Domingo, 5 de noviembre de 2006 | Hoy
ECOTURISMO > RESERVAS NATURALES URBANAS
En medio de la ciudad, pasa más inadvertida. Pero la naturaleza siempre está: hay que saber buscarla y disfrutarla, en este caso en las reservas naturales que, a pesar del cemento, saben poner su nota de verde y vida en el mundo urbano.
Por Graciela Cutuli
A veces, lo bueno está cerca. Basta saber buscarlo, y descubrir que debajo de la gris plataforma de la ciudad, o junto a ella, hay enormes islas de naturaleza. Tienen distintas formas, distintas ubicaciones, distintas superficies, pero todas ellas son la ventana a una vida que el trajín diario lleva a olvidar: esa vida poblada de cantos de pájaros, de los colores de las flores, del correr del agua, que al fin y al cabo recuerdan que hay un reino de elementos naturales que todavía puede recuperar su lugar. Bastará con un buen par de binoculares para ayudar a la vista, y con dejar atrás el reproductor de música para detenerse a escuchar lo que la naturaleza tiene para decir. Las reservas urbanas son mucho más vastas que un parque, y sobre todo tienen fines de conservación que les son propios: por eso, más allá de lo natural o artificial de su origen, tienen generalmente una atmósfera predominantemente agreste, y además ayudan a mejorar el ambiente de las ciudades, absorbiendo al menos parte del impacto del desmesurado crecimiento urbano. Sin contar con que funcionan como refugio protector para numerosas especies de animales que de otro modo se verían obligadas a emigrar. Alcanza con saber observar para descubrir que todo un tejido vital, donde se entrelazan fauna y flora, está al alcance de los sentidos en los bordes mismos de las grandes ciudades. Sólo hay que abrir la puerta, para ir a mirar...
Aqui, alla y en todas partes Aves Argentinas, la asociación ornitológica que promueve la creación de reservas naturales urbanas en nuestro país, estima que de las 250 unidades registradas en el sistema de áreas naturales protegidas, alrededor de 80 pueden considerarse como reservas urbanas. Las hay en Córdoba (Bosque Autóctono El Espinal, Reserva Ecológica del Suquía, Parque Tau), en Río Negro (Parque Municipal Llao Llao, Isla Huemul, Laguna El Trébol), en Santa Cruz (Laguna Nimes), en Chaco (Laguna Argüello, Laguna San Francisco, Laguna Villa del Carmen), y en Buenos Aires (Reserva Costanera Sur, Ribera Norte, Otamendi, Isla Martín García), por nombrar sólo algunas. Todas ofrecen verde, un cielo sin torres (o al menos relegadas a lo lejos), y un espacio para caminar hasta perderse entre los árboles que, por una vez, no tienen que limitar sus raíces al estrecho espacio de las veredas. A continuación, una visita a algunas de las 11 reservas urbanas oficialmente reconocidas en los alrededores de Buenos Aires: a sólo un paso, esperan ser descubiertas por los exploradores de la naturaleza que saben ganarle espacio al progreso de la ciudad.
Tal vez sea uno de los mejores ejemplos de auténtica resistencia natural al avance urbano. Cuando decayó el tradicional balneario de la Costanera Sur, que había sido uno de los ejes de la vida social porteña a principios del siglo XX, y se fue rellenando parte del río, surgieron espontáneamente áreas vegetales que sirvieron a su vez como refugio para los animales. Los pastizales, lagunas y bosques fueron ganando terreno y pronto la diversidad biológica del lugar atrajo a los visitantes. Hace 20 años fue declarada área protegida, y hoy es uno de los pocos lugares que permiten, en el corazón de Buenos Aires, la inmersión en un mundo natural habitado por numerosas aves, mamíferos, anfibios y reptiles, entre cortaderas, sauces, ceibos y juncos. Se la puede recorrer siguiendo los distintos senderos que la atraviesan de punta a punta, en trayectos más cortos o largos, y participar en las visitas guiadas gratuitas, diurnas o nocturnas que ayudan a reconocer su riqueza biológica.
A sólo 45 kilómetros de Buenos Aires, en La Reja (partido de Moreno) se encuentra el Area Natural Protegida Ing. Roggero. En esta zona confluyen elementos de la región pampeana y el espinal, caracterizados por pastizales y bosques xerófilos, con una gran biodiversidad. Sobre unas 1000 hectáreas, comprende la Reserva Municipal Los Robles, el Lago San Francisco y el humedal circundante, y el Museo Paleontológico de Sitio F. Muñiz. La reserva tiene un objetivo múltiple, que abarca desde la conservación del paisaje regional hasta la regulación de las aguas del Río de la Reconquista y la regulación mesoclimática, como parte de un corredor biológico de migraciones naturales. No menos de 334 especies de plantas (tala, cina-cina, espinillo, fresno, junco), de las cuales más de la mitad son autóctonas, conviven aquí con 189 especies de aves, 26 de peces, 22 de mamíferos y 13 de reptiles, entre ellos el amenazado lagarto overo. Se realizan en la Reserva visitas guiadas de interpretación y educación ambiental, con visitas educativas al Museo Muñiz, charlas en el centro de visitantes, clases abiertas en el vivero y avistaje de aves. La Reserva, por donde pasan unas 60.000 personas al año, tiene zonas de recreación para camping, con cabañas, quinchos, alquiler de bicicletas y juegos.
Buen equilibrio para la proliferación de barrios cerrados, Pilar tiene desde hace pocos años su propia Reserva, a orillas del río Luján, nacida con intención de preservar el medio ambiente y proteger las especies nativas. Geográficamente –explican los guías de la Reserva–, la zona forma parte de la “provincia pampeana del dominio chaqueño”, una llanura de ondulación suave donde predomina la estepa con gramíneas y arbustos. Los ríos, de caudal variable según la temporada, forman lagunas y bañados de aguas dulces o salobres. Si las zonas altas son las más afectadas por la actividad agropecuaria, las bajas presentan típicamente pastizales inundados y lagunas, en definitiva humedales donde se desarrolla una variopinta fauna de aves, reptiles, mamíferos, peces y anfibios. Además, la Reserva funciona como refugio y lugar de paso en las migraciones de aves. Sin embargo, la cercanía con la ciudad y la falta de protección generan un daño importante al ambiente en general y a la flora y fauna en particular: visitarla ayudará sobre todo a tomar conciencia de la necesidad de cuidar el espacio y liberarlo de la presión que ejercen la caza y pesca indiscriminadas, y la cercanía de la ciudad.
Esta reserva situada en Lomas de Zamora está considerada como una de las últimas reservas rurales del sur del Gran Buenos Aires. Es la heredera de una larga historia, ya que surge en los terrenos de una estancia cuyas primeras menciones están documentadas hace cuatro siglos, y que en el siglo XIX recibió a un grupo de 600 colonos escoceses, fundadores de una de las primeras colonias agrícolas argentinas. De unas 400 hectáreas de superficie, en las últimas estribaciones de la pampa ondulada, se encuentran aquí bosques, talares, lagunas, bañados, montes, algo de pastizal pampeano y edificios históricos. Cientos de especies vegetales y más de 100 especies de aves se dan cita en este ambiente, que tiene la particularidad de albergar la Reserva Micológica Carlos Spegazzini, única en su tipo en Sudamérica, por la abundancia de líquenes, hongos y musgos.
En Florencio Varela se conservan el solar y la casa natal del escritor Guillermo Enrique Hudson, convertida en una reserva natural que permite acercarse tangiblemente al ambiente pampeano que signó obras como Allá lejos y hace tiempo, o Un naturalista en el Plata. La reserva ocupa unas 54 hectáreas, parte de las cuales se recorren en visitas guiadas. Un paseo por el lugar que también lo es por el tiempo, para descubrir que antiguamente el pastizal medía hasta dos metros de altura, y se podía navegar por el Arroyo Conchillas hasta la costa del Río de la Plata. Las visitas guiadas tienen dos ejes: el histórico-cultural, basado en la vida y la obra de Hudson, recorriendo la casa donde nació, sus objetos y libros; y la caminata por el bosque a través de los senderos sombreados por los árboles. De los “25 Ombúes” que dieron nombre a la estancia en tiempos de Hudson, hoy sólo quedan cuatro, pero sin duda hacen revivir la vívida descripción que hizo de ellos el escritor.
Incluso en el agitado fin de semana de la zona norte es posible encontrarse con un oasis de naturaleza, gracias al Refugio Natural Educativo de la Ribera Norte, una reserva municipal de 12 hectáreas que engaña en cuanto a distancias: estamos muy cerca de la Avenida del Libertador, pero parece que nos separara un mundo. Ceibos, sauces, la cercanía del río, la presencia de un mundo animal que se deja oír más que ver: sobre todo las numerosas aves autóctonas que encuentran aquí el refugio ideal de sus nidos. A través de una bicisenda, o a pie por un camino peatonal, se puede ingresar también a la Reserva Ecológica de Vicente López, surcada de senderos y puentes que permiten descubrir a sus habitantes: acá y allá, hay lagartos overos, coipos, tortugas acuáticas, garzas y pequeños anfibios. En las noches de luna llena, las visitas tienen el encanto adicional del mundo nocturno, vital y misterioso, que invade todos los sentidos.
A orillas del Paraná de las Palmas, entre Escobar y Campana, fue creada hace unos 15 años la Reserva Otamendi, sobre unas 3000 hectáreas arrancadas a la explotación agropecuaria intensiva para devolverles su fisonomía original. Establecida sobre la región del Delta e Islas del Paraná, con pastizales de pampa ondulada y espinales, es el hábitat del escurridizo ciervo de los pantanos –el cérvido autóctono más grande del subcontinente– y del carpincho, el roedor más grande del mundo. Temprano por la mañana, o al atardecer, hay más oportunidades de divisar los gatos monteses, hurones o lobitos de río que bien saben disimularse entre los pajonales, los juncos y las vistosas cortaderas. Arañas y mariposas acompañan durante todo el trayecto, dividido en varios senderos de libre acceso, de los cuales sólo el Laguna Grande está reservado al recorrido con guías habilitados (abarca 6000 metros entre ida y vuelta). Otro de los senderos, Historias del Pastizal, desemboca al cabo de 1000 metros en un bosque de talas, con un mirador sobre el bañado. El tercer recorrido, corto pero con dificultades, es un camino de 150 metros que arranca en el mirador y se adentra en el talar. Finalmente, en auto se visita el sendero vehicular Islas Malvinas, que llega hasta el Paraná de las Palmas. En toda esta zona se encontraron restos de los pobladores autóctonos, y también huellas de un asentamiento de fines de la época colonial.
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