Domingo, 24 de diciembre de 2006 | Hoy
ITALIA > ARTESANOS DEL VIDRIO EN MURANO
Cercana a Venecia, Murano se convirtió en el centro europeo de producción de espejos y objetos decorativos de vidrio cuando en el año 1291 un decreto del dux veneciano expulsó a los artesanos vidrieros a las islas aledañas. Hoy es casi un barrio de La Serenísima y sigue siendo una Meca de la producción artesanal de vidrio.
Por Julián Varsavsky
A comienzos del 1600, el florentino Antonio Neri –radicado en Murano– escribió un manual llamado “El arte de soplar el cristal”, donde explicaba como “fare il cristallo in tutta perfettione”. Pero en realidad fue un manual un tanto tardío ya que el origen de la tradición artesanal cristalera en el archipiélago de islas de la laguna de Venecia se remonta al siglo VIII.
En Murano, el momento “fundacional” de la industria del vidrio fue exactamente en 1291, cuando el dux de Venecia prohibió los talleres de vidrio en las islas centrales de la laguna, relegándolos a un sector secundario como era Murano en aquella época. Aunque la medida se justificó alegando que la utilización del fuego en ese trabajo era un riesgo de incendio muy grande para una ciudad cuyas edificaciones eran todas de madera, algunos historiadores consideran que la decisión de aislar a los artesanos obedeció a una razón de Estado mucho más profunda. Venecia era un puerto a donde llegaban comerciantes de todo el mundo, “amenazando” con llevarse las secretas fórmulas y técnicas para hacer el mejor cristal que existía en el planeta, una de las claves del comercio ultramarino de los venecianos.
Los artesanos de Murano se habían convertido en virtuales prisioneros de su profesión, semiconfinados a una isla y amenazados por la ley si divulgaban sus conocimientos. Por ejemplo, un artesano del vidrio tenía prohibido abandonar la ciudad-estado de Venecia. Y si se atrevía a abrir un negocio o taller más allá de la laguna veneciana, corría el riesgo de ser asesinado o de que la policía secreta le cortara las manos.
¿Por qué eran tan especiales los saberes de estos hombres? Porque durante mucho tiempo fueron los únicos en Europa que sabían cómo hacer un espejo. Pero también desarrollaron complejas técnicas para producir vidrio cristalino, vidrio esmaltado (smalto), vidrio con hebras de oro (millefiori), vidrio de criolita (lattimo) e imitaciones de piedras preciosas en vidrio. O sea, eran creadores de ricos tesoros que se exportaban a todo el Levante, el Mediterráneo y Constantinopla.
Claro que el monopolio de semejantes saberes también les otorgaba algunos privilegios, convirtiéndolos en una elite muy cerrada –en verdad ellos mismos eran los celosos guardianes de su saber–, que en general no se extendía más allá del clan familiar. Uno de los privilegios de las familias vidrieras era figurar en el listado de apellidos del Libro d’Oro, donde compartían honores a la par de la nobleza. Las jerarquías internas también se desarrollaron dentro de la elite vidriera: el “maestri” estaba a la cabeza (todos le rendían culto), luego el garzón y el garzonetti (ayudantes), el serventi y el serventini (aprendices) y el forcelanti o cortador de vidrio.
Igual que en la Edad Media –con sus altibajos a lo largo de la historia–, la cristalería sigue siendo la industria principal de Murano. Y como siempre, tratar de sacarles algún secreto –e incluso simples palabras– a los artesanos del vidrio es casi imposible. Con algo de alquimistas modernos, estos maestros vidrieros siguen experimentando con fórmulas químicas para lograr la transparencia más perfecta o el azul cobalto más puro, siempre por las noches y en soledad, como indica la tradición.
Llegar a Murano desde Venecia es tan simple como tomar el vaporetto cerca de la Piazza San Marcos, y en apenas 10 minutos se puede bajar en cualquiera de las paradas de esa isla. Igual que en Venecia, caminar por Murano implica perderse indefectiblemente por un laberinto ilógico de callejuelas peatonales y canales de agua. Las fábricas y negocios de vidrio están por todos lados, así que al rato de haber desembarcado uno ya está en alguna fábrica haciendo un recorrido gratuito para ver a los artesanos soplando grandes burbujas de vidrio en crudo. Los negocios con las piezas terminadas están por todos lados, ofreciendo joyas de vidrio, máscaras de carnaval, adornitos de todo tipo, floreros, vasijas, copas y vasos, lámparas, abalorios y casi cualquier cosa imaginable. En cambio el museo más formal está en el Palacio Giustininian, dedicado por supuesto a piezas de vidrio con un alto nivel estético.
Uno de los pocos artesanos que alguna vez divulgaron sus secretos fue un tal Barbini, quien en 1883 publicó un famoso “ricettario” donde, por ejemplo, estaba la fórmula para crear el vidrio celeste que, entre otros ingredientes, tenía carbonato de potasio y tierra roja traída desde Barileti. Pero lo más curioso de la fórmula era una anotación al pie: “Butar con fornasa non tanto chalda, mortesina (colocar en un horno a fuego mínimo). Sopra questa partita, quando sono stata cota, li ò dato ramina libre 22 (cubrir con 22 libras de cobre), a poco alla volta, e poi li ò dato in quatro volte libre altre 300 cotiso di nitrone (agregar en cuatro veces 300 libras de nitrato de cotiso), e sono venuto un celeste belisimo”.
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