Mar 27.09.2011

UNIVERSIDAD  › OPINIóN

Las evaluaciones de calidad educativa

› Por Eduardo Aragundi *

En los últimos tiempos han estado en debate, tanto a nivel de especialistas como de la opinión pública, las llamadas evaluaciones de calidad educativa basadas en los aprendizajes estudiantiles. Sumándome al mismo, quiero destacar en principio que dichas evaluaciones de aprendizajes son sólo un indicador de calidad educativa y que como tal exhibe algunos sesgos a la hora de analizar los sistemas educativos de los países. Para una exposición detallada de esos sesgos tomaré como ejemplo la conocida como prueba PISA. Se trata de una evaluación aplicada a estudiantes de 15 años originalmente diseñada para los países de la OCDE y los que aún hoy fijan las pautas de la misma. ¿Por qué PISA evalúa a estudiantes de ese grupo de edad? Sencillamente porque se parte del supuesto de que en los países de la OCDE la gran mayoría de los jóvenes de 15 años están en la educación secundaria, próximos a completar los 10 años de escolaridad obligatoria que rige en los países miembros. Mas ésa no es la situación existente en otros países que participan de la prueba. En América latina, por ejemplo, los niveles de escolarización en educación secundaria son bastante disímiles entre países.

Estas diferencias hacen que países de la región con baja escolarización presenten relativos buenos resultados en la prueba, mientras que otros con mayores niveles de inclusión educativa exhiban resultados menores.

Plantear algunos interrogantes respecto de estas diferencias tal vez deje traslucir los sesgos de la prueba. ¿Qué ocurriría con los resultados de países con baja escolarización si la prueba se aplicara también a los jóvenes que están fuera de la escuela? ¿Vamos a colegir que, a la luz de sus bajos resultados, la calidad educativa de los países de la región con altos niveles de inclusión educativa es menor? ¿Acaso el esfuerzo por la inclusión educativa no es también un indicador de la calidad? ¿Son jóvenes que se “ajustan” a los supuestos de PISA, los que, en los países de la región que exhiben mayores avances en materia de inclusión, han ingresado o re-ingresado con 15 años al sistema educativo, incorporándose a la educación primaria o en cursos de formación laboral o educación no formal?

Finalmente, a este conjunto de interrogantes que se abre frente a las características disímiles de las poblaciones estudiantiles evaluadas por PISA cabe sumar un interrogante crítico respecto del modo en que se presentan los resultados del estudio. ¿No es al menos un tanto insustancial presentar los resultados del estudio bajo la forma de un ranking que ordena a los países según una escala descendente de puntajes obtenidos? ¿No deriva este modo de presentación descontextualizada de los resultados en una “invitación” a un tipo de análisis simplista y casi “futbolero” en términos de posicionamientos de cada país, en el que ni siquiera se tienen en cuenta los márgenes de significación de las diferencias?

Aun con estas consideraciones, cabe aclarar que no estamos en contra de evaluaciones como PISA. Simplemente hacemos señalamientos que de ser considerados podrían incidir en un mejor aprovechamiento de las mismas. Y tenemos la esperanza de que en estos tiempos en que algunos países de Europa atraviesan una crisis económica que seguramente afectará el contexto en que desarrollan su educación, las autoridades de PISA tomen en cuenta estas observaciones provenientes de países que, como el nuestro, quieren sumar su voz también en estas cuestiones, en las que hicimos mucho y bueno en estos últimos años.

* Subsecretario de Planeamiento Educativo, Ministerio de Educación.

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