El peyote sagrado
Los huicholes, una de las culturas indígenas mejor preservadas, son grandes peregrinos. Cada año emprenden un viaje a Catorce, el remoto desierto donde se da el Divino Luminoso (el peyote, cactus que contiene mescalina, una sustancia visionaria) y en el que tiene su morada la divinidad Tamatz Kallaumari, el Bisabuelo Cola de Venado.
Esta región es para los huicholes una tierra santa descomunal. El antropólogo y escritor mexicano Fernando Benítez, quien los acompañó en una peregrinación al desierto de Catorce, nos explica que “allí realizaron los dioses sus hazañas creadoras en el tiempo originario y apenas hay roca, manantial, planta, caverna, abismo o cerro que no esté ligado a un tiempo mítico o un ritual complicado”. Es un espacio sagrado en donde para avanzar “...los chamanes abren puertas inexistentes (o más bien, míticas) con sus cetros de plumas de águila”. En el plano del mito, el cactus sagrado es al mismo tiempo peyote, venado y maíz .
El peyote no recibe del exterior su investidura divina, sino que es sagrado en sí mismo: “...al huichol le basta comerlo para sentir que ha comulgado con un dios. El cacto lo aparta de sus convenciones y de sus reglas, al permitirle entrar en contacto con la divinidad, relacionarse con los muertos sin estar muerto y descorrer los velos que ocultan el porvenir. Objeto secundario de curación y poderoso revelador del alma” los huicholes dirigen todo su esfuerzo “a obtener una pureza sin la cual es imposible emprender una ascensión mística, objeto fundamental del chamanismo.”