TURISMO RURAL EL RANCHO DE OPEN DOOR
Juegos criollos
A menos de una hora del centro de Buenos Aires, la chacra El Rancho ofrece una opción económica para pasar un día de campo en familia, con asado y clase de baile folclórico, jugando partidas de larga tradición gauchesca como la taba, el sapo y la herradura. Además, desayuno muy casero, campeonatos de truco, cabalgatas al aire libre y una granja educativa para los chicos.
Por Julian Varsavsky
En el pueblo bonaerense de Open Door existe una alternativa económica para pasar un día de campo disfrutando de un asado criollo de pura cepa. En la chacra El Rancho la jornada completa, desde las 10 de la mañana hasta el atardecer, con todas las comidas y bebidas, cuesta $ 19 por persona. Además del asado, el atractivo que distingue a El Rancho es la serie de juegos gauchescos que, sin sobreactuaciones ni falsa espectacularidad, ofrece a los visitantes para que se prendan en las partidas de taba, sapo y herradura.
De la vaca al sapo La jornada comienza a las 10 de la mañana con un desayuno bien casero (desde el pan a la mermelada, el dulce de leche y la manteca, todo es de elaboración propia). Durante un día de sol puede haber más de un centenar de personas, pero en las seis hectáreas hay espacio suficiente para todos. Después del desayuno comienza el recorrido por los distintos lugares de interés, como la antigua pulpería y la casa del casco original (El Rancho), cuyas gruesas paredes de adobe datan de más de un siglo atrás. Quien lo desea puede ordeñar una vaca y saborear in situ el resultado. Luego la gente se dispersa en varios grupos con los distintos animadores. Ha llegado el momento de los juegos de campo, empezando por la taba y la correspondiente explicación de su origen, cuando los gauchos encontraban esos huesos de vaca por el campo. La mayoría de los presentes se asombra al enterarse de que la cotidiana frase “ganó de culo”, que se utiliza tan a menudo, proviene del juego de la taba, y se refiere a cuando alguien gana una partida no por mérito propio sino porque el contrincante tiró y sacó “culo”. Al rato ya se arma un campeonato de taba, con árbitro y todo. Otros van entonces hasta una cuadrícula donde se juega a embocar herraduras en unos palos que, a su vez, tienen otra herradura en la parte superior. Después, llega el momento de jugar al sapo, ese tradicional juego de campo que consiste en lanzar unas fichas de hierro para embocarlas en la boca de un sapo metálico o en unos hoyos que lo rodean. Por último se juega a lanzar unas boleadoras que hay que embocar en un círculo demarcado sobre el pasto.
Los desafíos a los diversos juegos se suceden a lo largo de todo el día, mientras que en la pulpería muchos se trenzan en apasionados campeonatos de truco. En la cancha de fútbol, a veces se arma algún picadito. Los niños también se suman a los juegos y disfrutan además de un generoso espacio verde donde corretean a gusto entre los árboles. En cierta ocasión —recuerda Marta Valdez, dueña de El Rancho—, unos ejecutivos franceses decidieron pasar allí un día de campo en familia. Como temían que sus niños se aburriesen, gastaron una importante suma de dinero para alquilar un gran castillo inflable que los chicos —entretenidos con los animales de la granja y los juegos de campo— dejaron de lado olímpicamente.
Comida y chacarera El mediodía es el momento de las empanadas, que varios mozos sirven con vino y gaseosas sin límite alguno. La zamba llega junto con las empanadas y los primeros acordes de un grupo folclórico que ofrece un recital en el patio central, a la sombra de las acacias y los paraísos. El aroma de centenares de chorizos, achuras y toda clase de cortes de carne despierta un impaciente apetito. El almuerzo se sirve bajo un gran quincho cerrado con techo de paja, donde las bandejas van y vienen con trozos de carne todavía crepitante. A los cortes clásicos, se agrega abundante bondiolita y pechito de cerdo.
Antes de los postres comienza otro show musical, esta vez con clases de baile incluidas. Gran parte de los espectadores dan un paso al frente, eligen pareja y comienza la clase de gato y chacarera. Partiendo de lo más simple, todos hacen la media vuelta, la vuelta entera, el zapateo y el abrazo final. Entonces llega el carnavalito, que se baila en doble fila ejecutando el típico salpicadito jujeño. No faltan los pasos de chamamé, previo brindis general con champagne, y entonces se para el baile porque llega el helado. Algunos se dispersan a tomar sol por los jardines o aandar en sulki y a caballo, mientras que los demás siguen de fiesta al ritmo de las rancheras, los pasodobles, los valsecitos criollos, el merengue, o lo que se les ocurra escuchar o bailar.
Alrededor de las 17 los visitantes vuelven al comedor ya que, como lo indicia la tradición campera, es la hora de las tortas fritas y el mate cocido.
¿Y pa’ qué? Desde hace ya 6 años esta empresa familiar viene desarrollando su original propuesta. En las instalaciones del predio hay lugar de sobra para construir alojamientos y convertir a El Rancho en un negocio mucho más lucrativo. Pero ante la obvia consulta, los dueños responden explicando algo que se percibe a simple vista: ellos disfrutan tremendamente de su trabajo —además viven en el lugar— y no tienen intención de incorporar preocupaciones que los obliguen a ocupar el tiempo, mañana, tarde y noche. Para explicarlo mejor, Marta Valdez se toma su tiempo y nos cuenta un cuento de Landriscina. “Un pastor jujeño que realizaba su trabajo en los confines de la Puna recibió la visita de un yanqui que le recomendó tomar un préstamo para comprar cinco nuevas ovejas.
–¿Y pa’ qué? —dijo el jujeño.
–Para que produzca más lana y con ese dinero comprar más ovejas y producir más lana –respondió el yanqui.
–¿Y pa’ qué?
–Para que de esa manera puedas ahorrar y tener un terreno propio para pastorear.
–¿Y pa’ qué?
–Para que al aumentar mucho las ganancias puedas un día irte de viaje y pasarte dos semanas recostado a la sombra de un árbol, sin ninguna clase de preocupación.
Y con esa calma de la Puna, el pastor jujeño contestó:
–¿Y... qué estoy haciendo ahora?”.