Domingo, 15 de octubre de 2006 | Hoy
TIERRA DEL FUEGO > DESDE EL PUERTO DE USHUAIA
Cuando se navega por las tranquilas pero frías aguas del canal Beagle es posible imaginar el “finis terrae”, aquel mítico límite del universo que temían los navegantes de la antigüedad. Una travesía por la extraña belleza de un paisaje despojado, con colores grises y el cielo casi siempre sombrío de nubes, con escalas en el faro de Les Eclaireurs y las islas De los Pájaros y De los Lobos.
Por Julián Varsavsky
En Tierra del Fuego casi todo remite a la vieja idea del finis terrae, el “fin del mundo” que hasta hace cinco siglos era el terror de aquellos navegantes que temían caer en los abismos del universo si se aventuraban más allá de esa frontera imaginaria. Pero cuando Magallanes descubrió el estrecho que le permitió dar la primera vuelta al mundo –culminada por El Cano–, ya todos se convencieron de que la esfera era la dinámica forma de la tierra y que ninguna tortuga gigante sostenía el peso del universo. Sin embargo, hay lugares muy específicos como la Bahía de Ushuaia que por alguna razón que nadie podría explicar, encierra algo así como el arquetipo del último puerto antes del “fin”. Algo en el paisaje melancólico y frío sugiere y subraya que estamos en la Patagonia más austral, remota y solitaria, después de la cual ya no hay nada más, salvo el viento, el frío y el hielo. Es por eso que, sin necesidad de abrir un mapa o de escuchar explicación alguna, uno tiene la sensación física de estar observando el paisaje del “finis terrae” en su máxima expresión.
PUERTO FUEGUINO Las aguas de cualquier puerto del mundo irradian siempre un aura romántica de sueños lejanos que evocan el momento inclasificable de una partida y un adiós. Pero en general los puertos son tristes y alegres a la vez. Cuando zarpan, los barcos dejan atrás una estela borrosa donde flota el recuerdo de una sucesión de imágenes que nunca se volverán a repetir. Y al asomarse por la proa, en cambio, se vislumbra en el mar abierto un futuro de aventuras en el que todo está por venir.
Los viajeros que visitan la ciudad de Ushuaia pueden realizar una excursión en barco por el canal Beagle, partiendo desde el puerto de la ciudad, donde conviven lujosos trasatlánticos, fantasmales barcos abandonados y carcomidos por el óxido, y barquitos pesqueros que al lado de algún gigante parecen un cascarón de nuez.
Desde el puerto parten varias embarcaciones de estilos diferentes que realizan más o menos la misma excursión principal, conocida como la “marítima corta” y que dura entre dos y tres horas. Las alternativas van desde veleros y una antigua motonave con decoración art nouveau hasta grandes catamaranes a todo lujo con pantallas líquidas y capacidad para 350 personas. Casi todas siguen un mismo itinerario, en cuyo transcurso los guías explican las peculiaridades del canal Beagle. En tiempos remotos fue un enorme glaciar de mil metros de altura. Cuando hace unos diez mil años –durante las glaciaciones–, se retiraron los hielos quedaron al descubierto unos grandes valles en forma de U excavados por la potencia incalculable de los duros hielos. Luego estos valles glaciarios fueron invadidos por los océanos formando tranquilos canales muy ventosos y gélidos pero casi sin olas, ideales para la navegación (las tribus de canoeros yamanas habitaron en este lugar).
A BORDO En el primer tramo, la embarcación avanza por el archipiélago de las islas Bridges, una serie de islotes rocosos entre los que está la Isla de los Pájaros, llena de cormoranes reales. Esta especie de ave buceadora se sumerge hasta 30 metros en el canal persiguiendo cardúmenes de sardinas. Un aspecto curioso de los cormoranes reales es que tanto el macho como la hembra levantan una cresta anunciando que están en celo y la bajan de inmediato cuando consiguen pareja.
A la derecha se ve la costa de la isla chilena Navarino y a la izquierda aparece otra pequeña isla con una superpoblada colonia de petreles y skuas, con varios centenares de pequeños “cráteres” que en verdad son los nidos de estas aves que llegan a vuelo rasante y aterrizan justo en su pequeño círculo en la tierra. Allí dirimen a picotazos los conflictos territoriales.
En la pequeña Isla de los Lobos –apenas unas rocas desnudas que sobresalen en el canal– reposan al sol medio centenar de ruidosos lobos marinos. Sobre estas rocas viven todo el año las hembras y las crías, mientras que los machos llegan exclusivamente para aparearse, formando un harén de hasta quince hembras, a las que quintuplican en tamaño y peso. Cumplida su función regresan al mar y nadan hasta las costas de Brasil a pasar el invierno con otras hembras.
Luego de bordear el faro Les Eclaireurs, se emprende el regreso. Este faro se construyó en 1920 y no es el del “fin del mundo” de la Isla de los Estados al que hace referencia Julio Verne en su famosa novela. El faro Les Eclaireurs está en las islas que bautizó con ese nombre el capitán de fragata Luis Fernando Martial, quien comandó la expedición francesa de La Romanche (1882-1883). Aunque no está habitado, el faro sigue funcionando con paneles solares.
ISLAS DE MITOS Y PINGÜINOS La llamada excursión corta emprende el regreso a partir del faro, mientras que la “larga” sigue una hora más y bordea primero la isla Gable, la más grande del inhóspito canal. Aquí creían los indios yamanas que se encontraba el centro del mundo, el único lugar que se habría salvado durante un gran “avance de las aguas”, cuando según el mito indígena la luna cayó en el mar, inundando todo el planeta salvo este pequeño lugar. Al emerger la luna del fondo del mar trajo consigo a los guanacos, los zorros y los humanos, que repoblaron el mundo otra vez.
El punto más lejano de la excursión es la isla Martillo, donde la atracción principal es una pingüinera de 3 mil ejemplares magallánicos que comienzan a emigrar en marzo y regresan al final de la primavera. Y lo más extraño de la isla es que también hay en ella una pequeña colonia estable de doce parejas de pingüinos papua, una especie muy particular que se diferencia de los demás porque tiene el pico rojo, las patas naranja y el pecho blanco.
Otra de las alternativas para navegar por el canal Beagle es a bordo de una pequeña embarcación pesquera de centollas y moluscos –reacondicionada para el turismo–, cuya principal virtud es que su tamaño permite una movilidad muy especial y un acercamiento mayor a la fauna de las islas. La “Tres Marías” sólo puede llevar ocho pasajeros y mide 8,8 metros de eslora. Se zarpa del Muelle Turístico Municipal rumbo al Paso Chico, que separa la bahía de Ushuaia del canal Beagle. Una vez en el canal, la embarcación se dirige a la Isla Alicia o a la Isla de los Pájaros para observar los cormoranes reales y las demás aves que la pueblan (gaviotas australes y cocineras, palomas antárticas, skuas, petreles gigantes y albatros). La navegación continúa hasta la Isla de los Lobos en el archipiélago Les Eclaireurs. En este pequeño islote se juntan además de los lobos algunos cormoranes reales que desplazan año tras año a los anteriores, a los que espantan a picotazos. El destino siguiente es el archipiélago Bridges, donde se desembarca en una de las islas para realizar una caminata.
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