La ballena franca austral llega hasta las costas de la Península Valdés para copular y parir. Una hembra adulta mide 17 metros aproximadamente, pesa unas 45 toneladas y puede vivir unos 80 años. Por su parte, un macho adulto mide unos 15 metros, pesa alrededor de 40 toneladas y vive unos 70 años. Un ballenato nace con alrededor de cinco metros, pesa tres toneladas y toma unos 250 litros de leche diaria. Para mamar se acercan a la madre y empujan las hendiduras por donde sale la leche: la ballena entonces hace fuerza con esos músculos y lanza el chorro, que muchas veces se puede ver como una espesa mancha en el agua.
Este cetáceo sólo come en la Antártida, donde se alimenta de krill. No tiene dientes sino “barbas” que filtran el cardumen. Tardan un año en dar a luz, y amamantan a sus crías durante un año más. A pesar de que en los últimos años se registra un alza en la población, continúan en peligro de extinción y viven amenazadas, sobre todo por los balleneros japoneses, que no pusieron freno a la caza indiscriminada. “Al ser un animal tan curioso y amigable, resulta una presa fácil”, explica Ernesto Ricci, el otro capitán de nuestro avistaje, que en esta salida oficia de guía.
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