turismo

Domingo, 20 de agosto de 2006

HONDURAS > EN LA SELVA MAYA

Las Ruinas de Copán

Al occidente de Honduras, muy cerca de la frontera con Guatemala, la selva esconde una antigua ciudad de piedra. El sitio arqueológico de Copán es hoy el lugar turístico más importante de Honduras y uno de los centros ceremoniales más destacados del mundo maya. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, conserva el legado de una sociedad que fue pionera en el conocimiento de la escritura, de la ciencia y de la naturaleza del hombre.

 Por Marina Combis

Apenas despuntaba el siglo XVI cuando los conquistadores españoles llegaron por primera vez a las tierras mayas. Por todas partes asomaban las ruinas de monumentales ciudades que habían sido abandonadas hacía varios siglos. Otras construcciones permanecían ocultas, abrazadas por la selva impenetrable que recuperaba de manera implacable sus dominios y, secretamente, los preservaba del vandalismo de los recién llegados.

La península de Yucatán fue el espacio de ese primer encuentro entre dos civilizaciones contrapuestas, pero las ciudades ocultas estaban en la región selvática de Chiapas, en Guatemala, Belice y El Salvador. En Honduras, Copán fue uno de estos territorios mágicos llenos de tradición y misterio, ciudad majestuosa y centro ceremonial que aprendió a escribir en la piedra el legado de su propia memoria. También fue una de las cunas del mundo maya, que dejó huellas profundas en la literatura indígena de América a través de textos memorables como el Popol Vuh, o el Chilam Balam, el libro de los libros de una cultura singular.

SELVA DE SIMBOLOS

Más de 3 mil años tiene esta cultura que se difundió por gran parte de la América Central, en medio de una naturaleza pródiga donde se entrecruzaban el verde de la selva con las montañas inexpugnables. Tal vez haya sido ese entorno de fértiles valles y aguas cristalinas la inspiración de estos escritores y poetas que hicieron de la palabra un símbolo en la piedra, alumbrados por las plumas iridiscentes de los quetzales o por el vibrante amarillo de los jaguares.

Poco a poco, a medida que su organización social se hacía más compleja, los mayas comenzaron a construir grandes centros ceremoniales y políticos que respondían a una organizada estructura civil y religiosa. Arquitectos soberbios, escultores sin fronteras, su profunda creatividad les permitió dar un paso adelante en la historia de la humanidad, porque en los primeros siglos de la era actual asistieron al florecimiento de las artes al mismo tiempo que la escritura, la matemática, la astronomía y el calendario. Los mayas hicieron prodigios: apenas unos segundos separan su calendario solar de aquel que hoy rige nuestros destinos, otro seguía el ciclo celeste de Venus, otro regulaba la agricultura en los caminos de la Luna. Mil años antes que los hindúes ya habían inventado el valor posicional de los signos matemáticos y el uso del cero. Pero estos visionarios fueron más allá, y se hicieron dueños de la historia al registrar en detalladas crónicas las memorias de su pueblo.

Con una profunda religiosidad celebraron a los dioses que crearon esta tierra, a los dueños de la lluvia, a los señores del maíz y las cosechas, a los guardianes del mundo subterráneo. Las pirámides estaban consagradas a estos dueños del universo, y también a los antepasados porque la muerte apenas era parte del camino. Uno de los rituales más importantes del mundo Maya era el “juego de pelota”, que simbolizaba tanto la lucha del sol contra la luna como el singular combate entre los dioses del inframundo, que representan la muerte, contra los dioses celestes, que dan la vida.

El desarrollo de esta cultura imposible fue notorio pero tristemente corto, porque pocos siglos después de su apogeo comenzó una lenta decadencia hasta que la sociedad de estos creadores de milagros se perdió en los intrincados rincones de la selva. Sólo quedaron los símbolos impresos para siempre en la piedra, como verdaderos gobernantes del insondable territorio de los dioses y de la frágil existencia de los hombres.

CIUDAD DE PIEDRA

Al occidente de Honduras, muy cerca de la frontera con Guatemala, existe un vallecito de apenas veinticuatro kilómetros cuadrados, rodeado por montañas cubiertas de bosques de robles y árboles milenarios. Casi en el medio del valle corren las aguas del río Copán, a cuyas orillas se encuentran las ruinas de esta ciudad de tradición milenaria. Declarada por la Unesco como uno de los más importantes patrimonios de la humanidad, hay quien dice que las Ruinas de Copán podrían haber sido el París del mundo maya centroamericano.

El Parque Arqueológico de Copán apenas si muestra una parte de este mundo misterioso que se extiende por toda la región. Millares de edificios religiosos y de residencias de piedra, una gran plaza rodeada por templos atravesados por escalinatas interminables, altares cubiertos de textos que relatan la historia local. Como si fueran parte de un libro abierto, estos pequeños retazos del pasado cuentan cómo eran y cómo vivían los 20 mil habitantes de Copán.

Erguidas como vigilantes personajes, altas figuras de piedra interrumpen el paisaje. Tallas portentosas y al mismo tiempo delicadas, las “estelas” que una vez estuvieron cubiertas de color relatan el poderío y las acciones de los señores mayas, y recuerdan el antiguo culto a los árboles míticos que sostenían los cielos. Frente a la Gran Plaza, una larga escalinata esconde el texto más largo que se conoce de esta civilización americana, porque allí se encuentran más de 1250 jeroglíficos que todavía no han sido descifrados en su totalidad.

Otro espacio importante es la Acrópolis, formada por dos grandes plazas en las que se levantan algunos monumentos. Una de la plazas contiene al templo construido por Yax-Pac, el último gobernante de Copán. Pero el más importante es un pequeño monolito de piedra con forma de mesa, conocido como el “Altar Q”, que está escrito en todas sus caras y relata la historia de las dieciséis dinastías de gobernantes de la ciudad. Un poco más allá se encuentran las ruinas del Estadio de Juego de Pelota, numerosos templos rituales y funerarios, pequeñas pirámides y la Escalinata de los Jaguares, que recuerda a los guardianes eternos del inframundo. Por debajo de las ruinas, una extensa red de túneles abre una ventana a otros templos que por siglos permanecieron ocultos, como el Templo Rosa-Lila.

Muy cerca de la entrada del parque, un moderno edificio de piedra reproduce la forma de una pirámide: es la sede del Museo de la Escultura Maya. Atravesando un largo túnel que recorre simbólicamente los senderos insondables del inframundo, el edificio guarda importantes esculturas rescatadas del sitio arqueológico. Al atravesar el túnel de acceso, una explosión de color sorprende la mirada: la réplica a escala natural del Templo del Sol muestra, con fascinante cromatismo, cómo eran las construcciones de Copán en sus tiempos de esplendor.

DIOSES DE LA VIDA

Casi 6 millones de Mayas viven hoy en América Central y hablan cerca de treinta lenguas indígenas emparentadas, una de las más antiguas fue la de los chortis, habitantes ancestrales de este valle. No se sabe a ciencia cierta si fueron ellos quienes edificaron la ciudad que hoy se encuentra en ruinas, pero en 1530 todavía eran los dueños de esas tierras, y se dice que su gobernador opuso una tenaz resistencia a las tropas de los conquistadores Hernando de Chávez y Pedro Amalín.

Vinieron años de conflictos y armonía, pero con el tiempo la cultura de los mayas se fue mezclando con la tradición católica. Hoy, cada comunidad tiene un santo patrono a quien se rinde culto, que se guarda celosamente en la iglesia o en las casas de las cofradías. Heredero del mestizaje, el santo patrono de la comunidad está directamente asociado con los ritos agrarios: el Chaac (la lluvia) y Panahturo (el viento) son dirigidos por el Arcángel San Miguel, quien determina el clima y la frecuencia de las precipitaciones. La Virgen María, que esconde entre sus ropajes a la guardiana del maíz, ayuda a los dioses cuando vierten el agua de sus calabazas para que caiga, convertida en lluvia, sobre la tierra fértil. A los otros dioses se los celebra en secreto cuando se quema el copal en los ritos agrarios, para que su humo perfumado se lleve las impurezas del alma y del cuerpo. Los ancianos afirman que sus abuelos contaban que la serpiente y la rana estaban asociadas con la lluvia, por consiguiente, con la fecundidad.

GUARDIANES DE LA MEMORIA

Muy cerca del parque arqueológico, el sencillo pueblo de Copán parece detenido en el tiempo. Las tranquilas callecitas pavimentadas con cantos rodados, blancas casas de adobe con rojos techos de tejas y terrazas soleadas parecen remansos preparados para descansar la mirada. En los patios coronados de flores multicolores se esconden pequeños lugares donde se confunden los aromas de la cocina hondureña, como los memorables tacos de El Jacal o del Comedor Isabel, o la fragua siempre encendida de Nia Lola, la dueña de las “carnitas” asadas, de los frijoles, el quesillo y los fundidos de chorizo. Todo el pueblo está inundado de sabor. Como en los tiempos pasados, el maíz sigue siendo sagrado y renace cada día en las comidas cotidianas, en el “atole”, una bebida caliente que humea en las jícaras de barro, en los tamales primorosamente envueltos en las hojas sagradas, en los pequeños panes que se tuestan al rescoldo, en las tortillas que humean en el “comal” para que los sabores se vuelvan eternos.

Poco quedó del arte de aquellos mayas de antaño. A pesar de los millares de visitantes que llegan año a año a las ruinas, casi no quedan artesanos en el pueblo. Lito, el escultor más famoso de Copán, aprendió su oficio de tanto mirar, y poco a poco se fue haciendo dueño de la piedra con la que hace réplicas de las “estelas” en tamaño natural. Muy cerca está la aldea La Pintada, apenas unas pocas casas humildes de adobe y paja donde las mujeres confeccionan delicadas muñecas con la fibra vegetal de la tusa. Otros artesanos van aprendiendo para hacerse de un oficio.

Pero la milenaria ciudad de Copán seguirá guardando la historia de una civilización que no llegó a completar su destino porque, aun cuando los templos permanezcan silenciosos en la selva, su corazón maya todavía late bajo las piedras que les dan forma. Los descendientes de aquellos constructores de pirámides todavía habitan en pequeñas aldeas que parecen ajenas al paso del tiempo, hablan su antigua lengua, cosechan la tierra como lo hacían sus ancestros y rinden culto a sus tradiciones, inexpugnables guardianas de la memoria.

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Reconstrucción del Museo del Sol en el Templo de la Escultura Maya.
Imagen: MCM Prensa
 
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