Domingo, 12 de febrero de 2006 | Hoy
CARNAVALITOS > EN EL NOROESTE Y LITORAL DEL PAíS
Las celebraciones de Carnaval brillan en el Noroeste y el Litoral, donde conservan toda la fuerza de la tradición y son fiestas intensamente vividas por lugareños y turistas. De la Quebrada de Humahuaca a Gualeguaychú, una recorrida por los más emblemáticos carnavales argentinos.
Por Graciela Cutuli
Es el tiempo de los excesos permitidos, de la música, los disfraces y los bailes; también el tiempo de las ironías, las bromas, y los homenajes a la Madre Tierra: el Carnaval otorga, antes de que lleguen los tiempos austeros de la Cuaresma, una última fiesta popular donde se mezclan alegremente lo sagrado y lo profano, lo indígena y lo cristiano. Despojada ya de los significados de sus orígenes, cuando el Carnaval era el tiempo de liberar los instintos y, según una de las muchas versiones etimológicas, de orgías gastronómicas que agotaban las últimas reservas de carne de la primavera (“carni vale”, o carne adiós), pero también conectada con celebraciones prehispánicas, la fiesta de Carnaval tiene múltiples significados y muchas formas de festejo en la Argentina, donde sus manifestaciones más coloridas y vitales se conocen en el Noroeste y el Litoral. Febrero es el mes carnavalesco por excelencia, aunque desde enero y hasta principios de marzo los colores del Carnaval tiñen todo lo que tocan: de Este a Oeste, el Norte argentino invita a conocerlo en la época más alegre del año.
Las ancestrales tradiciones indígenas de la Quebrada de Humahuaca, sobre todo en pueblos como Purmamarca, Tilcara y Humahuaca, se combinan con los elementos de la liturgia cristiana en una fiesta que ya es todo un evento turístico. Y musical, si se recuerdan los famosos versos de “El Humahuaqueño”: “Llegando está el Carnaval / quebradeño, mi cholitay. / Fiesta de la quebrada / humahuaqueño para cantar; / erke, charango y bombo, / carnavalito para bailar”. Como en todo el Noroeste, el Carnaval jujeño coincide con la cosecha y el agradecimiento a la Pachamama, pero incorporó elementos propios de la festividad boliviana que no se encuentran en otras provincias de la región. Todo lo que es habitualmente silencio, calma y tranquilidad de pronto se llena de alegría y música, y los cientos de habitantes de cada pueblo –sobre todo agricultores y criadores de ganado– se lanzan a las calles a festejar sin límite, con acompañamiento de chicha e infusiones de coca. Cada pueblo tiene su particularidad, pero hay también elementos comunes que unifican la fiesta en toda la región, donde predomina la figura del diablo llamado Pujllay. En Humahuaca, la comparsa llamada Juventud Alegre es la encargada de desenterrar al diablo: con tres estruendos se le abren las puertas, y junto con Pujllay bajan de los cerros numerosos diablillos que bailan el tradicional carnavalito. La fiesta sigue con la entrada de las comparsas en los patios de las casas, para tomar y bailar, bien regada de chicha y matizada con las llamativas máscaras donde brilla todo el arte andino. También en Tilcara, por la tarde, cuando la fuerza del sol empieza a mermar, visitantes y turistas se reúnen y desentierran al Diablo Carnavalero, símbolo del sol que, según la tradición, fecunda a la Pachamama y permite el nacimiento de las plantas y frutos de la región. Desde los cerros bajan las comparsas, rodeadas de diablos, y entre todos se arrojan agua, talco, harina y coloridas serpentinas, hasta que todas las identidades se confunden y la alegría es sólo una. La música propia de estos momentos es la copla, donde hombres y mujeres cantan sus sentimientos acompañados por el instrumento musical llamado sencillamente “caja”. Estas coplas se cantan en ronda; generalmente es el coplero (a veces en grupos llamados cuadrillas) quien lleva la voz cantante, y la rueda que lo rodea repite su canto. Toda la tarde es buen momento para los “topamientos”, cuando las parejas se cruzan y bailan, y el aire es invadido por el aroma de la afrodisíaca albahaca. La fiesta termina el Domingo de Tentación, cuando cada grupo lleva su Pujllay y lo entierra hasta el año siguiente, aunque en otras versiones norteñas se lo rellena de fuegos artificiales para hacerlo estallar. Después, si todavía quedan ganas, la fiesta sigue con el Carnaval Chico y el Carnaval de las Flores.
En los primeros días de febrero empezaron los corsos de la capital salteña, con la participación de miles de personas que asistieron a los desfiles de 40 agrupaciones en el norte de la ciudad. El Carnaval se repite todos los fines de semana de febrero, y brilla por sus carrozas decoradas y los vistosos trajes de los participantes. La fiesta se extiende a muchas otras localidades salteñas, como Rosario de Lerma, conocida como la “capital del entierro del Carnaval”, la fecha en que las agrupaciones provinciales se reúnen para quemar a Pujllay como símbolo del fin de la fiesta. El Pujllay se va bien acompañado de regalos y frutos, para complacerlo y garantizar su regreso al año siguiente. Cajas, tumbadoras y otros instrumentos de percusión acompañan rítmicamente los coloridos trajes de pluma y lentejuelas, donde chicos y chicas de todas las edades se sienten los reyes del Carnaval. No faltan los juegos con agua, harina, papel picado y las coplas burlonas o amorosas. Además los tiempos de Carnaval coinciden en Cafayate con la fiesta conocida como Serenata a Cafayate, una muestra cultural que está considerada como una de las principales del norte argentino. Nació en 1974 por iniciativa del empresario Arnaldo Etchart, y hoy reúne durante este mes a jóvenes creadores e importantes artistas y músicos de todo el país.
Rodeada del paisaje de la prepuna, a 2000 metros de altura, y de los vestigios de la cultura calchaquí, Amaicha también celebra el Carnaval en coincidencia con las celebraciones de la Pachamama, la Madre Tierra, a quien se homenajea por la fertilidad de los cultivos y el ganado. Buena ocasión entonces también para las desbordantes celebraciones carnavalescas, donde se mezclan lo sagrado y lo profano, al son de las coplas conocidas como “joy joy”, donde la voz se acompaña sólo con el ritmo de las percusiones. El Carnaval es aquí tiempo de bailes, pero sobre todo de la elección de una anciana que representará a la Pachamama, junto a una joven que simboliza la fertilidad, y el Pujllay, el espíritu festivo del Carnaval. Es el momento ideal para probar el vino patero regional y las famosas empanadas tucumanas, en los puestos colocados alrededor de la plaza. En Famaillá, puerta de entrada a al valle del Tafí y las ruinas de Quilmes, también se reúnen miles de personas durante los corsos del Carnaval. Las semanas previas se llevan todo el trabajo para la preparación de los trajes y los desfiles, en los que participan varias comparsas y batucadas, pero el resultado vale la pena, y atrae a visitantes de todo el país.
Carnaval en La Rioja es la Fiesta de la Chaya, que se realiza este año entre el 17 y el 20 de febrero. La fiesta, de origen diaguita, es hoy día un sincretismo de elementos indígenas y españoles, dedicado al culto agrícola del dios Pujllay, que se celebra entre la cosecha y el otoño. No se trata entonces de un Carnaval propiamente dicho, pero en ese sentido tampoco lo son las otras festividades del Noroeste dedicadas en sus orígenes a rendir culto a las divinidades locales. El símbolo de la Fiesta de la Chaya es la caja chayera, un instrumento de percusión precolombino semejante a un tamboril que se usa en todo el Noroeste argentino. La fiesta gira en torno de Pujllay, personificado en un muñeco de trapo que encabeza la fiesta, y tres elementos más: la harina, el agua y la albahaca, que igualan a todos los participantes. Según la leyenda la Chaya era una niña india enamorada de Pujllay, que al verse rechazada se retiró a la montaña y se convirtió en nube. También se cree que Chaya deriva del quechua “challa”, que se refiere a la rociadura de un líquido, algo relacionado con los tradicionales juegos con agua de los Carnavales.
Las principales celebraciones de la Chaya se realizarán en el estadio Central de La Rioja durante las noches de Carnaval, con la actuación de conocidos folkloristas. Pero en cada barrio también se forman grupos o “pacotas” para bailar y saltar en pareja, arrojándose mutuamente agua y harina. Todo matizado con ramitos de albahaca, para acompañar la alegríade que febrero traiga el regreso de la Chaya y, con ella, el agua y alegría para la ciudad. Terminada la fiesta, el Domingo de Cenizas se quema del muñeco de Pujllay y con él terminan las celebraciones carnavalescas hasta el año siguiente.
El Carnaval catamarqueño se puede conocer en Belén y la zona de Tinogasta, aunque también otras localidades en los últimos tiempos están recuperando y revitalizando la fiesta. Varias localidades del valle de Pomán, en la falda occidental de la sierra de Ambato, lo celebran a la antigua usanza, en una zona conocida por sus viñedos, nogales y olivares. Belén por su parte es una localidad pequeña, situada a poco más de 1200 metros de altura, en el centro de una zona de chacras, y puerta de entrada a lo que se conoce como Circuito del Norte Chico, al pie del cerro El Mojón. No muy lejos se levanta Londres, la “cuna de la nuez”, que también está recuperando su Carnaval tradicional. Como en otras regiones del Noroeste, el Carnaval catamarqueño tiene coloridas comparsas, con sus personajes típicos: el diablo, el cacique y el presentador (o coplero), el viejo y la vieja. Suelen estar formadas por grupos de doce hombres, y entre las más conocidas se encuentran las de los Indios Diaguitas y Calchaquíes (en Mutquín), la de los Caballeros de la Noche (en Santa María) y la de Huaschaschi (en Andalgalá). Nuevas y viejas coplas, nuevos y viejos trajes, todo contribuye a dar nueva savia a estas clásicas fiestas populares que hoy retoman fuerza gracias también a la atracción turística que despiertan en todo el Noroeste.
Corrientes está considerada como la “Capital nacional del Carnaval”, y no hay localidad que no se vista de fiesta cuando llega febrero y es la hora de armar las comparsas: Paso de los Libres, Monte Caseros, Santo Tomé, Curuzú-Cuatiá, Mercedes, Esquina, Goya, Bella Vista y la capital se suman a la fiesta, con trajes vistosos, música alegre y la tonada guaraní que le da a la fiesta un toque particular. No hay calor que resista a las hermosas mujeres que forman las comparsas, ni a los hábiles percusionistas que le dan ritmo a la fiesta. El Carnaval correntino es una vieja tradición impuesta gracias a la población negra establecida en el siglo XIX, y goza de una visible influencia brasileña y sus “escolas do samba”, que luego se fueron corriendo más al sur hasta llegar a Entre Ríos.
En Gualeguaychú, todos los fines de semana hasta el 4 de marzo el “Carnaval del país”, como gusta promocionarse, recibe a los visitantes atraídos por un festejo que tiene también reminiscencias cariocas. El centro de la fiesta es el Corsódromo, un escenario al aire libre con capacidad para 35.000 personas sentadas, donde desfilan las coloridas comparsas entrerrianas. Gualeguaychú festeja el Carnaval por lo menos desde fines del siglo XIX, primero como una sencilla fiesta familiar y entre amigos que luego fue reemplazada por el desfile de comparsas y murgas, hasta mediados de los años ‘70. Fue en 1978 cuando un comerciante local propuso con éxito “profesionalizar” el Carnaval, incluyendo prestigiosas comparsas de Corrientes y Brasil y organizando espectáculos. Poco después nacieron las principales agrupaciones, que hasta hoy visten con su arte y alegría cada fin de semana de Carnaval: Papelitos, O’Bahia, Marí Marí (la primera en introducir ritmos de samba), Kamarr y Ara Yeví. Tienen como máximo 250 integrantes, cuatro carrozas y cuatro trajes de fantasía. De ellas sólo tres desfilan cada año, en forma rotativa, sobre un tema o argumento que desarrollan a través de sus diferentes partes: este año les toca a Ara Yeví, Marí Marí y O’Bahia. Habitualmente la comparsa se abre con la “comisión de frente”, una serie de figuras impactantes encargadas de atraer la atención del público, seguidas por la carroza de apertura, dos carrozas intermedias y una de cierre, tras lo cual llega la pareja de embajadores con la bandera, y las escuadras que representan diferentes subtemas. Aunque el Carnaval sólo dura algunosfines de semana, el trabajo que muestran lleva todo el año: los tocados, espaldares, trajes de fantasía y plumas son verdaderas obras de arte, que en el caso de los trajes pueden pesar hasta 80 kilos, a veces con el bordado de decenas de miles de pequeñas lentejuelas y mostacillas. El broche de oro de cada comparsa es el cortejo de la batucada, integrada por instrumentos de percusión, que parecen dialogar entre sí y sin duda enfervorizan al público a la vez que tratan de ganar para su agrupación la mayor cantidad posible de votos del jurado. Gualeguaychú es una fiesta sin par en el Litoral, y no se puede dejar de recordar que este año está comprometida también en la oposición popular entrerriana a la instalación de las papeleras sobre el río Uruguay.
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