LAOS > EL PUEBLO DE LUANG PRABANG
Según la Unesco, Luang Prabang es el poblado antiguo mejor preservado de todo el sudeste asiático y por eso es Patrimonio de la Humanidad. Ubicado en una península en la confluencia de los ríos Mekong y Khan, en 1353 fue la capital del Reino del Millón de Elefantes y aún conserva 33 templos budistas construidos hace unos 500 años. De épocas más recientes, exhibe una serie de edificios franco-coloniales que acentúan su ambiente eurasiático.
› Por Julián Varsavsky
Alrededor del año 1000 los gongs de los monasterios budistas de Luang Prabang retumbaban cada amanecer para recordarle a los fieles que debían llevar las ofrendas de comida a los ascetas que bajaban en procesión desde la montaña. Diez siglos después, el mismo ritual se repite con rigor ancestral: al clarear el día una serie de monjes muy jóvenes, totalmente rapados, aparecen en fila vistiendo túnicas de color azafrán que los remontan al tiempo del Buda. Las mujeres se arrodillan a su paso para ofrecerles arroz con verduras y pollo servidos en cuencos de madera. Esta escena cargada de misticismo se repite día a día en un pueblo de 15.000 habitantes donde 500 de ellos son monjes budistas que viven en un ambiente sereno y sagrado, en el cual cada acto de la vida cotidiana está regido por un ceremonial milenario que todos parecen arrastrar desde la eternidad.
La guerra y la paz Laos es una pequeña nación del tamaño de Inglaterra donde el tiempo se detuvo en la década del cincuenta, mientras que sus vecinos –Tailandia, China y Vietnam– avanzan sin frenos por el rumbo tecnológico del siglo XXI. Laos es también uno de los países más pobres de Asia, y ostenta además el raro “privilegio” de ser el país más bombardeado de la tierra. Durante la guerra de Vietnam, Laos era supuestamente neutral, pero entre su vegetación selvática corría la línea de abastecimiento del Viet Cong conocida como la Ruta Ho Chi Mihn. A lo largo de 9 años seguidos una bomba norteamericana cayó sobre Laos cada ocho minutos, un total que supera las que fueron arrojadas sobre todos los países que intervinieron en la Segunda Guerra Mundial.
La victoria de Vietnam en la guerra impulsó en Laos el triunfo de una revolución socialista dirigida por el partido Pathet Lao, que se hizo cargo de un país devastado hasta sus cimientos. Pero lo más curioso de todo esto es que en los últimos años el gobierno socialista ha hecho un vuelco en su política de Estado y ahora promueve el budismo al tiempo que aplica una economía de mercado. Hoy en día Laos se ha convertido en un país pacífico y hospitalario que hace apenas una década se ha abierto al turismo. Y no sería exagerado decir que la mayoría de sus habitantes viven inmersos en la tranquilidad contemplativa del budismo.
Si Laos y su capital Vientiane son el paradigma de ciudad indochina de los cincuenta –compartiendo con Saigón los aires coloniales afrancesados–, en el poblado norteño de Luang Prabang el tiempo parece haberse detenido mucho antes.
Según los expertos de la Unesco, Luang Prabang es el pueblo antiguo mejor conservado del sudeste asiático, con una arquitectura budista que se remonta hasta los comienzos del siglo XVI, combinada con el estilo colonial francés de la década del cincuenta del siglo XX. Las razones por las cuales Luang Prabang se preservó son –como casi siempre– fortuitas, ya que todo se explica por el aislamiento geográfico y también político de un lugar al que hasta hace muy pocos años solo se podía acceder por el río. En la actualidad los caminos no han mejorado mucho, pero se ha agregado la alternativa del avión. Como resultado, a diferencia de las ciudades asiáticas del siglo XX, aquí no hay multitudes, ni autos abarrotando las calles, ni polución. Es una típica aldea asiática congelada en el pasado.
El antiguo esplendor de Luang Prabang se debe a que en 1353 el rey Fa Ngum fundó aquí el reino de Lan Xang (“del Millón de Elefantes”), cuya riqueza estaba ligada a su ubicación estratégica en un cruce de la Ruta de la Seda. Además de sus monumentos budistas más antiguos –como la gigantesca stupa That Makmo, levantada en 1503–, Luang Prabang fue embellecido en el siglo XIX con unos 60 templos-monasterios que desarrollaron un estilo muy singular con techos a dos aguas y dos o tres tejados curvos superpuestos, que en algunos casos terminan muy cerca del suelo. De los templos originales quedan 33 (una desproporción para un lugar tan pequeño)y también 111 edificaciones de estilo laosiano-francés, un legado de la colonia. Luang Prabang está en una península montañosa que ingresa en la confluencia de los ríos Mekong y Khan, donde los templos afloran semi escondidos entre una vegetación tropical con centenares de palmeras sobresaliendo por encima de las casas.
En 1560 el rey Say Setthathiarath hizo construir en el extremo de la península de Luang Prabang un conjunto de templos y santuarios llamado Xieng Thong, a los que se considera el punto más alto del arte tradicional religioso de Laos. El templo principal es el prototipo del arte laosiano, con su techo a dos aguas descendiendo a cada costado con la elegancia de las alas de una paloma. En los extremos del techo cuelgan unas campanitas que tintinean mecidas por el viento y las paredes están decoradas con incrustaciones de cristales de colores.
En uno de los templos secundarios hay un Buda gigante de bronce que posa recostado, lanzando una mirada condescendiente que parece seguir al visitante desde que entra hasta que sale del templo. En otras capillas la imagen de Buda tallada en toda clase de materiales parece multiplicarse como en un cuento de misterio, mientras que en la pared descansan desde hace siglos unos códices medievales escritos en sánscrito que relatan la historia del príncipe Siddharta. Pero el más curioso de los edificios es uno que alberga una barcaza funeraria recubierta de oro. La última vez que se la utilizó fue en 1959 cuando luego de varios meses de muerto, el rey pudo ser cremado previa autorización de los astrólogos. El cadáver fue llevado en la barcaza con ruedas por las calles del pueblo hasta un pequeño estadio de fútbol y su cuerpo se incineró ante los ojos de todos los pobladores reunidos para la ocasión.
En el centro mismo de Luang Prabang se levanta el monte Pousí, una colina de 150 metros de altura con escalinatas y santuarios budistas rodeados de un misticismo que envuelve hasta al más racional de los occidentales. La ascensión al monte Pousí por los trescientos escalones que conducen a la cima es una especie de peregrinaje budista que simboliza el camino al nirvana. En el trayecto hay pequeños santuarios y árboles sagrados que son el preludio del templo de That Chom Sii y su asombrosa stupa dorada que se divisa desde casi todo el pueblo. El templo data de 1802 y a su alrededor hay estatuas al aire libre colocadas sobre las rocas junto a pequeñas cavernas. Y así como el gran Templo Dorado de la capital Vientiane vendría a ser un relicario que alberga un diente de Buda, en este templo se exhiben unas huellas que se dice habrían sido impresas por el pie de aquel príncipe que se convirtió en asceta y más tarde encontró el “camino medio” en las bondades armoniosas de la vida.
A comienzos del siglo XIX, el reino de Siam (actual Tailandia) –que dominaba Laos–, cedió ese territorio a los franceses, quienes pasaron a manejar los hilos del poder dejándole al rey de Laos un papel decorativo que compensaron con la construcción de un ostentoso palacio. Unos pocos centenares de franceses alcanzaban para controlar el reino, donde la principal exportación nacional era el opio.
Con la revolución socialista la monarquía fue abolida y la familia real terminó deportada a un campo de reeducación. El palacio fue convertido en Museo Nacional donde se exhiben los tesoros reales. Allí está la representación más sagrada que existe de Buda para los laosianos, una estatua de 83 centímetros de alto, forjada en oro hace unos dos mil años en Sri Lanka. Su nombre es Prabang –de allí la denominación del pueblo– y llegó a Laos en 1349 como un regalo del emperador Khmer de Camboya para el rey laosiano Fa Ngum. Esta estatua es considerada por la mayoría de los laosianos como la principal fuente de protección espiritual para el país. Entre los tesoros del palacio real hay dragones tallados en marfil, Budas de piedra de todos los tamaños y hasta una piedra lunar obsequiada porRichard Nixon y un rifle con perlas incrustadas que regaló Leonid Brezhnev.
Luang Prabang es un lugar impregnado de misticismo hasta sus entrañas. Allí el ritmo de vida de sus pobladores fluye con la misma lentitud dorada que refleja el río Mekong cada atardecer. Un viajero que quiera sentir Laos con intensidad deberá abandonar su hotel y su guía para salir a caminar a la deriva. Alejándose apenas un kilómetro estará en medio del campo entre verdes plantaciones de arroz que traspasan el infinito. Allí las casas están elevadas a un metro del suelo sostenidas sobre pilotes de madera. Y en el camino el viajero se cruzará con cazadores que regresan del bosque con primitivos rifles –casi tan largos como sus cortos cuerpos–, para dirigirse al mercado donde rige la ley del trueque. Junto al río probablemente se encontrará con un grupo de monjes soltando a la deriva un bote de madera colmado de velas encendidas para conmemorar el fin de la estación de lluvias.
Así es la vida contemplativa de estas personas cuya filosofía innata aspira a eliminar el sufrimiento mediante la supresión del deseo de cosas mundanas y materiales. A simple vista –aun con muchas carencias– las personas del pueblo parecen vivir plenamente cada momento de su vida. Y para el visitante, el enigma de Laos es tratar de descubrir la fibra más íntima de esta otra racionalidad –inalcanzable por derecho propio para nosotros occidentales–, que se pone de relieve en la sencillez de los quehaceres del campo, en el acto sutil y trascendente de salir a caminar por un jardín. Es el placer del rito por el rito mismo, alimentado por una luz perenne que para ellos se encierra en el pequeño éxtasis de un instante.
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