El 25 de enero de 1905, un gerente de área en las minas de piedras preciosas del país de Transvaal –actual Sudáfrica, por entonces colonia británica– realizaba una caminata de inspección cuando detectó un brillo especial en una pared rocosa. En ese mismo instante comenzó a excavar con un cortaplumas y, casi como quien desentierra un tubérculo de la tierra, extrajo un diamante de medio kilo del tamaño de una berenjena. Hasta el día de hoy, este diamante sigue siendo el más grande del mundo, destronando al Kohinoor luego de muchos siglos. Se lo llamó Cullinam y por supuesto fue enviado de inmediato a Inglaterra para enriquecer los tesoros de la corona británica, sin el pago del más mínimo impuesto a su país de origen. Scotland Yard custodió el traslado secreto de la pieza en un barco y su arribo al Palacio de Buckingham. El rey Eduardo VII decidió que la piedra en bruto fuera tallada y cortada, transformándose así en un juego de diamantes conocido como Stars of Africa. El más grande de ellos –el Star of Africa I– tiene el tamaño de un huevo, pesa 103 gramos y está colocado en el cetro del rey de Inglaterra.
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