“Para mí la epopeya de la Ruta 40 había comenzado varias décadas atrás, al promediar los años ’50, cuando como periodista cubría paso a paso los Grandes Premios del ACA para máquinas TC y coches estándar. Al principio para nosotros, cronistas y fotógrafos, la sigla RN 40 era una de las tantas nomenclaturas con las que invariablemente nos enfrentábamos al seguir el intrincado recorrido de esas competencias de largo aliento. A veces los Grandes Premios enfilaban hacia el sur, por la RN 3; en otras circunstancias, al norte, por la RN 9, que llega hasta La Quiaca. Pero también recorrían la RN 7 a Mendoza o bien ascendían o descendían por el piedemonte de los Andes, justamente por la RN 40. Por entonces hacía ya unos veinte años que la Dirección Nacional de Vialidad le había asignado los números del 1 al 50 a las carreteras troncales que, salvo excepciones, salían casi todas, cual un gran abanico, desde la cabecera: Buenos Aires. A una de estas vías, formada por la unión de varios caminos preexistentes, le tocó a su turno recibir el número 40 (...). Con tanto recorrer y reconocer los casi 5000 kilómetros –‘mil leguas’, diría un criollo de ley– terminé haciéndome baqueano y en cierto modo experto de los distintos aspectos técnico-viales de la carretera. De la carretera y sus aledaños. Porque muchas de las curiosidades, singularidades, bellezas y atracciones no están exactamente sobre el camino mismo, sino que se hallan a cierta distancia y a ellas da acceso ‘la Cuarenta’. Ahí está su verdadero encanto y su importancia intrínseca.”
(Federico B. Kirbus. Mágica Ruta 40. Ediciones del Eclipse, 2004.)
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