Domingo, 28 de mayo de 2006 | Hoy
MENDOZA ANTES DE LA NIEVE
Entre Cuyo y Patagonia, desde las entrañas de las montañas hasta las estrellas, Malargüe es un mundo de sorpresas. Capital del sur de la provincia de Mendoza, es el punto de partida para excursiones que ponen una pizca de aventuras al otoño.
Por Graciela Cutuli
Al pie de los Andes y al sur de la provincia de Mendoza, Malargüe está en una zona de transiciones geográficas, entre montañas y mesetas, entre la Patagonia y Cuyo. Quizá sea por eso que la naturaleza fue pródiga a la hora de dotar a su región de curiosidades y bellezas. Es también por esta razón que Malargüe se puede visitar en toda época del año. En otoño, cuando las vendimias ya terminaron y en el norte y el centro de Cuyo se prepara la transformación de las uvas, mientras las nieves no han permitido todavía la apertura de los centros de deportes de invierno, Malargüe es la mejor opción de toda la provincia. Desde las calles mismas de su pequeño centro tiene muchas y variadas excursiones para ofrecer.
Ciudad de pocos miles de habitantes, Malargüe vive a lo largo de las pocas cuadras de extensión de su avenida principal, San Martín (que no es otra que la mítica Ruta 40), donde se concentran todas sus actividades y atractivos. De una punta a otra, y en medio de la avenida, se divisa la Torre del Cincuentenario. Es el emblema de la ciudad, una especie de campanario, con un reloj en cada una de sus cuatro caras. No puede faltar en las fotos ni en los recuerdos malargüinos; sin embargo, el centro turístico de Malargüe está en la otra punta, en la entrada de la ciudad, cuando se llega desde San Rafael.
La primera parada se puede hacer en la Dirección de Turismo, para confirmar los horarios, las rutas y las condiciones de tráfico en la región. Sobre todo en otoño, cuando algunas zonas de la Cordillera ya están sujetas a nevadas. En torno del centro se puede conocer el Parque del Ayer, una cuidada zona arbolada preparada para paseos, con juegos para niños. El mismo paseo conduce al moderno Centro de Convenciones, el mayor orgullo arquitectónico de la ciudad. Este centro cuenta con un auditorio y salas que disponen de todos los servicios y las técnicas más recientes, para eventos que van desde conciertos y proyección de películas hasta convenciones internacionales. El centro se llama Thesaurus, y fue construido bajo el nivel del suelo, para no interferir con el paisaje. Se realizan visitas guiadas por las salas y hasta el vitral del túnel de acceso, que tiene como motivo la Caverna de las Brujas.
También en el Parque del Ayer se levanta el Museo Regional, emplazado en el casco de lo que fue una de las más antiguas estancias de la zona, la Orteguina. Su edificio tiene forma de U, en torno de una plaza con aljibe. Hay tantos objetos de la vida cotidiana de los pioneros del pasado como vestigios de las poblaciones indígenas, y también fósiles y restos paleontológicos encontrados en la región. Junto al museo, un pequeño negocio ofrece comprar artesanías y recuerdos de Malargüe. Hay que destacar que en el patio central del museo hay grandes piezas de troncos petrificados, mientras que la gravilla está constituida de pequeños fragmentos de lava, proveniente de la vecina región volcánica de La Payunia.
Finalmente, el más sorprendente de los motivos de visita de Malargüe es el menos conocido localmente, pero el de mayor renombre a nivel internacional. Se trata del Observatorio Pierre Auger, un centro para el estudio de los rayos cósmicos. El estudio de estas fuentes de energía que circulan en el espacio y llegan a la atmósfera de nuestro planeta es de mucho interés para la comprensión del cosmos y de las fuentes energéticas del universo. El Observatorio Pierre Auger de Malargüe trabaja junto con otro centro similar en Utah, en Estados Unidos, y funciona gracias a un proyecto internacional que involucra a más de 250 científicos de 15 países. Si bien el centro mismo no se visita, sus puertas están abiertas al público para acceder a la proyección de un documental explicativo sobre los rayos cósmicos y sobre su modo de operar.
Cruzando toda la ciudad, la avenida de San Martín vuelve a convertirse en Ruta 40. A pocos kilómetros del centro, luego de pasar por un cerro cubierto de exvotos y capillitas, se llega al fortín Malal Hue. No se promociona como destino turístico en la actualidad, porque se encuentra sobre tierras privadas y no está programada todavía su recuperación. Pero los guías locales llevan hasta allí a quienes quieren conocer el primer núcleo de lo que es hoy la ciudad. Este fortín, del que sólo quedan trozos de pared entre los matorrales (y afectados por el flagelo de los graffiti), es un monumento histórico construido en 1846 como centro de población en el sur de Mendoza. Su nombre viene del mapuche y quiere decir “lugar de corrales”. El nombre de la ciudad viene directamente de ahí, Malal Hue-Malargüe, apenas deformado con el pasar del tiempo.
Haciendo honor a tal origen toponímico, hay muchos corrales a lo largo de la ruta. Son principalmente corrales de cabras, el mayor rebaño de la región. No en vano Malargüe es la Capital Nacional del Chivito, y su fiesta anual es un evento en toda la provincia. El chivito es el plato principal, y cada malargüino puede aconsejar dónde comer el mejor de todos, entre los restaurantes de Malargüe y alrededores. Uno de ellos es un restaurante de campo del centro de turismo aventura Manqui Malal, situado en una curva de la Ruta 40, al pie de un barranco donde un arroyo forma una hermosa cascada, motivo de uno de los paseos más cercanos al centro de la ciudad. También se prueba chivito, y tortas fritas (hay quienes dicen que no se comen tan buenas en ningún otro lugar) en el complejo turístico de los Castillos de Pincheira.
En las afueras de la ciudad, esta formación rocosa es uno de sus atractivos más conocidos y concurridos. Las faldas de la meseta forman una suerte de fortificaciones extensas sobre el río, un lugar de acceso difícil, pero de vigilancia fácil, donde se escondían los legendarios hermanos Pincheira y sus bandoleros. Los hermanos Pincheira eran mercenarios chilenos que fueron los últimos en pelear por la corona española en esta parte de las Américas, a lo largo del año 1820. Entre escaramuzas y expediciones guerreras se dedicaban también al contrabando de ganado en la frontera entre la Argentina y Chile, y asolaron toda la región durante largos años. Llegaron a formar una armada de un centenar de hombres, entre criollos argentinos y chilenos, españoles y algunos caciques pehuenches y sus hombres.
Hoy, los “castillos” se convirtieron en una atracción turística tanto por su curiosa fisonomía como por las historias y leyendas que nacieron de las aventuras de estos bandoleros. Se llega y se sube al barranco desde un complejo privado, que instaló un terreno de camping y un restaurante de campo. El ambiente es muy cuidado y prolijo. Para acceder a los castillos hay que cruzar el río Malargüe por un puente colgante instalado por los responsables del complejo, que da un toque más de aventura a la salida. También se realizan cabalgatas para seguir más intensamente las huellas de Pincheira, caminatas, salidas en mountain-bike y safaris fotográficos. Sin importar cuál sea la opción elegida, todos los que visitan los castillos recuerdan que en alguna parte de estas montañas quizás esté el tesoro de los hermanos Pincheira, escondido por los bandoleros y nunca encontrado, cuando el Capitán Bulnes exterminó a la mayor parte de la banda.
Otra de las excursiones más populares desde Malargüe, que se realiza en toda época del año, es la visita a la Caverna de las Brujas. Se trata de una de las muy escasas cavernas naturales preparadas para el turismo en la Argentina. Su entrada se esconde en la falda de un cerro a 1800 metros de altura. En verano y en ciertas ocasiones se enciende una pequeña red de luces artificiales. El resto del año, la visita se efectúa con la luz de las linternas de espeleología que cada turista lleva sobre el casco (prestado por los guías y de uso obligatorio). La presencia del guía también es obligatoria, por razones de seguridad evidentes, pero también porque la caverna está protegida por un estatuto de Reserva Natural Provincial.
La existencia de la Caverna de las Brujas se conoce desde los años ’20, cuando fue descubierta por un criador de cabras que vigilaba sus rebaños en esta zona. Sin embargo, no fue explorada hasta los años ’50 por geólogos, y recién en los años ’70 se construyó la ruta de acceso que permitió la inserción de la caverna entre las opciones turísticas de la región. Estos primeros años fueron también los que vieron los mayores deterioros de la caverna: en los años ’90 hubo que establecer el estatuto de área natural protegida para frenar la destrucción y degradación de las rocas, las impresionantes estalagmitas y estalagtitas que reciben al visitante en el profundo interior de la cueva.
Una leyenda cuenta que el nombre de la caverna viene de dos mujeres cristianas que se habían escapado de una toldería donde los indígenas las tenían cautivas. Refugiadas en la caverna, ambas salían solamente de noche en busca de comida, hasta que un día volvieron a huir en busca de sus pares. Cuando los indios fueron en busca de ellas y llegaron a la cueva, vieron salir volando dos grandes lechuzas. Bastó para que naciese la leyenda de las dos brujas convertidas en aves...
Las brujas no fueron desgraciadamente lo suficiente brujas para evitar la degradación del sitio y, en las salas más accesibles, varios espeleotemas fueron arrancados o rotos. La naturaleza, mediante el lento goteo de agua, los fabrica a razón de 0,5 cm por año. Este es sólo uno de los muchos datos que dan los guías a medida que se avanza por las salas y los estrechos conductos que llevan de una a otra. Un mínimo de equipamiento facilita el tránsito en la caverna: algunas escaleras, pasarelas y cuerdas a modo de pasamano. A medida que pasa el tiempo, los ojos se habitúan a la única luz de los cascos y las rocas, y las formaciones de la caverna desvelan sus secretos. Hay velos, columnas, estalagtitas y muchas otras formas que fueron creadas por la cristalización y las filtraciones de agua. Solamente una parte de las galerías relevadas es visitable. Y si bien el tránsito no es siempre fácil, la caverna es accesible a la mayor parte de los visitantes y a los chicos (aunque hay que consultar ciertos umbrales de edad, y tener en cuenta el grado de oscuridad y temperatura en el interior).
En el camino de regreso a Malargüe, una vez más por la Ruta 40, se puede pasar por el criadero de truchas de Cuyan-Có, donde funciona además un restaurante, para variar los platos y probar algo más que el chivito en el menú local. El camino pasa por el Dique Blas Brisoli, sobre el río Malargüe, que provee de aguas a la ciudad y las fincas donde se producen papas semillas, una de las principales actividades locales.
La principal opción de turismo aventura en Malargüe y su región es el valle de Las Leñas. El centro está abierto desde hace algunos años también en verano, y propone actividades como cabalgatas, trekking, camping de altura, caminatas y otras opciones. En el camino entre Las Leñas y Malargüe se encuentran además algunos de los atractivos más conocidos de la región, como el Pozo de las Animas y la Laguna de la Niña Encantada.
Menos conocida, pero igualmente impactante, La Payunia es una de las regiones de mayor concentración de volcanes en el mundo. Están todos extinguidos, pero ofrecen paisajes de incomparable belleza, con alternancia de conos volcánicos y campos negros cubiertos de lava.
Otra opción es el avistaje de aves en la reserva de la Laguna de Llancaneló. Este oasis en medio de la árida estepa, al pie de las montañas, es un paraíso y un refugio para numerosas especies de aves. La más vistosa de todas es el flamenco, que vive en la laguna todo el año y forma uno de los mejores recuerdos fotográficos, manchando de colores vivos los azules de la laguna, del cielo, y los grises de las montañas que se desdibujan en el horizonte.
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