Virgen impacta por su lujo y la riqueza de sus ornatos. Cada día, numerosos peregrinos se concentran en el lugar para venerar una imagen de la Virgen que dataría de 1620, y lleva una corona de oro y diamantes.
Museos y artesanías
En pocas cuadras más se concentra el resto de los centros de interés de la ciudad, entre ellos el Complejo Cultural Esquiú, que reúne una biblioteca y dos museos interesantes: el Museo Arqueológico Adán Quiroga, con colecciones sobre las culturas indígenas que se desarrollaron en la región antes del período colonial, el Museo de Historia Colonial y una sala de Arte Sacro. Fray Esquiú fue una de las figuras espirituales más destacadas de Catamarca. Vivió en una celda del convento anexo a la iglesia de San Francisco. Como en España, donde se exponen reliquias protegidas por cofres vidriados en las iglesias, en San Francisco se expone el corazón del fraile, que se conservó intacto luego de su muerte. Para seguir el paseo, hay más museos en Catamarca. El Museo y Archivo Histórico se encuentra en una casona del siglo XIX y presenta objetos de los gobernadores de la provincia. El Museo de Bellas Artes tiene obras de Quinquela Martín, Berni, Soldi y el pintor local Laureano Brizuela. El Museo más sorprendente, sin embargo, es el Museo Folklórico, dedicado a la vida y las artes populares de la región: mobiliario, ropa, instrumentos de música, herramientas y otros objetos que recuerdan la vida rural en la provincia a lo largo de los siglos pasados.
El otro atractivo de Catamarca es la calidad de sus productos artesanales. Ponchos, dulces, tejidos, alfajores, y mucho más. A lo largo de las calles comerciales del centro, el visitante se tropieza con frecuencia con lindos (o ricos) souvenires. No hay que pasar por la ciudad sin darse una vuelta por la Fábrica de Alfombras y Tapices de Catamarca, un taller donde se hacen a la vista piezas únicas, de gran valor artesanal pero también artístico. Las tejedoras trabajan con diseñadores y estilistas para crear esas piezas que se caracterizan por la densidad de los nudos de los tejidos, a diferencia de otras piezas de menor elaboración. En el taller, se puede comprar –además de tapices y alfarería– sobre todo objetos fabricados con la piedra semipreciosa más genuina de la provincia, que es también la piedra nacional argentina: la rodocrosita, extraída exclusivamente de minas catamarqueñas.
Catamarca en alturas
Catamarca está marcada por las montañas. La provincia parece estirarse sobre los mapas como para abarcar todo lo que la Argentina cuenta de relieves, desde las sierras hasta las cumbres de los Andes. La puna catamarqueña es otra región llena de sorpresas. Al pie de los volcanes más altos de los Andes, localidades como Belén, Tinogasta, Londres y Andalgalá tienen cada una un atractivo que la hace única, y no es el menor la cordialidad de los lugareños.
Andalgalá, a pesar de su reducido tamaño y de su aspecto provinciano, es una de las principales poblaciones de la provincia. Hoy duerme al margen de los movimientos de la historia, pero sus edificios denotan una intensa actividad y una cierta prosperidad que se remonta a fines del siglo XIX, cuando las minas de la región la convirtieron en un centro industrial con hornos de fundición, comercios de primera línea e importantes movimientos de personas. Aunque ya no llega el tren, hoy quedan la estación, las torres de los hornos, y otros cuantos recuerdos. Las Minas Capillitas, sin embargo, bien supieron reconvertirse: es allí donde se extrae la rodocrosita, ese carbonato de manganeso de color rosado tan particular, que no existe al parecer en ninguna otra parte del mundo. El Museo Mineralógico y Folklórico Municipal dedica por supuesto buena parte de su colección a la actividad minera y muestra, además de la rodocrosita, todos los minerales que se pueden encontrar en las montañas locales.
Belén, por su parte, es un puñado de manzanas sembradas entre cordones montañosos. Es una ciudad con cierto encanto, tranquila y auténtica, cuya historia se remonta al año 1681. Allí está el Museo Cóndor Huasi donde se exhibe una excelente colección de piezas arqueológicas de culturas aborígenes. En las casas de artículos regionales vale la pena tomarse el tiempo de estudiar los ponchos. Ya sean en lana de oveja o de llama, son piezas de gran valor artesanal, que le dan a Belén un sitial de honor entre los productores de estas prendas.
De Londres a la Puna
A unos quince kilómetros, se encuentra el pueblo de Londres. Su inolvidable nombre no encaja –es lo menos que se puede decir– con su aspecto. Así como la Montecarlo misionera sólo comparte el nombre con la homónima ciudad de la Costa Azul, el Londres de Catamarca está muy lejos de los súbditos de la reina: el pueblito tiene sólo un puñado de calles, pero así y todo tiene también su linaje. Este lugar perdido en los márgenes de la Puna fue bautizado así en homenaje a la reina de Inglaterra María Tudor, la esposa del rey Felipe II de España.Londres fue fundada en el año 1558, pero no tuvo su emplazamiento actual sino hasta el siglo XVIII. Luego de su primera fundación fue abandonada a causa de ataques de los indios. Fue repoblada y abandonada en total tres veces. Paradójicamente, el único centro de interés de Londres es el mismo foco de resistencia que la obligó a existir con intermitencias de los siglos XVI a XVIII. Las ruinas de Shincal son los vestigios de un potente centro urbano indígena, que culminó en los siglos XV y XVI y era una de las ciudades más australes de los pueblos tributarios del imperio inca.
En Tinogasta, el centro urbano más importante del oeste de la provincia, hay dos museos arqueológicos, el Robaudi y el Alanis. Tinogasta es a la vez una de las puertas para recorrer la ruta del Adobe, el punto de partida para seguir la ruta que conduce hasta el increíble Paso San Francisco, en la frontera con Chile, un paso internacional a unos de 4748 metros de altura, en medio de la Puna. En el camino, se pasa por las Termas de La Aguadita, con piletas construidas en el flanco de una quebradita para bañarse en las aguas sulfatadas y cloruradas de efectos benéficos para la salud. Hay más termas en las afueras de Fiambalá, con aguas que brotan naturalmente a 60ºC, y también se puede optar en el mismo camino por las aguas termales de Saujil.
Cuando hay tiempo, bien vale la pena ir hasta Chile por el Paso San Francisco, si bien se debe tener en cuenta que la elevada altura exige un vehículo preparado. El camino discurre tranquilo en un paisaje donde asoman algunos de los picos más elevados de la Cordillera. El aire se enrarece y el oxígeno escasea, pero la atmósfera se torna cada vez más diáfana. A la distancia se suelen ver manadas de guanacos y hasta los cardones desaparecen para dar lugar a un paisaje mágico, como fuera del mundo, sólo bordeado de grandes picos, extensas ondulaciones, viento blanco de arena y una enorme, infinita soledad. Hay que bajarse para una foto infaltable en el hito fronterizo, sujetándose lo suficiente como para resistir el viento implacable y un frío que revela impiadosamente la altura. Del otro lado, espera la espléndida Laguna Verde, bajo la sombra centinela de los Ojos del Salado.
Lo que dejó el tiempo
La historia de Catamarca se remonta hasta los más antiguos centros de civilización prehispánica que se dieron en el territorio argentino actual. El Shincal es el principal emblema del avanzado nivel de sociedad formado por algunas de las etnias presentes en la región. Al norte de la provincia, en la Puna, no lejos de la ciudad de Santa María, y cerca del límite provincial con Tucumán, las ruinas de Fuerte Quemado y Cerro Pintado son otros dos testimonios de la presencia indígena y su grado de civilización. En Santa María, el Museo Eric Borman muestra piezas que se encontraron en estos sitios. La región se conoce como el Valle del Yokavil, que vio tejerse una densa red de urbanizaciones en épocas precoloniales.
La otra cara de la historia de Catamarca, luego de la llegada de los españoles, debe buscarse en las capillas que florecieron a partir del siglo XVII en toda la provincia. Sus estilos varían según las épocas en que fueron construidas, pero muchas de ellas se conservan sorprendentemente intactas. Las más antiguas son de estilo colonial, construidas en adobe, con techo de paja, tiento y caña. En los últimos años, un programa de restauración permitió recuperar algunas de las capillas y establecer una ruta turística. Esta Ruta del Adobe pasa por las principales construcciones entre Tinogasta y Fiambalá (cruzando El Puesto, la Falda, Andacollo y Anillaco, homónima de la localidad riojana), para conocer oratorios, patios sombreados, reliquias religiosas y hasta el sabor de un pan casero amasado amorosamente por los cuidadores de estas capillas que en algunos casos son monumento histórico, y en otros reliquias familiares.
Vale recordar que las capillas no sólo tuvieron que resistir el paso del tiempo, el soplido del zonda y los ataques indígenas, sino también losterremotos de una tierra que sabe de sacudidas intensas. Sin embargo, pese a su aparente fragilidad, son ideales para resistir en el clima seco catamarqueño, lo que les permitió atravesar indemnes varios siglos. Y en eso está el secreto de su encanto: como tantos otros lugares de esta provincia discreta, de riquezas poco ostentosas pero verdaderas, un retazo del pasado viene al encuentro del viajero y se hace presente, instalándose para siempre en el corazón y el recuerdo de quienes probaron la dulzura de la tierra catamarqueña.