Dom 18.09.2005
turismo

MISIONES > LOS SALTOS DE MOCONá

La otra catarata

Una excursión por la selva misionera para conocer los extraños Saltos de Moconá, donde el río Uruguay cae sobre sí mismo en una sucesión de cataratas a lo largo de un gran escalón natural de quince metros de alto y tres kilómetros de largo. Y también la estadía en una posada en medio de la selva virgen para nadar en paz por el río Paraíso.

› Por Julián Varsavsky

En el sudeste de Misiones existen unos extraños saltos de agua muy distintos a las famosas Cataratas del Iguazú, rodeados por una naturaleza más virgen que permite otra clase de acercamiento al universo selvático, imposible de captar en una visita relámpago a Iguazú. Este viaje a la esencia de la selva y a la cultura misionera –esa mezcla en un territorio común de colonos centroeuropeos e indios guaraníes– se puede abordar en un viaje de fin de semana largo a la zona del Parque Provincial Moconá.

Los Saltos de Moconá se formaron hace millones de años como resultado de una falla geológica que produjo un hundimiento del terreno, dejando al descubierto un gran escalón de piedra que mide tres kilómetros de largo por quince de alto. Y justo por allí pasa el río Uruguay –que limita con Brasil–, cuyo curso se quiebra por la mitad y cae sobre sí mismo en una catarata larga y continua, muy diferente a las del Iguazú. El fenómeno es único en el mundo, ya que luego el río avanza encerrado entre dos paredes de basalto oscuro, por donde se navega disfrutando de un espectáculo natural muy llamativo y poco conocido en el país.

Travesia misionera

A lo largo de la Ruta 2, camino a Moconá, el pasto crece hasta el borde mismo del asfalto y parece a punto de invadirlo. El fragante verdor de los pastizales impregna el aire y pareciera que se cumple una orden suprema de arborizar cada centímetro del terreno, sin dejar claros. Aunque en verdad cada vez aparecen más manchones de la hermosa tierra roja misionera, que hace apenas cincuenta años atrás era imposible ver por estar cubierta de selva.

La excursión parte desde la ciudad de Posadas en una camioneta 4x4 y casi enseguida se entra en la zona de transición hacia la selva, con sus bananos y árboles medianos cubiertos de enredaderas. Después de la impactante visita a las Ruinas Jesuíticas de San Ignacio, se pasa por pueblos como Gobernador Roca, que alberga una colonia polaca, y Santo Pipó, donde hace ya varias generaciones se instalaron muchos inmigrantes suizos. En el trayecto se puede aspirar el aroma que emana de cada lado de la carretera: las plantaciones de té a la derecha, y las de yerba a la izquierda.

Al doblar por la Ruta 7 hacia el centro de la provincia, la vegetación comienza a elevarse de manera progresiva a cada costado de la ruta. En algunos segmentos, las ramas de los lados opuestos empiezan a acercarse entre sí, formando una galería de ramas y hojas. A lo largo de varios kilómetros aparecen junto a la ruta puestos de artesanías elaboradas por indios guaraníes que viven en precarias casas de madera ubicadas 20 metros más atrás, en plena selva. En esta zona los guaraníes conservan su idioma y también la cosmogonía religiosa que explica el origen del mundo a partir de la germinación del maíz.

Un balcón natural a la vera del camino ofrece un claro entre la vegetación, donde se descubre que se ha ascendido hasta lo alto de una sierra, frente a la cual se despliega un gran valle selvático. Allí abajo, las copas de los árboles parecen burbujear en la espesura vegetal como si fueran nubes vistas desde arriba por la ventanilla de un avión.

Al cruzar el arroyo

El Soberbio comienzan a verse cada tanto algunas casas de madera con techo a dos aguas y frente inglés, pintadas con vivos colores por los colonos europeos. Numerosos carros “polacos” de madera tirados por dos bueyes van a paso de tortuga con lugareños de pelo rubio y piel extremadamente blanca y roja. En ese trayecto, la vegetación a ambos lados del camino ha seguido ganando altura. Casi sin poder precisar el momento, se ha entrado en la selva: la camioneta avanza flanqueada por una muralla verde de 30 metros de alto que impide mirar más allá de su límite.

Un lodge en la selva

Un lodge de cuatro bungalows de madera con unos decks para descansar al sol es una de las opciones para alojarse en plena selva y desde allí recorrer el Parque Provincial Moconá. Ubicado junto al río Paraíso, muchos turistas también se instalan en este lugar durante varios días para descansar y caminar por los alrededores, observando la avifauna con la ayuda de prismáticos. Para estos paseos, basta cruzar el río para entrar a la Reserva de Biosfera Yabotí, que se puede recorrer con guías de origen guaraní. Allí, la espesura de la selva convierte los rayos del sol en un suave resplandor verde; todo el espacio del suelo más los estratos medio y alto están escrupulosamente ocupados. Las lianas se mecen sobre el sendero y en el trayecto hay que sortear troncos cubiertos de musgo y hongos, mientras se camina sobre un tapiz de hierbas y hojas y ramas en descomposición. En el estrato medio reinan helechos arborescentes, que alcanzan los siete metros de altura, y toda clase de cañas de bambú: tacuarembó (la más pequeña), tacuapí (medianas) y tacuaruzú (gigantes). El colorido aumenta cuando la infinita variedad de mariposas de la selva se acerca para revolotear mansamente sobre los brazos, la ropa y la cabeza de los caminantes. Y también cuando aparecen miríadas de colibríes vibrando en torno de monumentales lapachos negros para libar el néctar de su flor rosada. El sendero depara además una sorpresa: un gran Ivirá Pitá (o árbol cañafístula) de 400 años de antigüedad y 50 metros de altura, surcado hasta su “cima” por una liana tan gruesa y poderosa que sostiene una enorme rama desprendida del tronco.

Saltos atronadores

En la excursión a los saltos de Moconá, se navega lentamente en una lancha por el arroyo Yabotí, que desemboca en el río Uruguay. A cada costado se levanta una cadena de cerros verdes, con árboles cuyas copas están cubiertas por un entretejido de enredaderas que forman un interminable manto vegetal. Por momentos la bruma tapa gran parte del paisaje y el avance por el río evoca imágenes de la película Apocalipsis Now. Numerosos arroyitos bajan de las sierras para alimentar el cauce, y al remontar el río Uruguay el timonel acelera de repente a toda velocidad para entrar en un tramo del río flanqueado por paredes de oscuro basalto que miden 15 metros. En el costado izquierdo comienzan a aparecer las cascadas, una tras otra, a lo largo de dos kilómetros y medio. Son los Saltos de Moconá, que se recorren por el fragor de la corriente de un canal de espumantes aguas y remolinos. Los saltos se suceden cada vez con mayor frecuencia hasta formar una larga cortina de aguas atronadoras que estallan contra las rocas a cinco metros de la lancha, bañando la cara de los visitantes con su espeso rocío.

Al volver se desembarca en un claro donde se aborda una camioneta para llegar a la parte superior del salto. Allí hay que vadear el río, que en ese tramo tiene 220 metros de ancho, caminando con el agua hasta las rodillas y con sumo cuidado porque está lleno de rocas resbaladizas. Al final del trayecto son pocos los privilegiados que no se dieron un remojón a la fuerza. Se trata de alcanzar unas rocas para ver cómo el río se arroja al vacío desde una altura de 15 metros, provocando un rugido de aguas que repercute en los estremecidos huesos.

Después de la aventura, se regresa al lodge para reposar, aspirar el aroma a entrañas salvajes de la selva y nadar en paz en un pozón del río. Al partir rumbo a Posadas, con el resplandor del alba, se ha dejado atrás la selva y con ella un laberíntico mundo de sombras, cuyo susurrante misterio será imposible olvidar.

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