turismo

Domingo, 14 de abril de 2002

VIAJES DE OTOÑO LOS COLORES DEL SUR ARGENTINO

Patagonia otoñal

Desde los Andes a la Península Valdés, desde Neuquén a Tierra del Fuego, la Patagonia se puede visitar en otoño para descubrir todos los matices del rojo y el dorado en los bosques andinos, los hielos de los glaciares o las primeras ballenas en el Golfo Nuevo. Paseos por tierra y por agua en San Martín de los Andes, Bariloche, la costa de Chubut, El Calafate y Usuhaia.

Por Graciela Cutuli

No hay mal que por bien no venga. En el caso del turismo, la implementación del corralito y la devaluación redujeron la posibilidad de viajar al exterior, pero hicieron incrementar sensiblemente el turismo nacional. Las pasadas vacaciones de Semana Santa lo demostraron y la industria turística nacional está aprovechando este cambio con muchas ofertas y servicios para facilitar la llegada de los turistas. Este otoño, aunque hayan pasado los fines de semana largos, y antes de las vacaciones de invierno, hay varias alternativas para quienes quieren disfrutar de los colores del sur.

Los Andes y los lagos La llegada del frío y de las primeras nieves en San Martín de los Andes y Bariloche recortan algunas salidas de turismo aventura, pero los paseos en los bosques son incomparables por la belleza con que el otoño colorea las copas de los árboles. Si en primavera esta región parece un verdadero jardín florecido, en otoño los amarillos y rojos del follaje forman un cuadro que parece salido de la paleta de un impresionista.
En San Martín de los Andes se pueden aprovechar las paradas en los bares y confiterías para probar las especialidades locales mientras se visitan los clásicos de la zona: la Municipalidad (una réplica más sencilla del Centro Cívico de Bariloche, en estilo montañés patagónico), el Museo de Primeros Pobladores (que recuerda, entre otras cosas, los primeros tiempos del esquí en la zona) o la sede de la intendencia del Parque Nacional Lanín. Como en verano, las atracciones principales están sin embargo en la afueras del centro: el mirador de las Bandurrias, con su hermosa vista sobre el lago Lácar, el cerro Chapelco y una parte de la ciudad; el mirador Arrayán, que tiene una casa de té, y una excursión a la Quila Quina, que se puede hacer en barco si el tiempo lo permite. Otras opciones son una visita al cerro Chapelco, que con un poco de suerte ya tendrá el blanco de las primeras nieves de la temporada, y salidas de pesca en los pocos lugares todavía abiertos a la pesca con mosca, la modalidad deportiva más difundida en el sur, que promueve la captura y devolución de los peces para permitir la conservación del recurso.
Para bajar a Bariloche, la clásica Ruta de los Siete Lagos es aún más linda que en verano, gracias a los nuevos colores del paisaje. Lo mismo ocurre en el Circuito Chico, en las afueras de Bariloche, y la península Llao Llao, ya a orillas del Nahuel Huapi. Antes de llegar a Bariloche, vale la pena por supuesto hacer escala en Villa La Angostura, sin duda uno de los lugares más refinados de toda la Patagonia. Además de disfrutar de sus ofertas gastronómicas, es el punto de partida para visitar la península Quetrihué, una suerte de parque dentro de otro parque, para proteger un bosque único en el mundo: el de arrayanes. Desde Villa La Angostura, se puede ir a pie hasta el bosque de arrayanes, en tanto desde Bariloche es imprescindible hacerlo navegando por el Nahuel Huapi.
En Bariloche la frescura del otoño les da nuevo sabor a los chocolates que desparraman su perfume desde las casas asomadas a la calle Mitre, en el centro comercial de la ciudad. A pesar de su natural crecimiento, la ciudad conserva su encanto. El Centro Cívico merece una primera visita: no sólo por la belleza de la plaza y la vista sobre el lago, sino también por la armonía de los edificios que crearon el estilo arquitectónico montañés patagónico (aunque es una pena que después no se haya pensado en mantener la arquitectura barilochense más allá de este conjunto).
Lo demás figura ente los clásicos del turismo en Argentina: visitas al hotel Llao Llao (con la capilla San Eduardo y el Puerto Pañuelo, de donde salen lanchas que ofrecen llegar a Chile por agua), Colonia Suiza, el Circuito Chico, cruceros en el lago hacia el bosque de arrayanes o la isla Victoria (cuyo hotel acaba de reabrir luego de varios años a puertas cerradas), ascensos al cerro Otto con su confitería giratoria o al cerro Campanario en telesillas, y por supuesto visitas a los innumerables artesanos y fábricas de alimentos regionales que se encuentran al bordedel camino en toda la zona. Sin hablar de Villa Catedral, al pie del cerro, que ya en esta época del año se prepara para recibir esquiadores de todo el mundo, que vienen a disfrutar de la mayor estación de deportes invernales del continente.

Glaciares y Tierra del Fuego Para los que no se asustan con el frío, se puede llegar hasta El Calafate, la puerta que hay que abrir para ver los glaciares, o llegar más lejos aún, a Ushuaia, que ya vive bajo el ritmo de noches cada vez más largas.
Ahora que El Calafate tiene un moderno aeropuerto, muchas compañías ofrecen vuelos directos, evitando la travesía en micro desde Río Gallegos. Inmerso en ese paisaje patagónico de estepas, vientos y cielos diáfanos, El Calafate creció al ritmo del desarrollo turístico, pero conserva todavía el aspecto de un pueblo de colonos. Su calle principal es la única que tiene cierto aspecto comercial y concentra lo esencial de los servicios y negocios. Las estancias de la región funcionan en muchos casos como hoteles de lujo, buscando así en el turismo un complemento de los disminuidos ingresos derivados de la explotación del ganado ovino. El glaciar más famoso de toda la capa de hielos continentales que se comparten entre Chile y Argentina es el Perito Moreno. Se dice que es el único en el mundo que avanza, aunque hace ya varios años que no ha repetido el gran derrumbe con que finalizaba sus ciclos de cuatro años de avance hacia las aguas. Los científicos estudian si también él se rindió frente a los cambios climáticos que modifican la fisonomía de muchos glaciares en todo el mundo. Otro glaciar, muy impresionante aunque se vea desde muy lejos, es el Upsala, que baja de un valle andino para tapar un brazo del lago Argentino. Un crucero sobre el lago permite acercarse navegando entre témpanos, como un anticipo de un viaje a la Antártida. También se ven los glaciares Onelli y Spegazzini y se hace una parada para conocer el lago Onelli, enmarcado entre cerros y hielos como para una postal perfecta.
Si la opción elegida es Ushuaia, el viaje estará marcado por los rigores de un clima que podría ser un invierno en otras latitudes, pero con la magnífica luz otoñal de la región y la alegría de llegar o volver a llegar a uno de los lugares más míticos de la tierra. En la ciudad en sí, hay que visitar el Museo del Fin del Mundo y el Museo Marítimo establecido en el antiguo presidio. También están los paseos en barcos sobre el Canal de Beagle, el viaje a bordo del Tren del Fin del Mundo, excursiones a Monte Oliva y Cerro Castor (para anticiparse a las temporadas de invierno), el Parque Nacional Lapataia, en la frontera con Chile, donde termina el largo camino que recorre desde Buenos Aires la Ruta 3, y una visita a la estancia Haberton, con su flamante Museo Acatushún, inaugurado el año pasado, dedicado a las aves y los mamíferos marinos del Atlántico Sur.

Bienvenidas ballenas Otra alternativa para la temporada es visitar la Península Valdés. Los vientos que la azotan se hacen a veces crueles, pero vale la pena salir a recibir las primeras ballenas que llegan a las aguas del Golfo Nuevo cuando ya está avanzado el otoño, hacia fines de mayo. El punto de partida para los avistajes es Puerto Pirámides, un puñado de casas bajas escondidas al borde de una playa encerrada entre dos lomas. No tiene muelle, de modo que con tractores se lleva a los turistas hasta los botes dentro del mar. Los avistajes duran una hora o dos horas en temporada, entre julio y noviembre. El resto del año, con menos presión turística, no es raro que los barcos se olviden de los límites que impone el reloj en busca de más ballenas para visitar, o para seguir a los grupos de delfines que gustan de jugar con las embarcaciones.
Al ingresar, o antes de dejar la península, hay que detenerse en el Centro de Interpretación situado en el istmo Ameghino, la estrecha franja de tierra donde comienza la península, tan angosta que hay un lugar desde donde se puede ver el mar a ambos lados: el Golfo Nuevo por uno y el GolfoSan José por otro. En Punta Delgada, sobre la costa oriental de la península, el faro forma parte de un creciente complejo turístico. Sus instalaciones fueron reconvertidas en un insólito hotel, donde el único compañero es el viento, y con un poco de suerte se recibe de vez en cuando la visita de las orcas que nadan por la zona. La opción más clásica y menos agreste, de todos modos, es pasar la noche y hacer base para las visitas por la zona en Puerto Madryn. Más lejos está la pingüinera de Punta Tombo, una visita que es mejor dejar para otras épocas del año, ya que la mayoría de los pingüinos está en alta mar.

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El otoño acentúa la placidez y extrema belleza de los lagos del sur.
 
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