Domingo, 18 de diciembre de 2005 | Hoy
EL CALAFATE > ESTANCIAS PATAGóNICAS
Camino al glaciar Perito Moreno existe una estancia con vista al lago Argentino que en otros tiempos se dedicó exclusivamente a la producción de lana. Hoy, además de ofrecer alojamiento turístico, se puede visitar para tomar un té con tortas, conocer los secretos de la esquila e incluso saborear un corderito patagónico al asador.
Por Julián Varsavsky
El Galpón del Glaciar es una estancia ubicada a 15 minutos de El Calafate. Al igual que muchas otras, la estancia funcionó como tal durante más de cien años hasta que los avatares económicos obligaron a sus dueños a utilizarla también para el turismo. Siempre fue una estancia chica –de 5000 hectáreas–, que se llamó Alice hasta hace poco más de una década. Originalmente había pertenecido a unos asturianos que se instalaron en El Calafate, en medio de la nada, en 1910.
La mayor parte de los visitantes no se aloja en la hostería de la estancia sino que contratan una excursión que se realiza de mañana (con almuerzo) o de tarde (con cena). Por lo general se visita el lugar al atardecer, luego de la excursión por el glaciar Perito Moreno. Al llegar se pasa a un amplio comedor con ventanales que dan al lago Argentino y se disfruta de un té con tortas artesanales. Y luego se sale en grupo con un guía para visitar la laguna de los Patos, un santuario natural con infinidad de aves que resulta muy atractivo para el avistaje de fauna.
En el trayecto a campo traviesa junto a la laguna el guía muestra las madrigueras donde hibernan las mulitas y explica que en el verano el espejo de agua se llena de macaes, gallaretas, parejas de cauquenes (blanco el macho y marrón la hembra), gaviotas, ibis e incluso algún flamenco. Cuando el constante viento patagónico empieza a molestar un poco el guía orienta a los viajeros hacia un gran arbusto de calafate donde se descubre con asombro que a su reparo ya no se siente el frío ni el viento. El agradable clima que preserva el calafate ya era aprovechado por los tehuelches para pasar la noche cuando salían a cazar choiques y guanacos. Además de sus flores amarillas y su sabroso frutito naranja, este arbusto tiene unas entradas en forma de túnel de ramitas que crean una verdadera habitación vegetal donde los tehuelches, indios nómadas por necesidad, muchas veces abandonaban allí a sus enfermos para poder continuar su eterna marcha, evitando así que todos pudieran morir de hambre en medio de la estepa.
Si bien la estancia ya no vive de la producción lanar, mantiene toda la infraestructura original del establecimiento ovejero. Es por ello que la visita resulta muy didáctica para entender el proceso original de donde proviene la materia prima de la ropa que usamos todos los días.
En primer lugar se explica que las ovejas son originarias de Asia Central (de Mongolia y Siria, aparentemente) y fueron traídas a América por Colón en su segundo viaje. Y entre 1890 y 1900, los primeros rebaños llegaron a la Patagonia desde las islas Malvinas. En nuestro país se crían dos tipos de oveja: la Merino (raza proveniente de Extremadura, con hocico rosado y pezuñas blancas) y la Corriedale, una cruza hecha en Nueva Zelanda que tiene el hocico y las pezuñas negros. El precio del kilo de lana en la actualidad es de entre diez y doce pesos, y la mayoría se exporta a China, Italia y Alemania –donde se hace el hilado–, y luego se la vuelve a importar a la Argentina (las empresas de hilado quebraron en la década del noventa). Argentina está entre el cuarto y el quinto lugar en el mundo en producción de materia prima de lana.
Después de asistir al arreo del rebaño, en el que un solo gaucho lleva a las ovejas con la ayuda de uno o dos vigilantes perros kelpie (mezcla de dingo australiano con border collie), se ingresa al galpón de esquila, que tiene unos ochenta años de antigüedad, donde se observa todo el proceso de producción de la lana. En primer lugar, las ovejas pasan por los bretes, que son como corredorcitos de madera que las enfilan a un lugar llamado playa o cancha donde las espera el esquilador con sus tijeras (en la actualidad lo más normal es rasurarlas con una máquina de dos hojas). Para inmovilizar al animal, el esquilador le realiza una serie de tomas sucesivas (dieciséis en total) mientras la va cambiando de posición para extraerle el vellón completo, que queda en elsuelo convertido en una sola pieza de lana. Luego de que el playero recoge la lana y la pasa a manos del clasificador, se prepara el fardo de doscientos kilos que va entonces al lavadero. Finalmente llegan el secado y el cardado.
Quienes realizan este trabajo no son personal fijo de una estancia, sino cuadrillas de veinte trabajadores llamadas comparsas que van recorriendo los distintos establecimientos y negocian un precio con los dueños por la esquila completa. En total tardan entre una semana y diez días en cada estancia. En general una comparsa comienza su trabajo en agosto en la zona de Corrientes y luego van bajando por la provincia de Buenos Aires hasta llegar al sur uno o dos meses después (en la Patagonia se esquila entre septiembre y noviembre). El contratista dueño de la maquinaria de esquila –quien está a la cabeza de la comparsa–, gana alrededor de 2,5 pesos por oveja, mientras que al final de la cadena están los agarradores y los prenseros, que reciben 0,095 pesos por cada oveja. Y en el medio está el esquilador, que gana unos 50 centavos por animal (uno con mucha destreza puede esquilar hasta doscientas ovejas por día).
Una vez terminado el recorrido por el galpón de esquila llega el momento más esperado de la excursión: el asado patagónico con buen vino. El sistema es con tenedor libre y se ofrecen distintos tipos de corte de vaca y corderito patagónico, el plato más pedido de toda la velada. En un escenario hay shows de folklore y tango, y como la mayoría de los turistas son extranjeros, uno tiene que escuchar la explicación obvia sobre qué es una zamba, por ejemplo, lo que de todas formas no le quita valor a la interesante visita al Galpón del Glaciar.
Además de la excursión para almorzar o cenar, la estancia ofrece un hospedaje en unos confortables dúplex de madera con vista al lago y a la estepa patagónica. Los huéspedes utilizan esta hostería como base para visitar el glaciar, además de poder conocer el proceso de producción de la lana. También realizan cabalgatas, salidas en bicicleta y trekkings en los alrededores de la laguna de los Patos, e incluso salen a pescar con los equipos de la estancia. Para los amantes de las flores hay un rosedal con doscientas rosas y un jardín con un millar de tulipanes. Desde la terraza de la hostería se puede observar con prismáticos la avifauna de la laguna y también ese brillo de diamante azul que irradian los témpanos en el lago Argentino.
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