CORDOBA > EN LAS SIERRAS CENTROEUROPEAS
Entre La Cumbrecita, Villa Berna y Villa General Belgrano, las sierras de Córdoba fueron el lugar elegido por numerosos colonos de origen suizo, alemán y austríaco para asentarse en la Argentina. Estas localidades turísticas siguen hoy vinculadas con sus raíces centroeuropeas.
› Por Graciela Cutuli
Se puede cerrar los ojos, y el rumor de los arroyos cruzando las sierras será el único sonido del entorno. El aire trae un perfume a montaña, y a veces también los ecos de otra lengua. Sin embargo, el destino no es exótico ni mucho menos: estamos en las Sierras de Córdoba, las que todos visitamos cuando chicos y que en los últimos años están recobrando un impulso turístico creciente. ¿Quién no tiene en el álbum familiar fotos en algún río cordobés de aguas transparentes, de cascadas escurridizas y embalses donde navegan perezosos los veleros? ¿Quién no les fue infiel a los juegos en la playa con una temporada en Córdoba, donde la montaña empezaba a revelar sus primeros secretos?
Estas tierras privilegiadas, donde tanto se pueden divisar cóndores como recoger aromáticas lavandas, fueron elegidas en las primeras décadas del siglo XIX por los colonos centroeuropeos que dejaban su país natal en busca de nuevos horizontes. Así fueron llegando muchos suizos, austríacos y alemanes, pero también italianos y franceses, que no tardaron en hacer del paisaje serrano su nueva geografía. Su huella, que perdura, se revela hoy en una herencia tan amplia que va desde los apellidos hasta la repostería, sobre todo en tres localidades cercanas de la zona de Calamuchita: Villa General Belgrano, la más mediática gracias a su popular Oktoberfest, pero también las más discretas Villa Berna y La Cumbrecita. Este circuito es todo un paseo a la Córdoba centroeuropea que hay que saber descubrir.
En primer lugar no hay que confundirla con La Cumbre, la ciudad situada en el Valle de Punilla, al norte de Córdoba Capital, donde tenía su residencia Manuel Mujica Lainez. Por supuesto a un cordobés o un habitué la confusión le parece imposible, pero no es raro que el turista novato las relacione gracias a la similitud de los nombres. La Cumbrecita está situada en la falda este de las Sierras Grandes, a 1450 metros sobre el nivel del mar.
La aventura del pueblo comenzó a principios de los años ‘30, cuando el alemán Helmut Cabjolsky se instaló en lo que era entonces sólo un paraje serrano semidesértico dominado por el Cerro Cumbrecita. El pueblo más cercano era Los Reartes, una antigua posta de caballos, y a 11 kilómetros se encontraba la estancia El Sauce, que el tiempo convertiría en Villa General Belgrano. La única provisión posible de alimentos y otros elementos se realizaba desde Alta Gracia. Voluntariosamente, los colonos alemanes construyeron primero una casa de vacaciones y luego una posada, que hoy es el Hotel La Cumbrecita. Poco a poco, se fue corriendo la voz sobre el encanto del lugar, y el pueblo se convirtió en el centro turístico que es actualmente: pero sin resignar ni sus orígenes ni su devoción a la naturaleza, ya que fue declarado zona de protección ambiental y al llegar hay que dejar los autos en la puerta, además de ser obligatoria la pesca deportiva con devolución en sus cursos de agua. En esta época del año, los árboles que laboriosamente se plantaron en estas sierras semiáridas ofrecen una hermosa combinación de dorado y rojo, un marco de gran belleza para sus paseos más tradicionales, o las actividades de turismo activo que también florecen en el pueblo, desde el trekking hasta las bicicleteadas y las cabalgatas. La Cumbrecita tiene su balneario sobre el arroyo Almbach, que hay que remontar para llegar a una olla profunda para buenos nadadores (más arriba algunos piletones naturales son más aptos para los chicos). Desde la capilla ecuménica, que está abierta a todos los cultos, sale un sendero hacia una cascada de gran belleza.
En las cercanías de La Cumbrecita se pueden recorrer el Remanso Negro, el Lago Esmeralda, el Cerro Cristal y el Cerro Wank. En una caminata de cuatro horas, se llega hasta Villa Alpina, recorriendo un terreno ondulado que se extiende en amplias vistas sobre la región. Y al regresar a la villa de construcciones típicamente alpinas, cuya intimidad los habitantes cuidan más que celosamente, difícilmente haya quien se resista a probar algunas de las tortas propias de la repostería alemana o vienesa que ofrece la tradicional confitería Liesbeth.
Entre el camino que va de La Cumbrecita y Villa General Belgrano otra aldea invita a la visita en busca de las huellas de los colonos. No hace falta mucha imaginación para darse cuenta de qué lugar del mapa de Europa llegó su fundadora, Margarita Kellemberg, que inició la primera hostería y los primeros loteos. Fiel a su nombre, Villa Berna se identifica con un oso, el animal que también simboliza a la capital de Suiza. Pocos, poquísimos habitantes, y una vegetación que mezcla armoniosamente los verdes autóctonos con los exóticos, apenas matizada por algunas cabañas, confirman un minúsculo trazado con desniveles donde es fácil cruzarse con alguna liebre, zorros, y con suerte pájaros carpinteros. Toda la superficie de Villa Berna se extiende sobre apenas tres kilómetros cuadrados. Como en la vecina La Cumbrecita, también desde Villa Berna parten visitas por la región a caballo, en vehículo todo terreno o en bicicleta. Pero basta simplemente recorrerla a pie para sentir toda la frescura del aire de la sierra, que trae el aroma lejano de las zarzamoras y las retamas, manchones de color en el verdeamarillo paisaje circundante. En invierno, la altura de Villa Berna es suficiente para cubrir el paisaje de un tenue manto blanco que recrea la ilusión alpina como si los majestuosos picos suizos no estuvieran, en realidad, a varios miles de kilómetros de distancia.
Estancia La Domanda Uno de los lugares tradicionales para descansar durante todo el año, en el camino entre Villa Berna y La Cumbrecita, es la estancia La Domanda, que abarca veinte hectáreas boscosas de este rincón cordobés. Aquí, la consigna es tranquilidad: las cómodas habitaciones y la sala de estar invitan a la lectura, los bosques de pinos, robles y abedules son el marco de idílicas caminatas, y la hora de la mesa los platos gourmet –con todo íntegramente elaborado en el lugar, incluidos los panes, y con productos de la huerta propia– completan un panorama de “savoir vivre” bañado en sensibilidad y un gusto exquisito por los detalles. Fuera de temporada, La Domanda organiza actividades culturales con la participación de sus huéspedes y de la gente de la zona. Para este año están previstos espectáculos de narración oral: en especial, para las próximas semanas se anuncian los encuentros “Engualichando”, que incluirán “‘gualichos de amor’ para todos los participantes”, una alternativa inédita que se suma a las actividades tradicionales de la estancia (pesca de truchas, excursiones guiadas, cabalgatas, paseos en 4x4, mountain-bike, iniciación y práctica de la escalada, y clases de yoga).
Finalmente, este itinerario centroeuropeo por las Sierras de Córdoba puede terminar (o empezar) en Villa General Belgrano, la localidad de mayor desarrollo de la región, fundada por inmigrantes cuya herencia hoy se revaloriza día a día. La ciudad, atravesada por el arroyo El Sauce, es famosa por su Fiesta de la Cerveza, que todos los años en octubre desborda su capacidad gracias a los turistas que llegan desde todo el país.
Situada entre las Sierras Grandes y las Sierras Chicas, con vista al Champaquí –el cerro más alto de Córdoba–, la Villa tiene un importante calendario de actividades a lo largo de todo el año, que celebra desde la repostería vienesa hasta el chocolate alpino, sin olvidar en Navidad un encantador festejo de Papá Noel. Aunque es un destino tradicional, el florecimiento turístico de los últimos años multiplicó las cabañas insertas en los bosques de los alrededores. Para los chicos, es imperdible la visita a la Casa de Don Otto, que con su piso inclinado invita a descubrir las rarezas de la ley de gravedad, y aunque éstas no sean las tierras del Uritorco, hay también un curioso Museo del Ovni que invita a dejarse llevar por las creencias, o la imaginación, de exóticos mundos extraterrestres. Con los pies bien en la tierra, sin embargo, los visitantes más atentos buscan entablar relación con los pobladores que forjaron el carácter de la Villa, como la familia Stahli, dueña del tradicional Hotel Berna, uno de los iconos suizos de este lugar donde Córdoba tiene un inconfundible acento alemán.
A pocos kilómetros de estas localidades de sello centroeuropeo se levanta Alta Gracia, que forma parte de la ruta de las estancias jesuíticas, declaradas por la Unesco como patrimonio de la humanidad. Sin embargo, Alta Gracia recibe las visitas de muchos turistas argentinos y extranjeros también porque allí se encuentra una de las casas donde vivió el Che Guevara durante su infancia, hoy convertida en museo. A partir de allí, las autoridades turísticas locales en conjunto con la Secretaría de Turismo de la Nación impulsaron la idea de crear una “Ruta del Che” a nivel nacional. Según fuentes responsables del turismo en Alta Gracia, “se trata de un circuito turístico del Che, incluyendo aquellas localidades o lugares que tengan relevancia histórica gracias a su paso. La idea es que se conozca más sobre la vida de Ernesto Guevara de la Serna, no sólo a partir de la Sierra Maestra, sino de su país natal”. Según el proyecto actual, la ruta pasaría por Alta Gracia, Córdoba ciudad, Rosario, Buenos Aires y Caraguatay (Misiones), además de localidades como San Francisco del Chañar, en el norte de Córdoba, donde el Che trabajó por primera vez en un leprosario. Junto con la recuperación del tradicional Sierras Hotel, Alta Gracia se prepara así para incorporar un nuevo eje turístico a la tradicional estancia jesuítica.
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