Domingo, 25 de septiembre de 2005 | Hoy
Antes de atacar un castillo, el invasor solía enviar un mensajero para advertir a sus dueños y así darles oportunidad de rendirse. Aunque a veces esto daba resultado, por lo general los amenazados optaban por resistir. Había tres formas de tomar un castillo. Una consistía en no atacar el castillo sino simplemente ignorarlo y ocupar las tierras de alrededor. Otra era el asalto directo y, la tercera, vencer por hambre a los resistentes.
Durante un asedio se arrojaban piedras constantemente contra las torres y muros del castillo que con suerte apenas eran agrietados. También se utilizaban catapultas para impactar con mayor fuerza los muros más gruesos. El atacante erigía al mismo tiempo torres de madera que sobrepasaban en altura las torres del castillo para que desde allí sus arqueros pudieran disparar hacia el interior. Mientras tanto un equipo de cavadores se dedicaba a hacer túneles por debajo de los muros y las torres para colapsarlas, colocando madera ardiendo en las bases de esas estructuras. Por su parte, los asediados no se quedaban de brazos cruzados esperando el derrumbe. Por el contrario, colocaban grandes recipientes de agua junto a los muros para detectar la vibración de la tierra. Una vez ubicado al enemigo subterráneo, construían sus propios túneles para enfrentarlos en cruentos combates cuerpo a cuerpo en medio de la oscuridad. Pero cuando los atacantes conseguían derribar uno de los muros y resquebrajar la torre principal del castillo, la batalla estaba perdida: los asediados sólo podían rendirse o luchar hasta morir sin esperanza de victoria.
La estrategia de doblegar al enemigo por hambre era un poco más sencilla pero no menos desgastante. El invasor simplemente tenía que acampar y esperar que el castillo se rindiera por falta de provisiones. Esta clase de asedios podía durar entre seis meses y un año. Los invasores solían arrojar animales muertos dentro del castillo para desperdigar enfermedades. Y a veces el lord del castillo respondía tirando animales propios hacia el lado de afuera, como señal de que se contaba con suficientes provisiones para resistir el acecho por muchos meses más.
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