SUR DE MENDOZA > LA RESERVA TOTAL LA PAYUNIA
Con más de 800 conos, La Payunia probablemente sea la región con mayor densidad de volcanes en todo el planeta; un tesoro natural casi desconocido en nuestro país que mide 450.000 hectáreas cubiertas por planicies de ceniza negra y kilométricas coladas de basalto. En el corazón mismo de la reserva, un establecimiento rural a cargo de una familia de puesteros ofrece alojamiento y la única alternativa para explorar a fondo la desolada zona, hasta la laguna de Llancanelo.
› Por Julián Varsavsky
Con una densidad de 10,6 volcanes por cada 100 kilómetros cuadrados, La Payunia aspira al cetro de ser el campo geográfico más prolífico en volcanes de todo el mundo. Los cálculos no son sencillos, pero según los estudios científicos La Payunia tiene más volcanes que sus dos rivales: la región de Kamchatka –en Rusia– y el cinturón volcánico de Michoacán y Guanajuato, en México. Pero, estadísticas al margen, la reserva es uno de los lugares más curiosos y espectaculares de nuestro país, poco conocido por estar en una zona apartada y fría durante el invierno.
Desde hace tres años una familia de puesteros que viven en medio de la nada en La Payunia adaptaron su puesto rural –en sociedad con una persona de Buenos Aires– para recibir ahora turistas ofreciéndoles un buen nivel de confort y la cercanía necesaria para recorrer la compleja vastedad de esta región. Muchas personas visitan La Payunia desde la ciudad de Malargüe, pero las excursiones diarias son extenuantes por lo largas y no alcanzan para desmenuzar toda la riqueza que encierra esta gigantesca reserva natural.
Los Sagal son una familia de puesteros que habitan dentro de la inmensidad solitaria de La Payunia. Están netamente arraigados en la soledad, ya que nacieron allí al igual que algunos de sus antepasados. Desde siempre viven de la cría de ganado caprino y bovino, y a su actividad rural le han agregado ahora la tarea de recibir turistas. Para ello construyeron dos confortables habitaciones con baño privado que permiten al visitante interactuar con el tranquilo ritmo de vida de un puestero rural. Cuando planificaron el proyecto turístico la idea era justamente que Don Aldo y su familia no cambiaran demasiado su modo de vida; que siguieran alimentando a sus vacas y sus chivos, que cocinaran exactamente los mismos platos y que oficiaran de guías para recorrer una zona en la que es imposible internarse por medios propios. Si el visitante llega al Puesto La Agüita al mediodía, Don Aldo seguramente lo recibirá con un chivito asado con pan casero, y luego lo llevará a realizar alguna de las excursiones de medio día.
Al recorrer las extensas planicies rodeadas de volcanes que conforman La Payunia, pareciera que avanzamos entre los restos apagados de aquella bola de magma burbujeante que fue la tierra alguna vez. Ya no hay más humo ni lavas ardientes, pero reinan el silencio y la reseca desolación de un gran cementerio geológico, donde solo quedan las renegridas marcas de un cataclismo universal. Entre volcán y volcán, ásperas lenguas de lava negra endurecida dividen al medio la inmensidad de los valles. Y la superficie de estas lenguas de roca calcinada crean fantásticas formaciones que a lo lejos parecen los restos de una ciudad perdida.
Vamos en una camioneta 4x4 rumbo al cráter del volcán Payún Matrú, mientras desfilan tras la ventanilla una serie de majestuosos volcanes perfectamente cónicos cuyas entrañas estallaron alguna vez en medio de un “Apocalipsis” de fuego. Los hay de 200 hasta casi 4000 metros de altura. Y prácticamente la totalidad del terreno está cubierta por productos de naturaleza volcánica. Al pie del volcán Santa María –en el Campo de Bombas– descendemos del vehículo para caminar sobre una extensa planicie cubierta por millones de piedritas negras de unos 2 centímetros, que se acumulan conformando un extraño arenal negro de granos extremadamente gruesos. Su origen es la lava del volcán, que se fue degradando hasta partirse y desmigajarse por todo el suelo. Desperdigadas en el terreno encontramos además numerosas piedras redondeadas del tamaño de una bala de cañón antigua, que adquirieron su forma al ser despedidas por los aires en estado incandescente por la furia del volcán.
Al valor geológico de La Payunia se le suma una importancia ecológica de primer orden. El aislamiento geográfico y lafalta de agua han mantenido a La Payunia prácticamente deshabitada, salvo por la presencia de algunos puesteros. En consecuencia, esta es un área segura para diversas especies de animales que la eligieron como refugio por la ausencia del género humano.
La Payunia es un área de transición entre las provincias fitogeográficas de Monte y Patagonia, con elementos vegetales y animales de las dos. Al recorrer la zona, la aparición de la fauna marca un fuerte contraste con el desierto calcinado. La especie más común es el guanaco, cuya comunidad alcanza unos 11.000 ejemplares que aparecen a lo largo de todo el viaje correteando a la par de la camioneta. Cada tanto su figura solitaria se ve recortada en el filo de una montaña, observándonos con atención de centinela. Por lo general aparece primero el macho jefe de la manada, que advierte a los demás la presencia de intrusos con un largo y sostenido relincho. Entre sus particularidades, este camélido tiene dientes muy filosos que le permiten cortar los bocados vegetales sin arrancar la planta de raíz. Además, bajo sus pesuñas tienen una especie de almohadillas que no dañan el terreno y de esa forma conservan la escasa naturaleza en la que sobreviven. Su principal predador es el puma.
Los paseos por La Payunia son –en su mayor parte– en camioneta 4x4. El trayecto hasta la caldera del volcán Payún Matrú es uno de los imperdibles, una verdadera excursión de aventuras donde las camionetas son exigidas al límite. Una vez que dejamos atrás el Campo de Bombas, comienza un desgastante traqueteo con subidas y bajadas que obligan a estudiar cuidadosamente el terreno. La meta está a la vista y la grandiosidad del volcán Payún Matrú (3.681 m.s.n.m) resulta engañosa, haciéndonos creer que está cerca. La camioneta trepa por la ladera norte sujetándose al suelo con gran esfuerzo, mientras el nivel de inclinación es cada vez más empinado. Al darnos vuelta para observar el valle a nuestras espaldas, vemos la inmensa colada negra que se extiende por 17 kilómetros de largo conocida como el Escorial de la Media Luna. Allí el volcán Santa María vació por completo su contenido, derramándolo por todo el valle como un río de lava.
Cuando la camioneta ingresa en la caldera del volcán, el paisaje es un poco desconcertante. Durante su última gran explosión, hace miles de años, el Payún Matrú se quedó sin sostén y colapsó hundiéndose sobre sí mismo. El resultado es una impresionante caldera de 9 kilómetros de diámetro con una cristalina laguna de aguas inmóviles en el centro.
La vastedad del cráter nos hace perder otra vez la noción de las proporciones. La laguna parece cercana, pero la caminata entre oscuras rocas gigantes nos insume media hora. Finalmente llegamos al centro de la caldera, junto a la laguna, al pie del pico Nariz de Marín, que es un resto de la antigua cima desplomada del Payún Matrú. Ahora sí, estamos parados frente uno de los paisajes más hermosos y extraños de nuestro país, en el centro de una descomunal caldera volcánica con forma de anfiteatro. La sensación es la de haber llegado al núcleo mismo de un pequeño infierno extinguido, donde por contraste reina la paz más absoluta del universo.
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