Domingo, 12 de febrero de 2006 | Hoy
CóRDOBA > SANTA ROSA DE CALAMUCHITA
En el epicentro turístico de uno de los más hermosos valles cordobeses, Santa Rosa de Calamuchita, el tradicional lugar de veraneo en las sierras sigue siendo uno de los destinos preferidos para unas vacaciones familiares. Excursiones de trekking y 4x4 al cerro Champaquí, estancias serranas y una agitada vida nocturna para los jóvenes.
Por Andrés Marchesín
Santa Rosa de Calamuchita es una especie de paraíso ecológico al pie de las Sierras Chicas –en el centro de Córdoba–, que atraviesan las aguas del río Santa Rosa. Allí mismo, en pleno centro, está una de las numerosas playas que hacen de este balneario cordobés uno de los más visitados de la provincia en el verano. Pero lo singular de estas populosas playas es que se convierten en rincones solitarios con arenas blancas apenas 500 metros más allá de la aglomeración.
Aunque en general el río tiene poca profundidad, en uno de los balnearios situado a 7 kilómetros del pueblo se pueden hacer clavados desde 7 metros de altura. Es una playa que el humor cordobés bautizó Miami y está considerada la mejor de Santa Rosa debido a la calidad de sus 200 metros de arena y la profundidad de sus aguas, en las que se puede nadar tranquilamente. Para llegar al sector de la arena hay que cruzar el río caminando con el agua hasta la cintura. Es una de las playas preferidas por jóvenes y adolescentes, quienes hacen clavados a lo largo de todo el día. El balneario Santa Rita, ubicado a metros del centro de Santa Rosa, tiene un perfil más familiar. Las aguas llegan apenas hasta la cintura y en lugar de arena hay un fino césped donde la gente ubica sus reposeras. Allí se pueden alquilar parrillas para preparar asados junto al río.
La excursión más interesante que se realiza desde Santa Rosa es una ascensión en camioneta 4x4 hasta la cima del cerro Champaquí, el más alto de la provincia. Se comienza por la sinuosa ruta asfaltada que pasa por el pueblo de Villa Yacanto, para tomar luego un camino de tierra que alguna vez fue una senda indígena. Esta región fue habitada por los indios comechingones, cuyo aspecto alto y barbado sorprendió mucho a los españoles, acostumbrados a ver indios lampiños.
En el camino se pasa por los últimos relictos de la vegetación autóctona cordobesa, poblados de pájaros como la monjita –un ave blanca muy pequeña con la punta de las alas negras–, zorzales, pájaros carpinteros negros con la cabeza roja y aguiluchos de color marrón que descansan sobre los alambrados. Pero el ave que domina todo desde la altura es el cóndor, con su vuelo majestuoso de alas extendidas que planean en el aire, casi sin aletear.
A medida que se asciende comienza a desaparecer la vegetación y las rocas se agigantan, mientras a la vera de la carretera aparecen manantiales con hilos de agua que caen de las rocas y son bebederos naturales. Cuando los viajeros abandonan la camioneta para apreciar mejor algún balcón del paisaje, suelen acercarse las confiadas loicas –aves de pecho rojinegro-, ansiosas por picotear los restos de las galletitas como si fuesen palomas en la Plaza de Mayo.
En el camino a la cima del Champaquí aparece el puesto de doña Chavela, una anciana que vive sola en un rancho sin luz ni agua, donde se puede comprar queso, panes y tejidos hechos con lana que ella misma esquila, ovilla a mano y tiñe con tinturas naturales cuyo secreto nunca quiso revelar. Junto a su casa con techo de paja tiene a las ovejas, que le dan la leche para los quesos. Y mucha gente le encarga en el camino de ida unas hogazas de pan casero que retiran al regresar.
A cierta altura ya se circula sobre el filo de la cadena montañosa, a más de 2800 metros de altura, desde donde se vislumbra toda la extensión del Valle de Calamuchita, limitado por las Sierras Chicas. En un tramo aparece también a la izquierda un valle tan profundo como el otro: el de Traslasierra. Allí, la ladera escarpada del cerro cae como una pared sobre una llanura perfecta de 40 kilómetros de ancho, emparchada por retazos cuadrangulares de distintos tonos de verde según los cultivos.
Finalmente se abandona el vehículo para emprender una caminata hasta la cima del Champaquí. El clima veraniego cambia de repente y las ráfagas aparecen con furia haciendo flamear la ropa con vigor. Las rocas son cada vez más grandes y aparecen en los senderos algunas apachetas, acumulaciones de piedras para señalar la senda. Esta costumbre heredada de los tiempos del Kollasuyo implica que cada uno que pase por el lugar debe colocar una piedra más. Pero también hay pircas –cercas de piedra para guardar animales–, algunas realizadas por los comechingones y otras en mejor estado que construyeron más tarde los españoles. En total se camina unos 50 minutos hasta llegar sin mucho esfuerzo a la cima, el cráter de un viejo volcán donde ahora hay una pequeña laguna formada por un manantial. El paisaje, con los dos valles más hermosos de Córdoba a cada lado, se asemeja a un mar de rocas de oleaje gris asediando al cerro.
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