Visto desde el aire, el archipiélago parece un conglomerado que se descompone en seiscientas islas transparentes, donde no hay agua dulce y casi tampoco vegetación. Muchas de ellas permanecen tan vírgenes como cuando llegaron los conquistadores, y las rodea un aura silenciosa que acentúa la sensación de tranquilidad. Por eso no es extraño que semana a semana aterricen aquí aviones que llegan sin escalas desde las principales metrópolis europeas, trayendo ciudadanos del “primer mundo” desesperados por escaparse del mundo.
El archipiélago de Los Canarreos –cuya isla principal es Cayo Largo del Sur– es la quintaesencia de las playas cubanas, a 40 minutos de vuelo desde La Habana o Varadero. Allí están las arenas más finas y blancas, de esas que se escurren entre los dedos hasta el último grano. Y también las aguas más transparentes. Para completar la postal, en algunos lugares las palmeras se asoman a la orilla rozando el mar.
Cayo Largo es como un gran banco de arena alargado que emerge en el mar, con 25 kilómetros de largo y entre uno y seis kilómetros de ancho. En total hay ocho hoteles de tres y cuatro estrellas cuya arquitectura no sobrepasa los dos pisos, mimetizándose con el paisaje natural. “¡Esto es el paraíso en la tierra!”, dicen todos al poner un pie sobre la arena y salir a caminar 300 metros mar adentro, con el agua tibia e inmóvil hasta las rodillas. Eso sí: para poder nadar hay que irse bien lejos, atravesando los incontables tonos que van del azul al turquesa, variando minuto a minuto según la profundidad y el ángulo del sol.
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