Domingo, 18 de febrero de 2007 | Hoy
BRASIL EL CARNAVAL DE OLINDA
Las estrechas calles del casco colonial de Olinda son el escenario de uno de los carnavales más famosos del nordeste brasileño. Al ritmo de frevos y maracatús, desfilan muñecos gigantes y multitudes espontáneas que conservan las tradiciones de Brasil.
Por Julián Varsavsky
Frustrados por no haber encontrado en Brasil los metales preciosos que los españoles saquearon en el Alto Perú, los portugueses se resignaron a plantar caña de azúcar en el sector que les tocó con el Tratado de Tordesillas. La mayor parte de estas plantaciones se hicieron en el nordeste de Brasil, donde fundaron en 1535 la capitanía de Pernambuco, cuya capital fue Olinda. El sistema esclavista de inmediato dio sus frutos produciendo riquezas, a tal punto que Olinda fue uno de los centros comerciales más importantes de la colonia, compitiendo en lujo y ostentación con la corte portuguesa. Ambiciosos ellos también, los holandeses conquistaron la ciudad, pero al poco tiempo la abandonaron por considerarla difícil de defender. Pero antes la prendieron fuego y crearon a pocos kilómetros la ciudad de Recife, en una zona que rellenaron con tierra, igual que en su país natal.
Tras la expulsión de los holandeses en 1654, Olinda fue reconstruida y comenzó a llenarse de monumentales conventos e iglesias de toda clase de órdenes religiosas: carmelitas, franciscanos, benedicitinos y jesuitas, quienes desarrollaron el refinado arte barroco colonial típico de Brasil. Hoy en día aún sobresalen las torres y coloridas cúpulas de aquellos edificios religiosos combinados con la arquitectura civil de casas coloniales con fachadas contiguas y grandes patios interiores en un contexto de exuberancia tropical.
En este ambiente colonial –que le valió al casco histórico ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco– se desarrolla el tercer carnaval más famoso de Brasil, que para muchos es incluso el mejor.
Cuando se lo compara con los carnavales de Río y Salvador –el primero con su sambódromo y el segundo con sus tríos eléctricos avanzando sobre camiones donde los que pagan, bailan del lado de adentro de una cuerda que los separa de la multitud– se lo considera el carnaval más democrático de Brasil.
Al mismo tiempo el carnaval de Olinda tiene la reputación de conservar las más puras tradiciones nordestinas y pernambucanas, con centenares de agremiaciones carnavaleras desfilando por las laderas de la Ciudad Alta, al ritmo del frevo y el maracatú.
De acuerdo con el calendario apostólico romano, el carnaval se inicia cuarenta días antes de la Pascua. Pero en Olinda los carnavales comienzan mucho antes y se extienden más de una semana después de la fecha oficial. En enero la ciudad ya comienza a entrar en clima y llegan los primeros visitantes de todo el mundo atraídos por las previas de carnaval.
Cada año hay más de 500 agremiaciones registradas para desfilar por las calles. Estas incluyen clubes de frevo, maracatús, caboclinhos, afoxes y sambas. El carnaval de Olinda no sería el que es sin sus famosos muñecos gigantes desfilando por el centro histórico. Con sus rostros alegres y largos brazos, estos muñecos de hasta tres metros animan la fiesta a la cabeza de las comparsas. Son más de un centenar de muñecos creados por Silvio Botelho, un artista plástico inspirado en las tradiciones pernambucanas.
Durante su infancia llena de carencias, Botelho no recibía juguetes de sus padres, así que se las ingeniaba para crearlos él mismo. Algunos de ellos fueron unas celebradas réplicas plásticas de sus vecinos. Ya de adulto, Botelho recibió el encargo de un famoso bloco de carnaval olindense para fabricar el muñeco Menino da Tarde, hijo de otros dos gigantes: Homem da Meia Noite y Mulher do Medio Día. Y a partir de ese momento el artista no paró de producir estos singulares muñecos. Los materiales que utiliza son papel de telgopor, fibra de vidrio, cartón y diversos tejidos. La repercusión de su trabajo le ha valido a Botelho propuestas laborales en el exterior, las cuales ha rechazado bajo el argumento de que “jamás conseguiría abandonar mis raíces; puedo hacer muñecos para afuera, pero no puedo vivir distante de mi tierra natal”, donde se dedica también a enseñar su arte a niños y jóvenes pernambucanos con la finalidad de que esta tradición no se pierda jamás.
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