Domingo, 11 de febrero de 2007 | Hoy
BOLIVIA > TODO TERRENO
Por Mariana Lafont
Una tensa calma se siente en los pies. La superficie aparenta serenidad. Pero debajo, la tierra está en movimiento. El diálogo entre ambas partes parece imposible, sin embargo, allí están los volcanes, únicos intermediarios entre la superficie y los niveles más profundos de la corteza terrestre. A pesar de lo inhóspito del lugar, innumerables maravillas naturales comienzan a brotar: exóticas formaciones rocosas, volcanes, cráteres y pacíficas fumarolas que emiten chorros calientes de gases y vapor que pueden alcanzar hasta 10 metros de altura. Y también fascinantes lagunas de colores de origen glaciar que albergan colonias de flamencos.
El viaje comienza al amanecer partiendo de San Pedro de Atacama, turístico y concurrido oasis en el desierto más seco del mundo, a 1670 kilómetros al norte de Santiago de Chile. Los 65 kilómetros iniciales de pavimento serán los únicos que veremos por tres días y treparemos de 2500 a 5000 msnm. De repente un gigante de forma cónica casi perfecta emerge: es el volcán Licancabur. Este coloso de casi 5900 metros de altura es el límite natural entre Chile y Bolivia, y en su cráter alberga un enorme espejo de agua, constituyéndose en el quinto lago más alto del mundo.
Este rincón es el más extremo y frío de Bolivia. Sus temperaturas oscilan entre 20C durante el día y -20C a la noche y sólo llueven unos escasos milímetros al año. Desierto y montañas dominan el paisaje.
Nos encontramos en la Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa, creada en 1973 y la más visitada del país (con un promedio de 30 mil visitantes al año). En una superficie de 7200 kilómetros cuadrados abundan gran cantidad de volcanes en erupción, fuentes termales, fumarolas y géiseres humeantes (por eso muchos consideran a este parque como el “Yellowstone del Altiplano”). A pesar de la altitud y de la extrema aridez, numerosos y singulares seres vivos se han adaptado a las dramáticas condiciones de vida de la región. Existen 80 especies de aves, de las cuales las más llamativas son los flamencos. Estas aves gregarias, de refinada perfección, habitan sistemas salinos de donde obtienen su alimento y con su porte distinguido se combinan armónicamente con el paisaje místico y agreste. De las cinco especies de flamencos existentes en el mundo, tres están presentes aquí. Estos son: el andino, el chileno y el de James. Asimismo, hay 23 especies de mamíferos (entre ellos: pumas, zorros andinos, vicuñas y vizcachas) y la flora es sorprendentemente variada; plantas y árboles se han adaptado a las severas condiciones de salinidad, la falta de agua dulce y las bajas temperaturas.
ESPEJITOS DE COLORES Primera parada del periplo: la laguna blanca. Pequeño y maravilloso espejo de agua, con sólo 10 kilómetros cuadrados de superficie y emplazado a más de 4000 msnm. El alto contenido de minerales produce su color blancuzco y en él se reflejan los picos nevados que la rodean, formando una perfecta simetría visual. A un costado de la laguna, un fino hilo de agua la comunica con otro espejo verde esmeralda. El cambio de color parece sobrenatural.
La laguna verde, por momentos turquesa, tiene una superficie de 17 kilómetros cuadrados y su coloración se debe al alto contenido de magnesio de sus aguas. Dependiendo de la época del año, en esta laguna se concentran grandes cantidades de flamencos andinos. El flamenco andino recibe varios nombres: parihuana, parina grande, o chururu (así lo llaman los locales), y llega a medir 1,10 metro. Su coloración es blancuzca con plumaje rosado fuerte, su pico es mayormente negro con detalles amarillos en la punta y sus patas también son amarillas. Entre ambas lagunas, un humilde paraje ofrece desayunos y, lo más importante, permite aprovisionarse de agua para los tres días que durará el viaje. Si bien atravesaremos diversas lagunas, ninguna es de agua dulce y lo inhóspito de la región hace que no haya dónde abastecerse del preciado elemento.
Aquí conocimos a Reinaldo, el cordial guía y chofer (más chofer que guía) que no hablaba una palabra de inglés o, para ser más exactos, prácticamente no hablaba y se limitaba íntegramente a manejar. De vez en cuando emitía algún sonido, el grupo se quedaba en expectante silencio y nombraba algún punto importante del recorrido. Lamentablemente, las empresas que organizan este recorrido en general no cuentan con personal bilingüe para recibir a los turistas que vienen de todo el mundo. De hecho, muchas veces alguno de los pasajeros termina cumpliendo el rol de intérprete.
Los kilómetros pasan y el paisaje se mantiene intacto. De pronto, Reinaldo dice: “Salvador Dalí”. Al principio no queda muy claro a qué se refiere, ni qué puede haber en el horizonte que inspire semejante nombre. Le preguntamos y sólo atina a decir: “Ya lo verán”. Al cabo de unos minutos, Reinaldo frena el camión para que bajemos. Y allí están, a lo lejos, unas enormes piedras que, según cuenta el guía, mucho tiempo atrás un volcán había arrojado y que, con el correr del tiempo y con la ayuda de la erosión, lo que antes habían sido simples piedras devinieron “esculturas surrealistas” y de ahí la referencia al artista catalán.
El viaje continúa y aparece otro coloso cónico. Se trata del volcán activo Ollagüe, que mide 5870 metros de altura. Luego se observan las aguas termales de Chalviri, con una temperatura de 30 grados. Lo inhóspito se apropia del paisaje y por momentos se tiene la sensación de estar inmerso en un decorado de película que recrea lo que quedó de la Tierra luego de una gran catástrofe natural. Es inevitable imaginar qué pasaría si alguno de los volcanes de la zona entrara en erupción.
La marcha sigue y el vehículo se abre paso en el desierto mientras nuestros cuerpos acompañan el zarandeo del camión. La altitud y el continuo movimiento generan un leve mareo, sensación de letargo y por momentos se hace difícil mantener los ojos abiertos. Pero nadie quiere perderse lo que va a venir. Finalmente llegamos al destino del día: la laguna colorada.
NIDO DE LOS ANDES La laguna colorada ocupa una superficie de 60 kilómetros cuadrados, tiene una profundidad promedio de 35 centímetros y la particularidad de tener islas de bórax que semejan trozos de hielo flotando en el agua. Sin dudas, es el más llamativo de todos los espejos de agua visitados debido a su deslumbrante color salmón. La particular coloración es producto de la presencia de sedimentos rojizos y de ciertos pigmentos de algas. Además, el color varía dependiendo del clima y del horario, pasando del rosado suave a un rojo intenso y formando una infinita gama de matices. A pesar del fuerte viento que azota al lugar, parece imposible no contemplar la laguna. Como por un efecto hipnótico, la laguna colorada seduce y atrapa la mirada del visitante y, en la medida en que el intenso vendaval lo permite, se puede explorar la costa y distinguir, bien a lo lejos, pequeños puntos blancos: flamencos. Nos encontramos frente a la única laguna en el mundo donde anidan las tres especies de flamencos, llegando a haber 30 mil ejemplares. Además del flamenco andino antes mencionado, en estas aguas se encuentran el flamenco chileno y el de James. El chileno, conocido también como tocotoco o parina mariguana (y llamado tokoko por los lugareños), es de estatura mediana (1,05 metro) y su coloración es salmón, excepto sus plumas remeras que son negras. Su pico es blanco rosado con la punta negra y sus patas celestes grisáceas.
En cambio, el más pequeño de los flamencos, el flamenco de James (también llamado parina chica o, localmente bautizada, jututu) es muy fácil de distinguir por sus patas rojas y la coloración escarlata en la base del cuello y del dorso. Las patas y el cuello no son tan largos, y el pico se caracteriza por ser más corto, menos curvo, de color amarillo (casi naranja) y con un agudo ápice negro.
EL DESTINO NO SIEMPRE ES LA META El final de la travesía es Uyuni, el salar más alto del mundo. A más de 3600 msnm, esta radiante e infinita masa blanca se encuentra ubicada en el sudoeste de Bolivia y abarca más de 10 mil kilómetros cuadrados (la mitad de la provincia de Tucumán). Hace millones de años, esta extensa superficie era un inmenso mar que, producto de la evolución, terminó convirtiéndose en un gigantesco océano de sal. Para llegar hemos recorrido cientos de kilómetros en arduos caminos y hemos unido exitosamente San Pedro de Atacama, en Chile, con Uyuni, en Bolivia. Y, sin dudas, el salar es un premio a la aventura realizada. Sin embargo, el recuerdo de los espejos de colores persiste y demuestra que el camino recorrido también ha sido la meta.
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