TRAVESIAS: DE LA PUNA A LOS GLACIARES
De norte a sur, la Ruta 40 funciona como columna vertebral vial de la Argentina. Pronto algunas modificaciones extenderán su ya largo recorrido, parte de un plan que busca convertirla en un hito turístico a nivel internacional.
› Por Graciela Cutuli
Una larga cinta, de miles de kilómetros, une dos mundos tan distintos como pueden serlo el norte y el sur de la Argentina. En el extremo norte la cinta atraviesa volcanes extinguidos, pueblos mineros convertidos en sombras fantasmales, valles jalonados de cardones, desérticos salares y antiguas rutas quichuas. En el extremo sur la acompaña la sombra dominante de la Cordillera, entre moles de granito, cuevas de manos pintadas y hielos eternamente helados en glaciares. La cinta se llama Ruta 40 y sus más de 4500 kilómetros son una longilínea síntesis de la diversidad de paisajes argentinos, de sus culturas ancestrales y sus extensos territorios vírgenes. Desde siempre tierra mítica de viajeros aventurados, la Ruta 40 está destinada a convertirse en un recorrido turístico que será –según la intención de las autoridades de Turismo de la Nación en cooperación con la Dirección Nacional de Vialidad– una de las cartas de presentación de la Argentina en el mundo. Por eso se están estudiando modificaciones en su trazado, que extenderán su recorrido varios cientos de kilómetros y la harán pasar debajo del Tren a las Nubes, en el tramo norte, y junto a Bariloche, en el tramo sur. Un nuevo capítulo en una ya larga epopeya.
El “historiador de la Cuarenta” La Ruta 40 tiene su propio “Mr. K”. Desde los años ’50, Federico Kirbus –periodista especializado en automovilismo y turismo, autor de varias guías sobre la Argentina y sobre todo un gran conocedor y enamorado del Noroeste– recorre estos kilómetros que han cambiado de nombre y de recorrido ya otras veces, pero que jamás perdieron su esencia: la Ruta 40 es la columna vertebral del país y sus miles de kilómetros llevan desde la Puna hasta los glaciares. Una comparación sencilla ayuda a revelar su inmensidad: trasplantada a Europa, la Ruta 40 permitiría unir desde Lisboa hasta los Urales sin encontrarse casi nunca con un ser humano. Hace más de una década, Kirbus reunió años de experiencias, anécdotas y fotografías de la Ruta 40 en un libro que recuerda los tiempos épicos en que “a nadie en sus cabales se le hubiera ocurrido recorrer, siquiera por un breve trecho, la Ruta 40 por mero placer”. En el siglo XXI, esa “tortura convertida en ruta, mezcla de grava, polvaredas, vientos cortantes y asesina de cubiertas, demoledora de radiadores y trituradora de metales”, está a punto de convertirse en uno de los pasaportes de la Argentina turística hacia el mundo.
En el norte, la Ruta 40 comienza en Abra Pampa, para descender hacia Tres Morros y San Antonio de los Cobres, en un recorrido que sigue luego hacia La Poma, Cachi, Seclantás, Angastaco y Cafayate. Dejando atrás Tucumán, su recorrido ripiado y sinuoso se interna hacia Santa María, Punta de Balasto, Hualfin, Belén, Londres, Chilecito. Puntos más o menos pequeños en el mapa, a veces apenas un caserío barrido por el viento y quemado por el sol, cerca de nombres que hacen soñar: Casabindo, Santa Rosa de Tastil, el Valle Encantado, el Salar de los Pocitos, la Quebrada de las Flechas.
“La Cuarenta” se adentra luego en San Juan, dejando hacia el oeste el Valle de la Luna, para seguir hasta Mendoza y San Rafael, donde el paisaje cambia y comienza el trazado que se conoce como su sector sur. Se han dejado atrás los relieves coloridos de la cuesta de Miranda, los rojos acantilados de Talampaya, los penitentes de Agua Negra, para llegar a la tierra de los vinos. Como antiguamente la Ruta 40 nacía en la ciudad de Mendoza, los mendocinos siguen llamando “Kilómetro Cero” la esquina de San Martín y Garibaldi, el emplazamiento del antiguo mojón, que hoy se encuentra sin embargo en las afueras de la capital provincial. De aquí al sur, al viajero lo esperan El Sosneado, cerca de Las Leñas, Malargüe, Bardas Blancas, Chos Malal; es el comienzo de la Patagonia, del país de las araucarias, de los parques nacionales que rivalizan en belleza, mientras la Ruta 40 sigue corriendo sin prisa y sin pausa hacia el sur, dejando hacia el este a San Martín de los Andes y Bariloche, para volver a acercarse a la Cordillera cerca de El Bolsón. Y todavía faltan cientos y cientos de kilómetros: El Maitén, Esquel, Tecka, Alto Río Senguer, Río Mayo, Perito Moreno, Bajo Caracoles, Gobernador Gregores, Tres Lagos y después de dejar hacia el oeste El Calafate y el Parque Nacional Los Glaciares, la Ruta 40 gira bruscamente al este para desembocar en Río Gallegos. Es que se termina el continente y a diferencia de la Ruta 3, que salta por encima del estrecho de Magallanes, ésta es la punta de riel de “la Cuarenta”.
Sin embargo, pronto dejará de serlo: “La Ruta 40 –explica Kirbus, que acaba de terminar un relevamiento de la parte más septentrional y sus posibles nuevos trazados– se modificará en tres sectores. Al norte de Abra Pampa, el recorrido aún está por decidirse, pero seguramente pasará por antiguos pueblitos mineros como Paicote o Ciénaga, allí donde todavía se habla puro quichua y hay quienes viven del lavado del oro. Lo más notable es que, pasando San Antonio de los Cobres, el trazado de la ruta pasará por debajo del viaducto La Polvorilla del famoso Tren a las Nubes. En el sur, a la altura de Bariloche habrá otra modificación: la Ruta 40 ya no va a correr por la estepa patagónica sino que se acercará a la Cordillera, de Bariloche a El Bolsón, por el valle del río Limay, con la intención de lograr un itinerario más turístico. Y el último gran cambio es en el final de la ruta, que ya no terminará en Río Gallegos, sino en Cabo Vírgenes, futuro emplazamiento del nuevo Kilómetro Cero”.
¿Ruta 66? Aunque muchos comparan la Ruta 40 con otro recorrido mítico del nuevo continente, la Ruta 66 que cruza Estados Unidos de este a oeste, Kirbus descarta el parangón: “La Ruta 66 se hizo famosa por la novela de John Steinbeck Las viñas de ira, pero es una ruta en decadencia. La Cuarenta en cambio es palpitante, activa, de cultura milenaria”. A la hora de recorrerla –una aventura que conviene hacer en tres o cuatro tramos ya que bajar la Ruta 40 de norte a sur puede llevar tres o cuatro temporadas de vacaciones– hay que tener en cuenta que sólo un 40 por ciento de la ruta está pavimentado y el resto es un ripio bien transitable. Las mejores épocas del año para intentarlo son el otoño y la primavera. A pesar de los riesgos climáticos de estas soledades, sólo en dos lugares se corre el riesgo de no pasar: el Abra del Acay, en verano y si llueve, y cerca de Malargüe, si una tormenta de nieve con viento blanco impide ver incluso pocos metros hacia adelante. La discusión sobre si conviene o no pavimentar los más de 4500 kilómetros de la Ruta 40, que cuando se concreten los nuevos tramos superarán los 5000, lleva años: hay quienes la defienden, en pos de la accesibilidad y de la revitalización que daría a los tramos hoy abandonados, y quienes quisieran “conservar todo lo que se pueda su sabor original, como cuando era el único punto de unión entre chacras y estancias”. En otras palabras, como cuando la Ruta 40, lejos de ser un itinerario turístico, era una epopeya y una aventura. Como lo sigue siendo, felizmente, en buena parte de su infinito pero íntimo recorrido.
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