PUENTES EUROPEOS > DE LA EDAD ANTIGUA AL SIGLO XXI
De puente en puente, un viaje a través de la historia de los más famosos que existen en Europa. Desde los puentes que construyeron los romanos y aún siguen en pie, como el de Sant Angelo, cerca del Vaticano, hasta los medievales y renacentistas, como el Puente de Carlos IV, sobre el Moldava, y el florentino Ponte Vecchio. Y también los puentes de acero que
se tienden hacia el futuro, como el Millenium de Londres.
› Por Julián Varsavsky
Los primeros puentes fueron sin duda aquellos que el hombre de las cavernas ideó tumbando un árbol sobre un arroyo o colocando una serie de piedras para unir dos orillas. El puente surgió entonces como un punto de unión y de búsqueda, resultado de esa necesidad del hombre por ir a ver qué hay del otro lado de un obstáculo. En un principio los impulsaba seguramente la escasez de comida, y mucho más tarde –en tiempos del Imperio Romano– el ansia por conquistar el “oriente” y el “poniente” del mundo.
Los historiadores han podido rastrear documentos en los que se menciona un puente en Babilonia cuyo arco de ladrillos, construido en el 2200 a.C., sería la referencia más antigua que existe sobre los albores de la ingeniería de puentes. Pero el puente más antiguo que se ha preservado hasta hoy está en Izmir, Turquía: su arco de piedra –con varias refacciones encima– se mantiene en pie sobre el río Heles desde el 850 a.C. Y acaso el puente más ingenioso de la historia antigua sea el que instaló el rey Jerjes de Persia en el año 481 a.C., cuando ordenó colocar en fila una flota de 300 barcos en el estrecho de Helesponto para que su ejército de 100 mil soldados pudiera cruzar el mar e invadir Grecia.
Si se traza una línea de tiempo entre aquellas estructuras primitivas y los modernos puentes diseñados por computadoras, se abre un sinfín de variaciones estilísticas y de criterios estéticos que han convertido a los puentes en algo más que un mero objeto funcional. Así vemos hoy que muchos de ellos se han transformado en el emblema de las grandes ciudades a las que pertenecen por más que a la megalópolis moderna se llega generalmente por el aeropuerto. Por otra parte, ya no solamente articulan las dos orillas de un río sino continentes enteros separados por un mar, como es el caso del Puente del Bósforo –uno de los mayores puentes colgantes del mundo– que une Asia y Europa, en el mismo lugar por donde el rey Jerjes invadió Grecia.
Las aspiraciones de conquista del Imperio Romano contribuyeron notablemente a impulsar la ciencia de construir puentes. Y de hecho esta tecnología fue uno de los pilares de la expansión del imperio, ya que sin esas estructuras sus voraces legiones no podrían haber avanzado por los vastos territorios que ocuparon. Increíblemente, varios de aquellos puentes romanos se mantienen en pie hasta hoy y se pueden visitar. El más famoso es el de Sant Angelo, cerca de los muros del Vaticano, que fue construido sobre el río Tíber por orden de Adriano en el 134 d.C. El otro puente romano muy visitado es aquel que cruza el río Tagus, en la localidad española de Alcántara, construido por Trajano en el 105 d.C. La perdurabilidad de estos puentes se debe a que los romanos comenzaron a utilizar cal y ceniza volcánica, logrando así un cemento muy perdurable llamado puzolana.
Con la caída del Imperio Romano en el siglo V, el arte de construir puentes sufrió un grave retroceso que duró más de 600 años. Así como los romanos tendieron puentes para salvar obstáculos en sus conquistas, el hombre medieval veía en los ríos una defensa natural contra las invasiones. El puente era entonces un punto débil en el sistema defensivo feudal. Por eso muchos fueron desmantelados, mientras que aquellos pocos que se levantaron estaban fortificados o eran levadizos. Restos de puentes levadizos quedan en algunos castillos de Europa y un buen ejemplo es el del Caerphilly, una fortaleza ubicada cerca de Cardiff en el país de Gales.
Fue recién a fines de la Baja Edad Media cuando renació la construcción de puentes, siempre en forma de arcos, según la tradición romana. Uno de los más emblemáticos que llegaron hasta nuestros días con sus extremos fortificados es el que cruza el río Moldava en la antigua Praga: el puente Carlos IV (Karel IV), considerado por muchos viajeros como el más hermoso de toda Europa, que ocupó el lugar de otro más antiguo arrasado por un aluvión. Y el momento exacto del comienzo de su construcción está cincelado en la piedra de una de sus torres: el 9 de julio de 1357 a las 5.31 de la mañana. La elección de la fecha y hora no fue del todo arbitraria, porque el número palindrómico 135797531 fue determinado por la numerología de los astrólogos de la época como el ideal para iniciar los trabajos, obligándolo a Carlos IV a madrugar un poco para poder asistir en persona al magno evento.
El Puente une dos barrios del casco histórico de la ciudad y por ser peatonal está siempre abarrotado de multitudes y músicos callejeros que le otorgan una inusitada vida a la roca oscura y sobrecargada del arte gótico. El aspecto más llamativo son las treinta estatuas de piedra que se alinean en las balaustradas de ambos lados del puente. Representan a los santos patronos de la época, como San Vitus y San Nepomuk, y fueron esculpidas entre 1683 y 1714 por los mejores escultores bohemios. El puente fue diseñado por el arquitecto Petr Parler y junto con sus torres a cada extremo es considerado una de las joyas mejor logradas de todo el arte gótico europeo.
Entre las singularidades de los puentes medievales europeos sobresale el hecho de que comenzaran a tener viviendas encima. Hay que tener en cuenta que en las ciudades amuralladas el espacio era muy limitado y cualquier base sólida donde erigir una casa era muy valorada (en su momento Francia llegó a tener treinta y cinco de estos puentes). Y entre los puentes habitados que atravesaron el milenio, el más famoso es el romántico Ponte Vecchio de Florencia, construido en 1345 sobre el río Arno. En verdad data de tiempos del Imperio, pero fue reconstruido varias veces. La última modificación se remonta al año 1565, cuando Cosimo I de Medici le encargó a Giorgio Vasari construir el famoso corredor que va por encima de los negocios del puente y que conecta el Palazzo Vecchio con el Palazzo Pitti. Originalmente el puente albergaba las carnicerías y pescaderías de la ciudad, cuyos malos olores apestaban los cercanos Uficci (oficinas) de los Medici. Por esta razón, los carniceros fueron desalojados y en 1593 el lugar fue destinado a los plateros y orfebres. Los artesanos exhibían sus piezas sobre un mostrador llamado “banca”, que era destruido por los soldados cuando el vendedor no podía pagar los impuestos. De allí surgió aparentemente la palabra “bancarrota”. Aquellos negocios son hoy lujosas joyerías que mantienen un estilo acorde con el puente medieval, aunque también disponen de sitios de Internet donde cualquier viajero puede elegir y comprar sin necesidad de poner un solo pie sobre la bota de Italia.
En Italia hay otro puente famoso: el veneciano Ponte dei Sospiri que, según Lord Byron, debe su nombre a los lamentos de los condenados a muerte que pasaban por allí rumbo a la ejecución. Pero en verdad, cuando en 1614 se construyó el puente ya no existían los tribunales de la Inquisición y los únicos que pasaban rumbo a sus celdas eran pequeños delincuentes. Lo cual no descarta que también hayan suspirado. En la mitad del puente existe todavía una ventanita por donde los condenados miraban por última vez la libertad. El Puente de los Suspiros está totalmente cerrado por techos y paredes, y dividido al medio por un muro que forma los dos corredores que unían las Salas dell’Avogaria del Palacio Ducal con la antigua Prisión del Estado.
En el corazón de Andalucía, en la ciudad de Ronda, está uno de los puentes más románticos de Europa, no sólo por su factura dieciochesca de singular elegancia sino también por el espectacular paisaje del precipicio rocoso que se abre a sus pies. El puente original se construyó en 1734 para unir la antigua ciudad que dejaron los moros –la medina Arunda Nazarí– con la urbe renacentista y barroca que crecía del otro lado del río Guadalebín, conocida como El Mercadillo. Pero ocho meses después de terminado se desplomó estrepitosamente llevándose consigo la vida de medio centenar de personas. Las obras del puente actual comenzaron en 1751 y finalizaron recién en 1793, luego de no pocas dificultades ante la complejidad del escarpado paisaje. A cargo del trabajo estuvo el arquitecto aragonés José Martín de Aldehuela, cuya obra maestra es este puente de 98 metros de altura. Al atravesar el puente de Ronda se observa tras sus balcones enrejados con hierro forjado una serie de casas que parecen colgadas de la roca a las que les faltaría apenas un empujoncito para caer al vacío. El puente, por su parte, parece surgir de la roca madre con sus mismos colores como si fuese una prolongación de la montaña. Y durante el día suele haber conjuntos de música de cuerdas que crean un aura tranquila y onírica, andaluza de la más pura cepa.
La evolución tecnológica de los puentes no experimentó cambios sustanciales a lo largo de casi 2 mil años. En los tiempos napoleónicos, la piedra y la madera fueron utilizadas en la conquista de territorios de manera similar al modo en que lo hicieron los antiguos romanos. Recién a mediados del siglo XIX se logró obtener acero a precios económicos que justificaran la inversión. El primer puente de hierro de la historia lo construyeron en 1779 los ingleses en Ironbridge, una localidad que es considerada en gran medida la cuna de la Revolución Industrial porque allí surgió una gran industria de carbón y luego otra de fundición de metales. El puente de Ironbridge sobre el río Severn fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y por supuesto se mantiene en pie con la solidez del primer día.
Otro de los puentes más famosos y elegantes del mundo está, por supuesto, en Londres. Es el Tower Bridge, un puente levadizo sobre el río Támesis inaugurado en 1884. En su momento fue el puente levadizo más grande y sofisticado del mundo y estaba operado por un sistema hidráulico a vapor que elevaba sus dos enormes brazos hasta una inclinación de 84 grados en apenas un minuto. Aquel complejo mecanismo se puede ver hoy durante la visita guiada por el puente, que incluye un video histórico y una muestra in situ de cómo funcionaba el sistema. Hasta 1910, el puente tuvo una pasarela en la parte superior que les permitía a los peatones cruzar cuando los brazos estaban abiertos. Sin embargo, como todo el mundo prefería quedarse mirando el espectáculo mecánico antes que caminar, finalmente se resolvió anular la pasarela por falta de uso.
En la ciudad de Londres, las obras más antiguas de la arquitectura conviven inexplicable y armónicamente con la vanguardia más avanzada a nivel mundial. Algo que también ocurre con los puentes. No lejos del Tower Bridge se inauguró en junio del 2000 el Millenium Bridge, un puente peatonal de diseño minimalista de aparente simpleza que apenas tiene cuatro metros de ancho y 330 de largo. La fina plataforma de aluminio que cruza el Támesis está protegida a los costados por dos balaustradas de acero inoxidable que no cortan la visión de la ciudad antigua y la moderna. Este prototipo de puente futurista expresa un simbolismo bastante evidente sobre el enlace entre épocas distintas, ya que desde allí se ven la catedral de San Pablo (siglo XVII) y la Tate Modern Gallery, una antigua fábrica industrial reconvertida en un fascinante museo de arte moderno. Como todo arte de vanguardia, el Puente del Milenio pretende ser el puente del futuro. Habrá que ver.
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