Domingo, 18 de junio de 2006 | Hoy
BRASIL SALVADOR DE BAHíA
La tierra de Jorge Amado, de Caetano Veloso y de Gilberto Gil se nutre de raíces africanas y portuguesas, de historias de navegantes y aventureros, de rituales antiguos y tradiciones cristianas. En las calles empinadas resuenan el batir de los tambores, el ritmo de la capoeira, toda la música de Bahía. Su barrio colonial, el Pelourinho, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1985.
Por Marina Combis
Parece un personaje fantástico de García Márquez, pero jamás estuvo en Macondo. Nació en Lanús y se llama Héctor Julio Paride Bernabó. Es dibujante eximio, aventurero, cazador de imágenes y sueños. En 1955 obtiene el premio de dibujo en la III Bienal de San Pablo, y al año siguiente la Bienal de Venecia le rinde homenaje con una sala enteramente dedicada a su obra. En Londres, Nueva York y Bahía explotan de color sus murales donde habitan dioses, santos y hombres. Pero cuando viste con impecable traje blanco para el ritual del candomblé del “terreiro” Axé do Opó Afonjá de la Bahía de Todos los Santos, este “ministro” de Xangó se llama Carybé, y es el pintor más grande de aquella vieja tierra de esclavos, músicos y poetas. Dicen que cuando dejó este mundo, en 1997, este argentino que por casualidad y pasión se hizo bahiano nativo, se fue al cielo para cambiar los colores del arco iris.
Su mejor amigo, el escritor Jorge Amado, tiene una casa en el Pelourinho y otra que mira al mar, en Ilheus. Los personajes de sus novelas llevan el alma de Bahía: las mulatas, las vendedoras de “vatapá”, las prostitutas de los burdeles, los sacerdotes del candomblé, los dioses africanos, los hacendados, los coroneles y los literatos. Escribe sobre amores contrariados, sobre callejuelas pobladas de casas pintadas de azul, de amarillo, de verde, sobre aconteceres cotidianos. Nacen de su pluma Doña Flor y sus dos maridos, Gabriela, clavo y canela, Tienda de los Milagros. En su libro Bahía de Todos los Santos compone una guía de calles y misterios, y deja que el pueblo tome vida en sus páginas de pasión desenfrenada. Jorge Amado cuenta cómo es un pueblo que vive y siente, a orillas del mar.
SALVADORSentado frente a una pequeña y ajada mesa, Jorge Amado deja que sus ojos naveguen hacia el horizonte. Entonces escribe: “En Bahía, la cultura popular entra por los ojos, por los oídos, por la boca”. Nace de los indígenas y de los conquistadores, de los colonos y de los esclavos que desde 1550 son traídos en los barcos desde Nigeria, Angola, Senegal, Congo y Mozambique.
Con el trabajo esclavo prosperan las plantaciones de caña de azúcar, de algodón, de tabaco. Algunos se hacen ricos, otros ponen el hombro. La ciudad se va haciendo grande y las iglesias pueblan las alturas y las costas bajas del Recôncavo –el puerto–, mientras los santos africanos hacen suya esta nueva tierra. Capital de Brasil hasta 1763, Salvador de Bahía se desarrolla alrededor de la iglesia de Ajuda, construida por los jesuitas en 1549, y se extiende a lo largo de la ensenada. Un acantilado separa la ciudad alta, donde estaban los edificios oficiales y las fastuosas residencias, de la ciudad baja que es portuaria y comercial. Al pie de la barranca están el puerto, el Mercado Modelo y, un poco más allá, el Farol da Barra que desde siempre sabe guiar a los navegantes que se acercan a estas playas. Un elevador del siglo XIX une esta ciudad de dos pisos.
Más cerca del sol que del mar, el Largo do Pelourinho tomó su nombre de la estaca donde se castigaba a los negros esclavos, observados desde los balcones enrejados por los ricos hacendados de los ingenios. A su alrededor, los frentes de las antiguas casonas señoriales que después fueron conventillos parecen nacidos de la paleta de un pintor desenfrenado. Dos iglesias recuerdan los tiempos de la esclavitud: Rosario dos Negros y la Igreja do Paço. Otras edificaciones plenas de barroquismo se extienden por toda la ciudad: el Convento de Santa Teresa, el Monasterio de Sao Bento, el Palacio Episcopal, la Catedral, los conventos de Sao Francisco y Do Carmo. Trescientas sesenta y cinco iglesias, una para cada día del año, pueblan esta ciudad misteriosa.
Pero este barrio no es sólo un conjunto de edificios coloniales, sino el eje de la vida cultural bahiana. En las plazas y en las callejuelas de piedra se respira el aroma de esas comidas donde se mezclan los sabores africanos, portugueses e indígenas, de la mano de morenas mujeres vestidas con cien polleras blancas que preparan, en aceite de dendé, los tradicionales “acarajés” y las “moquecas” con frutos de mar. En las esquinas, pequeños grupos de capoeira reviven la antigua lucha de los esclavos al son del berimbau, y Olodum recuerda con sus tambores la herencia africana.
ORIXASNacieron como refugio de los negros esclavos esos espacios que conservan toda su fuerza y misterio, templos o “terreiros” del candomblé, donde se escenifica la adoración por los dioses de la Madre Africa que molestaban a los conquistadores. Por las noches resuenan los “atabaqués” y los cantos en más de mil lugares de culto de las barriadas y de las favelas. De Africa vino el culto a los Orixás, las deidades de los Yoruba, espíritus de la naturaleza, de la tierra, del agua, del fuego y del aire. Fue Olorum, el supremo, quien los creó para que lo ayuden a dar forma al mundo y a todo lo que en él existe. Oxalá es el dueño de la paz, el amor y la armonía; Yemanjá, de la plata y el mar; Xangó, de los rayos y de los relámpagos; Oxum, del oro y la riqueza. En las ceremonias se los celebra al ritmo de los tambores, del canto y las danzas. Una “Mae” o un “Pae de Santo” presiden el ritual acompañados por una corte de hombres y mujeres que visten de blanco.
Sin embargo, la cultura bahiana está cargada de sincretismo, y la imposición del catolicismo hizo que muchos dioses tuvieran que cambiar de nombre para sobrevivir: Oxum será San Lázaro y Yemanjá Nuestra Señora de la Concepción. Todo revive en las fiestas populares que salen a la calle y a las playas. Es el último día del año, cuando la imagen del Bom Jesus sale de la iglesia de Boa Viagem para visitar a la Virgen en la iglesia de Conceiçao da Praia. Navega acompañado de las pequeñas barcas de pescadores, los “saveiros”, botes, veleros, yates poblados de fieles porque es el guardián de los náufragos y de los barcos en alta mar. Suena la música frente a las playas de Bahía, porque en el navío del Senhor dos Navegantes viaja, oculta, Yemanjá. Pero la señora de las aguas, la dueña del mar, los lagos y los ríos, tiene que esperar hasta el 2 de febrero para acercarse hasta la playa de Rio Vermelho. Entonces bajan de los morros las “hijas de santo”, los pescadores, los capitanes, los habitantes de la ciudad y los que desde sus barcos y jangadas aguardan que la diosa del mar acepte sus ofrendas. Los regalos enfrentan las olas: canastas de flores blancas, un enorme pez de madera que es el regalo nupcial, sencillas barcas de papel que cargan pedidos y promesas. Un millar de velas encendidas alumbra las rocas y las playas, para que la noche no termine.
En una pequeña colina está una de las iglesias más populares de la ciudad. Nosso Senhor do Bonfim salva a los náufragos, cura a los enfermos, deja caer la lluvia sobre las plantaciones sedientas. Una semana dura la fiesta, a mediados de enero, pero el jueves una extraña procesión cruza las calles de Salvador: centenares de bahianas con sus polleras almidonadas y vestidas de blanco llevan sobre sus cabezas ramos de flores y cántaros de agua. De rodillas, las mujeres lavan uno a uno los escalones de piedra que suben hasta la iglesia, con el agua pura de los ríos. Dentro, en una interminable sala cuelgan del techo y las paredes, en una maraña irreconocible, los exvotos que los promesantes depositan para agradecer al santo, que también es Oxalá.
TROPICALIA En Bahía toda la cultura nace de un pueblo que inspira a los escritores, a los poetas y a los músicos. Para el pueblo escribe Jorge Amado, filma sus películas Glauber Rocha, cantan Dorival Caymmi, María Bethânia, Joao Gilberto, Maria Creuza, Marisa Monte. A principios de los ’60, la dura realidad del nordeste campesino y de las favelas de los morros nutre la mirada de los artistas. El cine, el teatro, la literatura y la música buscan nuevos rumbos y se interesan por las desigualdades sociales. Para impedir el pensamiento progresista de Joao Goulart, en abril de 1964 los militares toman el poder, reprimen a los partidos políticos y a los sindicatos, pero se olvidan de los artistas. La resistencia cultural sigue en pie en la música, en el arte dramático, en el “Cinema Novo”, y en 1968 nace Tropicalia, un movimiento irreverente e informal en el que participan entre otros Caetano Veloso, Gilberto Gil, Tom Zé, Gal Costa y Nara Leao. Gilberto y Caetano son arrestados y encerrados en un cuartel militar. Poco después deben partir al exilio, y este movimiento cultural queda en el recuerdo.
Los músicos son también la voz de la Bahía de Sao Salvador, y la llevan a todo el mundo. En los años ’50, Dorival Caymmi escribe canciones memorables como “Voçe nao sabe amar” y “Saudade da Bahía”, donde asoman el mar, el tiempo y la nostalgia. Un bahiano se hermana con Tom Jobim para crear la Bossa Nova, un cambio renovador en la música brasileña que incorpora la metáfora poética en toda su magnitud. Se llama Joao Gilberto y compone “Chega de saudade”. Vinicius de Moraes seguirá sus pasos con “Garota de Ipanema”.
Más joven pero con la misma raíz, Carlinhos Brown toma su nombre del rey del soul, James Brown, y de H. Rap Brown, un militante de los “Panteras Negras”. Su música es diferente, integra los ritmos afrobrasileños con el pop y hasta con la rumba, pero su compromiso sigue siendo social. Funda La Timbalada, una banda de percusión formada por adolescentes y adultos de la barriada de Candeal Pequeño, en la que nació, y Lactomia, donde los niños aprenden a hacer música con instrumentos reciclados.
Otros ritmos nacidos en el Recôncavo suben hasta el Pelouri-nho e inundan Brasil: el “axé” de Ivete Sangalo y Cia de Pagode, la “samba-reggae” de Olodum e Ilé Axé, la “samba de roda” que viene de la danza de “ombligada” que se bailaba en los patios de las casas de esclavos. Los “blocos” y los tríos eléctricos invaden las calles del Barrio de Liberdade cuando es tiempo de Carnaval. Todo es música, todo es baile. Como dice la canción: “El bahiano tiene a Dios en el corazón y al diablo en sus caderas”.
Cómo llegar: Por avión: Varig: Av. Córdoba 972, P.4º, Buenos Aires, Tel.: 4329-9211. Gol: www.voegol.com.br
Atractivos: Con 20 kilómetros de extensión, el litoral de Salvador tiene una concurrida secuencia de playas: Porto da Barra, Farol da Barra, Ondina, Rio Vermelho, Amarilina, Pituba, Jardim de Ala, Piata, Itapua y Playa do Flamengo.
Más información:Embajada de Brasil: Cerrito 1350. Buenos Aires. Tel. 4515-2400. www.bra sil.org.ar Sector de Promoción Comercial y Turismo. Centro de Atención al Turista. Cerrito 1350, Entrepiso. Buenos Aires, Tel: 4515-2421. E-mail: [email protected]
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