En el cercano Parque Nacional, el rey es el alerce, un árbol milenario que goza de una protección especial, después de años de tala indiscriminada. Un sendero interpretativo jalonado de miradores hacia los ríos y lagos, bordeado de arrayanes –que aquí toman más la forma de arbusto que los típicos árboles del bosque barilochense–, lleva hasta la zona de mayor concentración de alerces (o lahuán, el nombre aborigen, que significa “abuelo” y alude a la gran cantidad de años de estos árboles). El más imponente de todos, donde aún se advierten las huellas de un intento de corte durante la época de explotación del bosque, tiene miles de años de vida y una altura de decenas de metros, que obliga a levantar la cabeza hasta que la vista se pierde en el cielo. Lo más sorprendente, además de las dimensiones y la antigüedad, es la suavidad de su corteza, que aunque parece rugosa o matizada de espinas, es en realidad de extraordinaria tersura (y una de las formas más fáciles de distinguir con rapidez el alerce de otros árboles cercanos con los que podría confundirse).
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