Dom 30.04.2006
turismo

TRENES TURISMO SOBRE RIELES

Invitación al viaje

La magia del viaje en tren sigue vigente. En viejas locomotoras de vapor o en los trenes más rápidos del mundo, el paisaje se ve diferente enmarcado por las ventanillas. Mecidos por el balanceo de los vagones sobre los rieles y arrullados por el acompasado traqueteo, sólo se

› Por Graciela Cutuli

El mundo se ve distinto desde la ventanilla del tren. Hay alguna magia en sentirse acunados por el traqueteo de los vagones que mantiene con vida el placer turístico del tren en tiempos en que ya se habla del turismo espacial. En el tren, y para el tren, siempre hay tiempo: tiempo para trazar con el dedo el itinerario en los mapas, para esperar en el andén el arribo de una formación llegada de quién sabe qué lugares, para dejar que el paisaje pase como una larga cinta enmarcada por una ventanilla como si fuera una diapositiva en movimiento. Hay quienes miran los carteles de las grandes estaciones con un pasaje abierto en la mano para elegir el destino al azar; quienes gustan de trepar las montañas en trenes que dan vértigo, y quienes quieren revivir experiencias literarias en trenes de la belle époque. Pero a todos los une el misterio de un viaje trazado por el itinerario obligado de las vías. Y la magia de una belleza como la que evocaba Blaise Cendrars: “Reconozco todos los países con los ojos cerrados por su olor / y reconozco todos los trenes por el ruido que hacen / Los trenes de Europa son de cuatro tiempos mientras que los / de Asia son de cinco o siete tiempos / Otros van en sordina; son canciones de cuna / Hay algunos que por el ruido monótono de las ruedas / me recuerdan la pesada prosa de Maeterlinck / He descifrado todos los textos confusos de las ruedas y / reunido los elementos dispersos de una violenta belleza / Que poseo / y que me acosa”.

Alla lejos y hace tiempo Para sentirse como un pionero de aquellos tiempos en que el tendido de las vías era la única manera de colonizar los lugares más remotos del mundo, los trenes de vapor son el escenario ideal de un viaje. Uno de los más famosos del mundo es la Trochita patagónica, que hoy realiza un recorrido corto entre Esquel y Nahuel Pan, cuya antigua estación en medio de la meseta patagónica fue convertida en viviendas que habita una comunidad indígena local. Sus locomotoras de vapor, construidas en Bélgica y Estados Unidos en los años ‘20, avanzan por una trocha angosta de 75 centímetros desde mediados del siglo XX. El viaje actual, que antes llegaba hasta Río Negro, recorre sólo 20 kilómetros a ritmo lentísimo: pero tiene todo el encanto de los vagoncitos angostos, donde la calefacción funciona gracias a hornos de leña, y los asientos de madera que fascinaron a Paul Théroux –uno de sus mayores difusores entre los viajeros anglosajones–, quien lo bautizó “Old Patagonian Express”.

En Bariloche también se volvió a poner en funcionamiento, manteniendo todas sus características originales, un tren histórico de vapor construido en Inglaterra en 1912. La excursión sale de la ciudad rionegrina para pasar por la estación Ñirihuau y con punto de llegada en la estación Perito Moreno (la antigua estación Los Juncos). Durante el viaje, que dura todo el día, se atraviesan bellísimos paisajes surcados por puentes y ríos, y hay paradas para tomar fotografías.

En America Latina tambien En diversos países de nuestro continente existen otros trenes de vapor turísticos que siguen atrayendo pasajeros en busca de revivir la sensación de un viaje de otros tiempos. Siempre en la Patagonia, pero del otro lado de los Andes, en el sur de Chile, se puede probar el sabor de un trayecto digno de principios del siglo XX: la Asociación Chilena de Conservación del Patrimonio Ferroviario organiza viajes en el tren de vapor El Valdiviano, que revive el ramal Valdivia-Antilhue-Valdivia pasando por las estaciones de Huellelhue, Pishuinco, Arique y Antilhue. En Paraguay, donde la Estación Central del Ferrocarril de Asunción fue la base del primer tren de vapor de Sudamérica, se han organizado paseos en estos vagones restaurados, saliendo de la capital rumbo a Aregua. Todos los domingos, el tren parte de la estación Botánico y recorre los alrededores de Asunción. Después de una pausa de media hora en la estación de Luque, se llega a Aregua, un pueblo que mantiene todavía sus construcciones coloniales, y es conocido por las plantaciones de frutillas y la producción de cerámica. Hay tiempo suficiente para navegar por las costas del lago Ypacaraí antes de volver a subir al tren deregreso a la capital. Y en Brasil también hay un imperdible tren de vapor cerca de Tiradentes, que se considera como la ciudad histórica mejor preservada de Minas Gerais, donde nació el héroe de la independencia brasileña Joaquim da Silva Xavier. Era entonces la edad de oro de las minas, que comenzaron a decaer en el siglo XIX. Aquí se puede tomar el tren de vapor Maria Fumaça, que va hasta la localidad de Sao Jose del Rei, en un trayecto de 30 minutos. En Sao Jose se visita el Museo Ferroviario, donde se expone la primera locomotora Baldwin utilizada en el viaje de inauguración de la Estrada de Ferro Oeste e Minas, en 1881.

Luxe, calme et volupté Lujo, calma y voluptuosidad, escribía Baudelaire. La mejor descripción de los trenes de lujo como el Orient Express y sus mellizos, nacidos en territorios tan distantes como Australia o el sudeste asiático con la vocación de recuperar los destellos de un mítico mundo ya desaparecido. El Orient Express original es el Venice Simplon-OrientExpress, dueño de una historia pintoresca y legendaria. Su primer servicio, cuando los vagones-restaurante y los vagones-dormitorio recién se habían inventado, se remonta a 1883, con una ruta inicial entre París y Giurgi (en Rumania, sobre el Danubio), pasando por Estrasburgo, Viena, Budapest y Bucarest. Luego llegarían destinos como Venecia y Estambul, en los tiempos dorados en que miembros de la realeza y celebridades, pero también espías, eran los huéspedes habituales del tren que inmortalizó Agatha Christie. Cada vagón tiene una historia propia, y las anécdotas a bordo abundan, con curiosidades y hasta tragedias. El cine también hizo lo suyo y hace pocos años hasta la malvada Cruella De Ville tuvo su momento en pantalla grande con el Orient Express.

La Segunda Guerra Mundial provocó la decadencia del tren, que cerró sus puertas en 1977. Sin embargo, la leyenda renació en 1982, cuando el Orient Express retomó, en vagones restaurados totalmente, la ruta entre Londres y Venecia. Desde entonces, “el viaje más romántico del mundo”, como se lo suele llamar, incorporó nuevos destinos a través de toda Europa y llevó su concepto de lujo a otros trenes y a hoteles en los cinco continentes. En la propia Buenos Aires, el grupo se hizo cargo del tradicional restaurante La Cabaña, ahora mudado al corazón de Recoleta. Y desde hace tres años la compañía Orient Express opera en Perú el servicio de lujo a Machu Picchu en el tren Hiram Bingham: el viaje dura un día e incluye el traslado en tren desde Cusco hasta Machu Picchu, traslado y entrada a la ciudadela, y servicio de té en el hotel Machu Picchu Sanctuary Lodge, que tiene vista sobre las ruinas incas y también es operado por el grupo. Se trata, sin duda, de una experiencia inolvidable dentro de otra experiencia inolvidable.

Con el mismo concepto de lujo a toda prueba, funciona en Australia el Great South Pacific Express, que recorre la costa de la Gran Barrera de Coral entre Cairns y Brisbane, con extensiones a Melbourne y

Sydney. Sólo que en lugar de divisar los picos sagrados de los incas, o los techos de pizarra gris de París, pueden divisarse desde su lujoso vagón observatorio las carreras de los canguros por la llanura australiana.

No menos apasionante es el viaje en el Eastern & Oriental Express, un tren esplendoroso que recorre el místico corazón de Asia, entre Tailandia, Singapur y Malasia, en elegantes vagones decorados por los mismos artesanos del Vence Simplon-Orient-Express, pero con inspiración, materiales y motivos chinos y tailandeses. El trayecto abarca unos 2000 kilómetros, y revive en cada detalle la atmósfera de los tiempos coloniales del sudeste asiático.

Trenes de montaña Los que no le tienen miedo al vértigo prefieren el tren para subirse hasta alturas vertiginosas, o en pendientes que no invitan a mirar demasiado hacia los costados. Los terrenos montañosos son todo un desafío para el trazado y tendido de las vías, y plantean a los ingenierosrompecabezas difíciles de resolver. Pero también, justamente por eso, ofrecen algunos de los más apasionantes trayectos que puedan imaginarse.

Para muchos viajeros avezados y apasionados del transporte sobre rieles, el Ferrocarril Chihuahua al Pacífico, conocido como Chepe, ofrece el mejor viaje panorámico en tren de todo el continente americano. Considerando el grado de competencia entre los paisajes de la región, no es una afirmación menor. En el noroeste mexicano, el tren une Chihuahua con Los Mochis, en la costa del Pacífico, a lo largo de 650 kilómetros que atraviesan el espléndido sistema de cañones llamado Barrancas del Cobre. En el corazón de la Sierra Madre occidental, el tren trepa hasta el pueblo de Creel, a 2339 metros de altura, y luego vuelve a bajar, curva a curva, hacia la costa. En la línea del Chepe funcionan dos servicios: uno local, más lento, y otro turístico que sólo se detiene en las estaciones más importantes.

Más al sur, los Andes a la altura de Ecuador también ofrecen un desafío inolvidable. En la línea Quito-Guayaquil se yergue como principal obstáculo el pico de la Nariz del Diablo, de 1900 metros, no suficientes para detener la marcha de un tren que algunos consideran como una verdadera montaña rusa. En 1901, un grupo de ingenieros trazó un recorrido que permite al tren bajar 800 metros en menos de dos kilómetros: no en vano lo han llamado “la vía de ferrocarril más difícil del mundo”. De la mano de ese tren fueron naciendo pueblos y fue llegando el progreso, aunque hoy todo es sólo la sombra de lo que fue. Los turistas parten de la estación de Riobamba y realizan el trayecto en el techo del viejo tren de carga, hasta el pueblito de Alausí, pasando por la Nariz del Diablo. El paisaje andino y las quebradas son impresionantes, lo mismo que el Chimborazo, el volcán más alto de Ecuador, con sus 6310 metros de altura. Todo queda en la memoria como una sucesión de imágenes increíbles, en un mundo que parece fantasma, si no fuera por la ansiedad de los chicos que esperan las golosinas que arrojan los turistas del tren, y tratan de vender sus tejidos a los desprevenidos que no hicieron suficiente caso del frío de los Andes.

El contraste es feroz cuando se piensa en otros famosos trenes de montaña, como el mítico Glaciar Express de Suiza, que recorre la ruta entre Zermatt y St. Moritz, entre algunos de los pasos más altos de Europa. El tren suizo, que sale a los pies del Matterhorn, cruza prósperos pueblos construidos en los flancos de las montañas, y hace casi difícil creer que a fines del siglo XIX esta zona era una de las más pobres de Europa. Entre subidas y bajadas, puentes, túneles y curvas, a través del valle del Ródano y entre los picos cubiertos de nieve, el Glaciar Express impresiona por sus proezas de ingeniería, con rulos y zigzags, pero sobre todo por la belleza del típico paisaje alpino, coronado en la estación de St. Moritz, destino final del viaje de este “expreso lento” digno de una postal.

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