Dom 04.09.2005
turismo

NORTE DE CHILE SAN PEDRO DE ATACAMA Y ARICA

Fumarolas en el desierto

› Por Julián Varsavsky

San Pedro de Atacama es un poblado de 2500 habitantes de la Región de Antofagasta, ubicado en la inmensa altiplanicie que se forma entre la Cordillera de los Andes y el océano Pacífico, justo por encima del trópico de Capricornio. La mayoría de sus casas son de adobe y mantienen el estilo original que le imprimieron al pueblo los primeros españoles que llegaron a la región a partir de 1550. De aquellos tiempos, San Pedro mantiene una parte importante de su arquitectura, levantada alrededor de una plaza central con un cabildo. El pueblo es en verdad un oasis en medio del Desierto de Atacama, una de las zonas más resecas del mundo a 2400 metros sobre el nivel del mar.

Por las angostas callejuelas de San Pedro circulan todos los días centenares de viajeros que convierten al aislado pueblito en un sitio muy cosmopolita, con gente de las nacionalidades más diversas, en especial mochileros.

Geiseres en la madrugada A 89 kilómetros de San Pedro –en pleno desierto de Atacama– se encuentra uno de los escenarios naturales más asombrosos de Chile: un campo geotérmico con más de cien géiseres y fumarolas rodeados por una serie de imponentes volcanes nevados. A los Géiseres del Tatio se llega muy temprano en la mañana (a las 5.30) para caminar mientras amanece entre los ensordecedores chorros de agua y vapor de los géiseres, que forman columnas de hasta diez metros de altura. Es un espectáculo con reminiscencias del purgatorio cuyo final coincide con la salida del sol, cuando la furia de la Pachamama se apacigua con el calor.

El fenómeno de los géiseres se produce como consecuencia de la vaporización de las corrientes de agua subterránea que entran en contacto con el magma volcánico a gran profundidad. Es así como los violentos chorros de vapor salen despedidos hacia arriba a través de angostas fisuras en la corteza terrestre. La temperatura ambiente –a 4200 metros sobre el nivel del mar– desciende por debajo de cero grado y contrasta con la temperatura del agua que brota desde las entrañas a 85 grados centígrados. Las recomendaciones previas incluyen llevar ropa muy abrigada, pero también protector solar, traje de baño y una toalla. A las seis de la mañana, finaliza el show de la naturaleza; los géiseres han perdido presión hasta convertirse en un suave burbujeo de fango en la tierra. Al mediodía, cuando la temperatura sube hasta los 20 grados, se visitan unas termas con aguas calientes que relajan los cuerpos entorpecidos por el madrugón.

El Valle de la Luna Allí donde el Salar de Atacama se encuentra con la Cordillera de los Andes, hay una gran depresión en el terreno formada hace 22 millones de años, donde alguna vez existió una laguna salada que al evaporarse dejó a la vista un salar. El extraño lugar –ubicado a 13 kilómetros de San Pedro– es el Valle de la Luna, uno de los principales atractivos turísticos de la región. El valle se caracteriza por tener una sequedad tan absoluta que no se percibe el más mínimo vestigio de vida en su superficie, ni animal ni vegetal.

La singularidad del terreno en el Valle de la Luna es ser muy susceptible a los efectos del viento, cuya erosión produce una serie cambiante de extrañas formaciones sedimentarias con escarpes rojizos, amarillentos, verdosos y azulados. Durante el paseo se camina entre crestas filosas, montículos y hondonadas que conforman un escultórico paisaje desolado donde no queda claro si así habrá sido la tierra en sus orígenes o si éste será el paisaje que reinará algún día, cuando todo se termine.

Se recomienda hacer la visita al Valle de la Luna al atardecer, reservando para el momento cumbre la Duna Mayor. Allí un observador agudo descubrirá una estrella solitaria por encima del horizonte, apuntalando el volcán Licancabur. Es el planeta Júpiter, visto desde esta “luna” chilena. A medida que el sol decae, los cerros y desfiladeros se van coloreando con tonos pastel, mientras el viento sopla entre las rocas y el cielo pasa de rosa a púrpura y a negro.

Arqueología y antropología San Pedro de Atacama es considerada la capital arqueológica de Chile. Pero en esta zona del Altiplano también existen pueblos indígenas que mantienen sus culturas ancestrales, en particular, la aymará. Además de haber preservado sus expresiones folklóricas y religiosas, así como sistemas agrícolas con técnicas de regadío en terrazas, muchos de sus integrantes se van de sus pueblos durante meses enteros para pastorear con sus llamas y alpacas en lo más lejano de esta vasta meseta volcánica.

Según los arqueólogos, hace unos 11.000 años se asentaron de manera estable los primeros pueblos del norte de Chile, dando origen a la cultura de Atacama. Dejaron de ser nómadas para dedicarse a la agricultura, alcanzando un alto nivel de complejidad en sus técnicas con la construcción de terrazas o andenes de cultivos al pie de los cerros. Así producían siete variedades de maíz, porotos, papas, quínoa y algodón, mientras desarrollaban la ganadería, fundamentalmente la carne y la lana de las alpacas y llamas, que a su vez servían de transporte. Así pudieron practicar el trueque con otros pueblos. A lo largo de los siglos recibieron la influencia de los tiawanaku de Bolivia, los incas del Perú y más tarde de los aymará. Al llegar las expediciones de Diego de Almagro y Pedro de Valdivia a mediados del siglo XVI, los españoles describieron a los atacameños como un pueblo tranquilo y abierto.

El antiguo poblado de Tulor, con más de 2800 años de historia, es uno de los sitios arqueológicos que se visitan desde San Pedro. Ubicado a 10 kilómetros de Atacama, aquí se observa cómo se construyeron las casas de barro con forma circular, adosadas una a la otra e intercomunicadas por pasadizos, que testimonian la adopción de una vida sedentaria.

Para conocer a fondo el impresionante valor histórico y cultural de la zona de Atacama se debe visitar también el Pucará de Quitor, una fortaleza preincaica ubicada sobre un cerro a tres kilómetros de San Pedro. Este pucará mide 2,5 hectáreas y está totalmente amurallado tras una pared de piedra. Data del siglo XII y en su interior encierra alrededor de doscientos compartimientos habitacionales levantados con paredes de piedra. En 1540 el pucará fue invadido por los españoles, quienes llegaron a caballo blandiendo armas de fuego. Y tanto los caballos como los arcabuces eran desconocidos por los nativos, así que la desigual lucha terminó con la decapitación pública de todos los caciques.

El tercer eje del recorrido arqueológico en la zona es el Museo Padre Le Paige, nombre de un sacerdote jesuita que en 1958 identificó los primeros restos de la fortaleza de Lutor y se dedicó a estudiar con mucho empeño las culturas antiguas de la zona. Se debe tener en cuenta se trata de uno de los museos dedicados a culturas prehispánicas más completos de Sudamérica. Fundado en 1963, alberga unas 380.000 piezas arqueológicas que recorren 11.000 años de historia atacameña.

Las costumbres ancestrales de enterrar a los muertos con sus principales pertenencias para que lo acompañaran a la otra vida facilitaron el trabajo arqueológico del sacerdote. Así se recuperaron los restos de 5100 ajuares funerarios que se exhiben en el museo. Entre las piezas más impactantes de la exposición están las momias indígenas y una infinidad de tejidos y objetos de cerámica, cobre y bronce.

Montañas saladas La Cordillera de la Sal es una extraña formación surgida de un antiguo lago que al evaporarse hace millones de años dejó al descubierto una salina. Y como consecuencia de los movimientos tectónicos un sector de este lago se elevó formando una cordillera. Pasando este lugar se llega al Salar de Atacama, otro vasto “mar de sal” que mide 3000 kilómetros cuadrados, bordeado por las Cordilleras de los Andes, de Domeyko y de la Sal. Esta deslumbrante planicie blanquecina tiene en su interior una serie de lagunas saladas de colores azul, turquesa y rosado, donde habita una variada avifauna. Al ser imposible visitarlas todas hay que optar por algunas, que podrían ser las del sector oriental del salar, a 62 kilómetros de San Pedro. Allí hay un sistema de lagunas y vegas donde el visitante puede tomar baños termales. Una de las más bonitas es la laguna de Chacsa, habitada por flamencos rosados, chorlos de la puna y gaviotas andinas.

Arica Una recorrida completa por el norte de Chile debe incluir la llamada Primera Región de Tarapacá, ubicada sobre la costa que limita con el sur de Perú. Su centro turístico es la ciudad de Arica, cuyos alrededores resguardan tesoros arqueológicos de primer orden. Se puede comenzar por el Museo San Miguel, que alberga una serie de momias de la cultura Chinchorro –con 7000 años de antigüedad–, consideradas las más antiguas del mundo, dos mil años más viejas que las de Egipto. Pero el punto culminante de la visita a Arica son los geoglifos de Azapa, a 4 kilómetros de la ciudad. Se trata de dos paneles gigantes hechos con piedra sobre la ladera de una montaña, denominados La Tropilla y Cerro Sagrado. El primero muestra un conjunto de camélidos conducidos por dos chamanes y el segundo tiene dos figuras antropomorfas que estarían vinculadas a colonias incas de hace varios cientos de años en la zona del Altiplano chileno.

En el camino hacia Iquique –desde Arica– se visita otro conjunto de geoglifos realizados entre los años 1000 y 1400 después de Cristo, sobre la ladera del cerro Unitas. En este conjunto de veintiún figuras sobresale la de un humanoide de 86 metros de largo que representa a un jefe tiawanaco, con un gorro de cuatro puntas y su báculo de mando. Este impresionante geoglifo, rodeado por una inmensa soledad, es uno de los más grandes que se hayan realizado por alguna cultura antigua en todo el mundo.

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