Domingo, 15 de octubre de 2006 | Hoy
RELATOS DE PIONEROS > ANTOINE DE SAINT-EXUPéRY
Como aquellos relatos de navegantes, exploradores y aventureros que se lanzaron a descubrir mundos desconocidos, las crónicas de Antoine de Saint-Exupéry –aviador, ensayista, poeta y autor de El Principito– reflejan impresiones únicas, relatos que contienen la magia de esa primera mirada.
Por Marina Combis
Dicen que los viajes contienen, al mismo tiempo, la magia del descubrimiento y las ventanas del mundo. Desde el comienzo mismo de la historia, los relatos de los navegantes, exploradores y aventureros sacaron a la luz los secretos de tierras hasta entonces desconocidas, dieron a conocer los misterios de paisajes nuevos. Cada historia de estos pioneros fue una verdadera crónica de viaje, un manual de conocimiento, una guía impensada para futuros turistas.
Antoine Jean Baptiste Marie Roger, conde de Saint-Exupéry, cazador de estrellas y caminante de las nubes, es uno de estos intrépidos viajeros. Este francés de mirada tierna es mucho más que un aventurero: es un poeta que escribía en prosa, dibujante de talento, inventor fértil y prestidigitador genial, compañero cortés y encantador, un aristócrata romántico que solía presentarse, simplemente, como “Saint-Exupéry, piloto”. Había nacido en Lyon, Francia, en el seno de una familia con raíces en la nobleza, y tenía apenas veinte años en 1920 cuando comenzó a descubrir que sus sueños navegaban en las alas frágiles de aquellos aviones. No habían pasado seis años y ya era piloto de la compañía Aéropostale, fundada por el industrial francés Pierre Latécoère, que imaginaba una ruta de correo aéreo que cubriría desde Toulouse hasta Tierra del Fuego.
Saint-Ex, como lo conocen sus colegas, vuela casi a diario uniendo Toulouse con Rabat, Dakar y Casablanca, y poco a poco comienza a enamorarse de esas arenas blancas que parecen un océano. El Sahara despierta su imaginación de poeta, y su pasión se concreta cuando lo nombran jefe de la Aeroplaza de Cap Juby, en el Sahara español.
En 1929 llega a la Argentina para abrir las rutas aéreas del sur. No está solo: Henri Guillaumet y Jean Mermoz, sus queridos colegas de la Aéropostale, con quienes comparte momentos muy intensos, también trabajan en Buenos Aires para la Aeroposta Argentina. Vuela entre Brasil y el Litoral, entre Buenos Aires y la Patagonia, cruza los Andes cubiertos de nieve. Cuando regresa a París, dos años más tarde, es piloto de línea, hace vuelos de pruebas para Latécoère, intenta conseguir el record de velocidad volando entre París y Raigón, sufre un accidente en el desierto libio, trabaja en el servicio de propaganda de Air France, firma artículos desde Moscú para el periódico Paris Soir y trabaja como corresponsal de L’Intransigeant en la Guerra Civil Española.
La Segunda Guerra Mundial lo encuentra como piloto de guerra en la lucha contra los nazis, pero la Francia ocupada lo lleva a los Estados Unidos para buscar ayuda contra la invasión. Pronto regresa para unirse a la Resistencia y vuelve a su avión. Un 31 de julio de 1944 realiza su última misión, de la que jamás regresará. Tenía apenas 44 años.
CORREO DEL SUR En la primavera de 1928, Jean Mermoz inaugura los vuelos nocturnos de la Línea Río de Janeiro-Buenos Aires, y el correo llega tan sólo en un día, en lugar de los cinco que demora en barco. La distancia entre Toulouse-Dakar y Natal-Buenos Aires se cubre en apenas cuatro días. El desarrollo de la aviación tiende puentes entre esos pueblos hasta entonces lejanos. A partir de ese mismo año, un grupo de pilotos franceses y argentinos comienza a transitar, con sus alas desplegadas y su espíritu de conquista, los helados cielos del sur.
La conquista aérea de la Patagonia, que abre la línea desde Buenos Aires hasta Río Gallegos, es uno de los puntos culminantes de esta epopeya, de la mano de Antoine de Saint-Exupéry, nombrado jefe de Explotación de la Aéropostale en Argentina. En muy poco tiempo los avezados pilotos encuentran la manera de vencer las inclemencias del clima austral y las dificultades de la ruta, mientras los mecánicos luchan por mantener en condiciones los aviones de la flota. El 25 de agosto de 1928 se realiza el estudio de la ruta patagónica a bordo de un avión Laté 25, que aterriza por primera vez en Bahía Blanca, Carmen de Patagones, San Antonio Oeste y Trelew, recorrido que al año siguiente se amplía hasta Comodoro Rivadavia. El 14 de octubre de 1929, Saint-Exupéry y Paul Vachet viajan por primera vez hacia el Sur, poco antes de inaugurarse el servicio regular de la Aeroposta. La Patagonia es recorrida por extraños y ruidosos pájaros que unen los pueblos, las ciudades, el mundo.
Cuando los pilotos franceses inician la retirada, en 1931, los vuelos a la Patagonia se han hecho regulares. El tiempo de los pioneros, cuando las rutas del cielo formaban héroes y poetas, hombres simples frente a los misteriosos poderes de la naturaleza, ha quedado atrás. En marzo de ese año Saint-Ex realiza su último vuelo para la Aeroposta y regresa definitivamente a París para consagrarse a la literatura, pero jamás olvida su pasión por los cielos australes.
CRONICAS DE VIAJE No deja de volar, pero sus alas de poeta están inquietas. “La imagen es un acto que, sin saberlo, envuelve al lector. No se excita al lector: se lo hechiza”, escribe. Su primer título literario, “El aviador” (1926), aparece en la revista Navire D’Argent, publicación en la cual trabaja su buen amigo Jean Prévost. Correo del Sur (1929), su primera novela, ensalza la profesionalidad y la camaradería que ha compartido con los pilotos de la línea postal. El aviador compagina su trabajo con los relatos, y es durante las convalecencias, mientras se recupera de los accidentes que sufre, cuando más tiempo le dedica a la escritura.
La Patagonia deja una huella profunda en Saint-Exupéry. La monotonía, la ausencia de árboles de este paisaje tan diferente al de Francia impresionan al aviador-poeta. Los pueblos, cada vez más escasos a medida que avanzan hacia el Sur, parecen haber despojado la tierra de su verdor. Allí escribe su primer gran éxito literario, Vuelo nocturno, donde relata las peripecias de un piloto de línea que parte de Comodoro Rivadavia y desaparece en la noche patagónica. “En esa calma habría podido creerse haciendo un lento paseo, casi como un pastor. Los pastores de la Patagonia iban, sin apurarse, de un rebaño a otro: él iba de una ciudad a otra, era el pastor de las pequeñas ciudades. Cada dos horas encontraba una, que se había acercado a beber al borde de los ríos, o que pastaba en su llano”, escribe en la novela que será prologada por André Gide.
Un accidente acaecido en 1938 en Guatemala, cuando pretende viajar desde Nueva York a Tierra del Fuego, lo deja postrado en cama durante un tiempo considerable. En esta época escribe Tierra de hombres (1939), que recibe el Gran Premio de la Academia Francesa y el National Book Award estadounidense. En Estados Unidos y estimulado por el contexto bélico, escribe Piloto de guerra (1942) y Carta a un rehén (1943).
DOS PRINCESAS Es a partir de uno de sus accidentes aéreos cuando comienza a imaginar El Principito. En 1929, en un viaje de Buenos Aires a Asunción del Paraguay, Saint-Exupéry debe hacer un aterrizaje de emergencia en un campo de San Carlos, en la provincia de Entre Ríos. Lo auxilia Georges Fuchs Vallon, un francés que vive con su mujer y sus dos hijas, Suzanne y Edda, en un viejo castillo frente al río Uruguay. Permanece allí un corto tiempo, pero ese mundo de leyenda lo impacta de tal manera que le dedica un capítulo en su novela Tierra de hombres: “Tanto os hablé del desierto que antes de seguir hablando de él me gustaría describir un oasis. La imagen que tengo de él no está perdida en el fondo del Sahara (...) Era cerca de Concordia, en la Argentina, pero hubiera podido ser en cualquier otro lugar, de tal modo está difundido el misterio”.
Sin embargo, son otras visiones las que inspiran a este poeta que escapa a las ciudades. Se enamora de las historias que le relatan las dos niñas que habitan en ese castillo semiderruido, a las que llama “mis princesitas”. En 1932, las publica en la revista Marianne: describe cómo un día, una de las niñas sube a un árbol y se encuentra, frente a frente, con una serpiente. La joven comienza a hablarle y le pide que no la lastime. La serpiente parece entender sus palabras, y se aleja sin hacerle daño.
La pluma de Saint Exupéry es fértil e incontenible. En 1942 termina de escribir El Principito, con el que fascinará al mundo y donde depositará toda su filosofía de la vida. “Lo esencial es invisible a los ojos”, escribe, mientras su pensamiento va más allá y propone una meditación sosegada sobre la soledad del hombre, sobre la amistad, sobre la existencia.
Su avión desaparece en medio del misterio. ¿Qué ha sido de Saint-Exupéry?, imagina Umberto Eco. “¿Desaparece de los cielos como un Principito? ¿Dónde ha ido a parar? No lo sabréis nunca. Quedan sus libros y su leyenda, que va más allá de su obra.”
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