Dom 14.08.2005
turismo

COSTA RICA SELVA Y PLAYAS SOBRE EL CARIBE

Naturaleza bien protegida

Con un territorio de sólo 51 mil kilómetros cuadrados, Costa Rica es uno de los países con mayor biodiversidad del planeta. Y también una diversidad cultural con raíces africanas, europeas y americanas. Un viaje al Caribe costarricense a través de los parques nacionales Cahuita, Tortuguero y el paraíso junto al mar de Gandoca-Manzanillo.

Costa Rica es un paraíso verde para ecologistas y viajeros de todo el mundo que buscan aquellos lugares donde la naturaleza no ha sido degradada. En su territorio, de apenas 51 mil kilómetros cuadrados, alberga una de las mayores biodiversidades del planeta. Hay registradas 850 especies de aves; miles, incontables, especies de mariposas diurnas y nocturnas y una gran variedad de flores tropicales (solamente de orquídeas existen 1200 especies). Hoy, Costa Rica –entre otras cosas porque una parte considerable de su economía se sostiene sobre el turismo de naturaleza– tiene el sistema de parques nacionales más evolucionado de Latinoamérica, con más de 36 áreas protegidas.

A esta diversidad del mundo natural se le suma una diversidad humana que reúne en un país muy pequeño a culturas y razas de, por lo menos, tres continentes: América, Europa y Africa.

ESPIRITU CARIBEÑO Parecería que el mar Caribe tuviese un espíritu más persistente que el espíritu de los países a los que pertenece, una unidad de estilo que se impone más allá de las fronteras nacionales. Así, por ejemplo, Guatemala, país de inequívocas raíces mayas, tiene en la costa caribeña un pueblo llamado Livingston, que está habitado por los Garífuna, negros descendientes de esclavos africanos que pueblan también Belize y las islas del Caribe hondureño. Los Garífuna hablan un inglés creole mezclado con elementos de otras colonias europeas y del maya, y su cultura tiene aspectos comunes con la rastafari de Jamaica: cierta religiosidad, la música reggae y la danza, el estilo de vida pacífico y despreocupado, las tradiciones de raíz afro y también, infaltables, los cocoteros y los dreadlocks.

Lo mismo sucede en Costa Rica que, por otra parte, es un país con escasa población originaria indígena. En los tiempos de la Conquista, las culturas precolombinas ofrecieron poca resistencia a los españoles, y desaparecieron sin dejar mucho rastro. Los habitantes de hoy, los indefinibles “ticos”, son criollos de piel oscura que hablan un español con acento norteamericano. Se hacen querer por su generosidad y simpatía, y tienen la virtud de ser uno de los pueblos más educados, respetuosos y liberales de Latinoamérica. Lo cierto es que, además de una gracia envidiable para bailar merengue, el viajero no encontrará muchos rasgos exóticos en cuanto a “tradición”. En el Caribe, sin embargo, el espíritu negro es el que marca los ritmos, los colores, y sobre todo, una religiosidad singular, ese aspecto tan profundamente arraigado en las culturas afro fuera de Africa (además de la rasta del Caribe, existe, por ejemplo, el vudú en Haití, y la religión umbanda y yoruba en Brasil). En Costa Rica, la cultura negra fusiona sin contradicciones al protestantismo, aportado por los colonizadores ingleses del Caribe, con la religión rasta de raíz africana. No obstante, todo lo que concierne a la rasta se mantiene en profunda reserva, y solo se habla en voz baja después de que el forastero demuestra ser persona confiable.

COSTA CREOLE Cuando se atraviesa el país rumbo al este comienzan a aparecer los signos que anuncian la cercanía con el Caribe: las tierras bajas y húmedas, una selva tupida que termina en palmeras y playas de una arena muy blanca, y más allá, la línea turquesa del mar acompañada siempre por una franja de nubes lilas cerca del horizonte. Pero no sólo va cambiando el paisaje: al llegar al pueblo de Puerto Viejo de Talamanca, el viajero percibirá que ha dejado atrás la Costa Rica hispana y latina, la de los criollos que hablan en español y viven del cultivo del café bajo el pulso de los volcanes.

El pueblo consiste en algunas calles de tierra junto al mar, un correo, una escuela, casitas de colores rodeadas de jardines increíbles en donde no se distingue la mano del jardinero de la selva natural. Las playas de arenas blancas y cocoteros se extienden interminablemente a lo largo de toda la costa. Las gentes locales son negros de cara plácida y ropas alegres, que viven de una agricultura de pequeña escala y de la pesca. Muchos de ellos no van jamás al médico, ya que tienen una hierba para cada mal. Este conocimiento de las plantas medicinales así como la cocina y la música de esta zona de Costa Rica pertenecen a la cultura negra creole que habita las tierras del Caribe.

PARQUE CAHUITA Al norte de Puerto Viejo hay otra población caribeña del mismo estilo, Cahuita, en donde la vida nocturna es más agitada y el look Jamaica, mucho más acentuado. Por las noches, algunos bares sobre la playa se transforman en discos rasta al aire libre, en donde el merengue y la salsa se bailan mano a mano con el reggae. Aquí, los negros y mulatos bailan el reggae y la salsa como dioses, mientras los viajeros se admiran y hacen lo que pueden. Al este del pueblo está la entrada al Parque Nacional Cahuita, uno de los más visitados en Costa Rica, con forma de península que se interna en el mar. Un sendero recorre por varios kilómetros la imponente jungla a pocos metros de la playa. El explorador atento podrá encontrarse con distintas especies de monos, mariposas, papagayos, tucanes, colibríes, pelícanos, iguanas, lagartijas, los inquietantes perezosos, y otras especies tropicales. La playa de aguas cristalinas tiene un arrecife de coral que, con poco esfuerzo y sin arriesgar la vida, regala una experiencia “Jacques Cousteau”: peces loro azul, ángel, isabelita, y corales de nombres tanto o más poéticos, como cuerno de alce, cerebro, abanico de mar, coral de fuego; muchos dicen que es uno de los mejores sitios de Costa Rica para practicar snorkelling.

TORTUGAS EN PARTO Bastante más al norte de Cahuita se encuentra el Parque Nacional Tortuguero. En este lugar, desde julio a octubre las tortugas van a desovar en la orilla del mar. El viajero que tiene la oportunidad de presenciar el momento espectacular en que cientos de tortugas enormes invaden la playa, o el nacimiento masivo de las crías, tendrá la sensación de penetrar una ceremonia privada de la naturaleza que será difícil de olvidar. El Tortuguero es además un lugar excelente para la observación de vida silvestre en general, tanto desde las embarcaciones que recorren el río en el parque como desde los senderos en la selva. Además de aves, monos, perezosos y cocodrilos, puede verse aquí la extraña lagartija Jesucristo, que se llama así porque puede caminar (más bien correr) sobre las aguas. Otro animal extraño es el manatí o vaca marina, un mamífero de agua dulce parecido a la foca que hace cinco siglos los conquistadores, tal vez afiebrados por la soledad, confundieron con bellas sirenas.

UN EDEN DE SELVA Y MAR Hacia el sur de Puerto Viejo el camino pasa por las pequeñas comunidades de Punta Uva y Manzanillo, y termina en el Refugio Nacional de Vida Silvestre Gandoca-Manzanillo, a 13 km de Puerto Viejo por un camino de tierra. Esta reserva está enteramente sobre el mar, y por el sur limita con Panamá. Es un mundo de sombras verdes que se va haciendo cada vez más majestuoso. Los árboles gigantescos, de varios cientos de años, albergan encaramadas a sus troncos a miles de plantas de hojas enormes que tienen su hábitat lejos del suelo. Por momentos, el sendero que recorre la Reserva sube y baja por los acantilados a donde el mar va a estrellarse; luego vuelve a internarse en la selva, donde aletean miles de mariposas y se escucha el canto de las aves que la pueblan. Después de horas de caminata, es tiempo de zambullirse en el agua. Entonces, al acercarse al mar se descubre por qué se dice que aquí, en Gandoca-Manzanillo, están las playas más hermosas de Costa Rica. Toda la playa está absolutamente sola, desierta, la arena fresca bajo la sombra de los almendros y, por si fuera poco, el coral divide la línea de la costa en pequeñas caletas que suavizan el ímpetu de las olas y construyen pequeños edenes privados. En esa casi intocada belleza se percibe la inocencia y el poder de un paisaje vivo.

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