Domingo, 26 de agosto de 2012 | Hoy
El antropólogo cordobés Axel Nielsen estudia la ritualidad de los pueblos andinos y considera que la dificultad para entender el significado profundo de la Fiesta de la Pachamama deriva del concepto occidental de lo religioso. Los pueblos aborígenes no separan la religión por un lado y la producción agrícola por el otro: ofrendar a la Pachamama es como “abonar” la fertilidad del suelo, un paso previo tan necesario como el riego de los sembrados. Es decir que si una mentalidad separa un proceso situándolo del lado de la economía y el otro del lado de la religión, para la de ellos todo es parte de un mismo concepto. “Si uno les pregunta a los campesinos qué los lleva a practicar sus ritos –plantea Nielsen–, lo común no es recibir respuestas de orden espiritual sino explicaciones muy prácticas: ‘Porque quiero aumentar mi ganado’ o ‘que la chacra me dé bien’. Existe también el temor de que la producción falle si el rito se hace mal y no complace lo que pueden parecer incluso caprichos de la Pachamama.” Por eso agosto es el mes de la Pachamama, el momento previo a abrir la tierra: arar, reparar los canales de agua y sembrar. Por lo tanto hay que pedirle permiso. Se dice que en ese momento la tierra está aún “dormida y hambreada” luego de la sequía del invierno. De allí surge un primer gesto de entrega hacia la Madre Tierra, al comienzo de un ciclo agrícola sujeto a todo tipo de riesgos naturales, como heladas que arruinan la cosecha o un atraso en las lluvias del verano. De manera implícita se pacta un compromiso de reciprocidad con la deidad. El cierre de este ciclo es hoy la Fiesta del Carnaval que, incorporando elementos europeos, retoma costumbres prehispánicas de celebrar con una fiesta de la abundancia el éxito de las cosechas hacia el final de la estación agrícola.
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