Domingo, 20 de agosto de 2006 | Hoy
CORDOBA > LA CUMBRECITA
En los faldeos de las Sierras Grandes se levanta el primer pueblo peatonal del país, un paraíso ecológico a 1450 metros sobre el nivel del mar donde el ingreso de autos se limita al mínimo indispensable. Bosques de pinos, robles y abedules esconden casas con techo a dos aguas al estilo alpino con floridos jardines y cabañas de madera para alojarse a la vera de un arroyo.
Por Julián Varsavsky
La primera impresión al recorrer La Cumbrecita es que en algún rincón de los Alpes suizos hubo una aldea que por un mágico sortilegio desapareció del mapa europeo y cruzó el océano para reaparecer en lo alto de las Sierras Grandes. Ya desde el camino de tierra que sube a las sierras se ven los techos puntiagudos de las casas alpinas, entre bosques de pinos, robles y abedules. Al llegar a un puente de madera sobre el Río del Medio, cada visitante recibe una bolsa de residuos hecha con papel reciclable. Y enseguida le explican en nombre de la comuna que acaba de llegar al primer pueblo peatonal de la Argentina.
El origen de la iniciativa se remonta al verano de 1995, cuando un porteño técnico en turismo llamado Pablo Sgubini y su mujer arribaron a La Cumbrecita como mochileros para seguir viaje a Perú. Pero se instalaron en una carpa y se quedaron a vivir. Esa misma semana consiguieron una máquina de escribir y redactaron el proyecto turístico para declarar a La Cumbrecita “Primer pueblo peatonal de la Argentina”, propuesta que fue aprobada de inmediato por la comuna. La novedad fue un éxito a nivel turístico y Sgubini fue nombrado secretario de Turismo Comunal.
Al llegar, los visitantes deben dejar el auto en un estacionamiento fuera de este pequeño pueblo que apenas tiene diez cuadras de calles de tierra, sin veredas. Quienes no quieran caminar pueden hacer un paseo en un carrito de golf eléctrico que no contamina ($5). Fuera del horario peatonal –de 10 a 18– sólo se permite a los residentes ir en auto directamente hasta sus viviendas. Si los turistas se alojan en el pueblo deben dejar el vehículo en el estacionamiento del hotel.
Los orígenes de La Cumbrecita se remontan al año 1934, cuando un berlinés llamado Helmut Cabjolsky compró 500 hectáreas en esta zona serrana para construir una casa de fin de semana. En verdad lo que el señor Helmut añoraba era un pueblito alemán llamado Berchtesgaden, donde solía retirarse a descansar. Pero Cabjolsky no podía volver a Alemania porque su esposa era de origen judío y además por esa razón lo habían despedido de su trabajo en Siemens de Buenos Aires. Así surgió entonces la primera casa de estilo alemán en el cerro Cumbrecita. Al poco tiempo comenzaron a llegar de veraneo los familiares y amigos y se construyó una casa de huéspedes que hoy es parte del hotel La Cumbrecita. Y más tarde se lotearon los terrenos para ponerlos a la venta con una condición muy particular: el boleto de compraventa estipulaba que el comprador solamente podía levantar casas de estilo alpino –como en aquel pueblito alemán–, y quien se apartara de la regla le sería devuelta la plata del terreno después de restarle el precio de la demolición de la casa.
Es así que quienes se acercaron a vivir en la zona fueron en su mayoría personas de origen centroeuropeo, que trajeron consigo las religiones católica, protestante y judía. Y para albergar la diversidad se construyó una hermosa capilla ecuménica compartida por todos los credos.
El espíritu de La Cumbrecita se percibe en su arquitectura: casas con tejados a dos aguas, paredes de piedra a la vista y jardines llenos de flores. La madera barnizada –expresión de lo artesanal– es el elemento clave de la decoración y está presente en techos, balcones, ventanas y negocios. Al ingresar al pueblo se nota que todo –desde los canteros con verbenas blancas y petunias hasta los carteles de madera con los nombres de las calles– está pensado y diseñado con una muy cuidada estética, preservada por una limpieza perfecta. Y como corresponde a una verdadera “colonia” europea, además de sus cabellos rubios, los ojos claros y las rozagantes mejillas, los pobladores conservan la impronta cultural de su país de origen, reflejada principalmente en la gastronomía centroeuropea.
Al cruzar el puente de madera sobre el río, lo primero que atrae la atención es un Maibum (o Arbol de Mayo, según la tradición centroeuropea), un poste decorado con dibujos de parejas con trajes típicos y las banderas de todas las colectividades que, junto con residentes argentinos, componen este pueblo de 500 habitantes: alemana, suiza, austríaca, española, húngara, italiana y danesa.
La influencia cultural del Viejo Continente se corporiza incluso en la comisaría, decorada con vistosas flores y balcones de madera que disimulan su función, irreconocible si no fuese por el cartel indicador (también de madera tallada por artesanos).
Tres arroyos de agua potable con peces que se ven a simple vista surcan este pueblo que parece invadido en todos sus recovecos por la vegetación. Las casas, a la sombra de los árboles, están bien separadas una de la otra y rodeadas de jardines. Algunas tienen coloridas campanas al frente que sirven de timbre y en los jardines se ven colibríes de vibrante aleteo, pájaros carpinteros y zorzales negros con el pico naranja. A 200 metros de la entrada al pueblo está la Plaza del Ajedrez, un tablero de 3 por 3 metros disponible para partidas con piezas de acero de 40 centímetros de alto (hay que pedir las llaves del depósito de las piezas en el puesto de venta de artesanías que está unos metros calle abajo).
Caminos ascendentes que caracolean sobre la ladera de la sierra llevan hasta una pequeña fuente con un estanque de madera y una campana que décadas atrás oficiaba de alarma contra incendios. Más arriba suelen aparecer turistas a caballo recorriendo un camino flanqueado por árboles altísimos y una densa vegetación con lianas y helechos. Una bifurcación del sendero hacia la derecha conduce al Cerro Cumbrecita, con una vista panorámica que abarca todo el Valle de Calamuchita. En los alrededores hay algunos ejemplares de tabaquillo –árbol autóctono de la zona en peligro de extinción– con sus hojas similares a las de la rosa silvestre y la corteza parecida al arrayán. En La Cumbrecita acostumbra a nevar una vez por año, y en primavera las praderas se cubren de retamas amarillas y digitalis de todos colores.
Numerosas cascadas y minúsculos balnearios de aguas cristalinas proliferan adentro y en los alrededores del pueblo. La Olla, por ejemplo, combina una idílica cascada con un piletón natural de 9 metros de profundidad donde en verano se puede nadar a placer entre truchas enormes. Y en un bosque cercano hay una extraña construcción privada de la década del 40 diseñada al estilo de un castillo medieval.
Lo ideal es quedarse en La Cumbrecita un mínimo de tres o cuatro días combinando excursiones por la montaña con jornadas de reposo en un silencio total. Recorrer las callecitas de este pueblo ecológico equivale a sumergirse en un cuento de hadas. Y haciendo un pequeño ejercicio de abstracción, una mañana de sol podríamos levantarnos creyendo estar en plena región del Tirol europeo, en una dulce aldea de los Alpes Suizos.
Una de las excursiones más interesantes que se realizan desde La Cumbrecita es una ascensión en camioneta 4x4 hasta la cima del cerro Champaquí, el mas alto de la provincia. Se inicia en la sinuosa ruta asfaltada que pasa por el pueblo de Villa Yacanto y continúa por un camino de tierra que alguna vez fue una senda de los indios comechingones, cuyo aspecto alto y barbado sorprendió mucho a los españoles, acostumbrados a ver indios lampiños.
En el camino se pasa por los últimos relictos de la vegetación autóctona cordobesa, poblados de pájaros como la monjita –un ave blanca muy pequeña con la punta de las alas negras–, zorzales, pájaros carpinteros negros con la cabeza roja y aguiluchos de color marrón que descansan sobre los alambrados. A cierta altura ya se circula sobre el filo de la cadena montañosa y a más de 2800 metros de altura se vislumbra toda la extensión del Valle de Calamuchita, limitado por las Sierras Chicas.
Finalmente se abandona el vehículo para emprender una caminata hasta la cima del Champaquí. En total se camina unos 30 minutos hasta llegar sin mucho esfuerzo a la cima, que es en verdad el cráter de un viejo volcán donde ahora hay una pequeña laguna formada por un manantial. El paisaje, con los dos valles más hermosos de Córdoba a cada lado, se asemeja a un mar de rocas de oleaje gris asediando al cerro. Sólo resta recostarse sobre una piedra gigante –a 2884 metros sobre el nivel del mar– y admirar el vuelo de un majestuoso cóndor que se desliza suavemente sobre la línea del horizonte.
Cómo llegar: En auto por la Ruta 8 hasta Río Cuarto y desde allí por la Ruta Provincial 36 hasta el cruce con la Nº 5. Se debe seguir hasta Villa General Belgrano (87 kilómetros al sur de la capital cordobesa) y luego son 38 kilómetros hasta La Cumbrecita (10 kilómetros pavimentados hasta Los Reartes y luego un camino de tierra transitable por toda clase de vehículos). En La Cumbrecita no hay estaciones de servicio. La empresa de micros Nueva Chevallier sale desde Retiro a Villa General Belgrano y tarda 12 horas (entre $55 y $65 cada tramo). A La Cumbrecita hay cuatro frecuencias diarias de la empresa de micros Pájaro Blanco desde Villa General Belgrano ($11 cada tramo y se tarda una hora). También desde la Villa hay excursiones de todo el día a La Cumbrecita por $30 que organiza Friedrich Servicios Turísticos. E-mail: [email protected]
Alojamiento: En La Cumbrecita se consigue alojamiento desde $65 la habitación doble hasta $120 (en temporada baja).
Pesca: En la oficina de información turística se venden los permisos de pesca que cuestan $12 por día. Básicamente se practica la pesca de truchas con mosca en los arroyitos de la zona, donde se puede ver a los peces a simple vista, dada la poca profundidad (igual eso no garantiza que vayan a picar así como así). Durante un buen día de pesca pueden salir entre ocho y diez piezas, aunque la obligación es devolverlas vivas a su hábitat natural. Y el porte puede llegar a los dos kilos y medio.
Más información: Dirección de Turismo de La Cumbrecita. www.la cumbrecita.gov.ar Tel. 03546-481088 / 481010
Gracias a su pequeñez, La Cumbrecita era el lugar ideal para emprender un proyecto de pueblito ecológico. Y así se hizo porque además de restringirse la circulación de autos, gran parte de la población y la municipalidad impulsan planes de desarrollo sustentable. Por un lado, hay medio centenar de familias que reciclan sus desechos orgánicos colocándolos en unas cajas con lombrices que al cabo de un tiempo producen un “compos” que sirve como tierra y abono en los jardines. Por otra parte, en todas las casas se separa vidrio y cartón y los desechos en general se acumulan en un conteiner que cada 20 días se transporta a 100 kilómetros del lugar, donde en vez de quemarlos se los entierra. Y a partir de ahora, cada nuevo emprendimiento turístico tiene la obligación de tener su propia planta procesadora de aguas servidas.
El otro aspecto de planificación urbana que caracteriza a La Cumbrecita es su código edilicio. Cada persona que desee construir algún edificio en el pueblo debe presentar primero el proyecto a la comuna, cuyos arquitectos evalúan los planos para ver si se ajustan al estilo de los demás. Por ejemplo, según el riguroso código está prohibida la chapa en los techos y sólo se permiten tejuelas de madera o tejas francesas y coloniales. Los techos son todos en forma de “V” invertida y su pendiente debe ir entre los 30 y los 45 grados para que no queden ni demasiado planos ni con un ángulo muy cerrado. Los balcones sólo pueden ser de madera, las terrazas tienen que estar hechas con piedra gris de las sierras y en su totalidad las casas deben cumplir con una proporción que exige un mínimo de 30 por ciento de madera en los exteriores, un máximo de 30 por ciento de piedra serrana y hasta un 40 por ciento de materiales de construcción como bloques y cemento. Por último, están prohibidos los colores fuertes como el rojo y hay que optar por la gama de colores pastel.
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