UNIVERSIDAD › OPINIóN
› Por Ernesto F. Villanueva *
En las postrimerías de la Edad Media se producen oscuros crímenes en un monasterio italiano, cuyo centro es una biblioteca laberíntica bajo la custodia de un anciano llamado Jorge de Burgos, con todas las características de un verdadero inquisidor. Baskerville, el inglés encargado de revelar los crímenes, descubre pronto que el delito se articula alrededor de las letras del alfabeto. Todas las víctimas tienen que ver con el acto de escribir: copistas, intérpretes. No eran poco relevantes los oficios de los asesinados de la famosa obra de Umberto Eco El nombre de la rosa, ya que las universidades eran 48 hacia el 1500, todas europeas, usuarias del acervo bibliotecario.
También era diversa la discusión acerca del rol de las universidades en la sociedad, con tantas interpretaciones como tiene el devenir de las sociedades. Y, si bien constituye una pieza social de Occidente, la difusión de las universidades supone capas de legados distintos.
Hoy, para Eco, estas instituciones deben ser “para una elite” debido a que “el exceso de alumnos entorpece la actividad académica y aboca a las universidades a la crisis”. Sin embargo, no existen referencias que aseguren que la existencia de una universidad destinada a segmentos privilegiados implique calidad. En cambio, son vastas e ideológicamente diversas las referencias que ratifican los efectos positivos que poseen las universidades y el mayor nivel educativo de la población. La ampliación del acceso supone una mezcla amplia de habilidades de los ingresantes y mayores lazos con las estructuras económicas y sociales locales. Esa simbiosis exige esfuerzos de calidad. No hay atajos donde ocultar su falta o su débil pertinencia.
Cierta vez se le preguntó a Arturo Jauretche qué opinaba sobre un proyecto de ley de divorcio en discusión durante el gobierno de Frondizi. Y respondió que el verdadero problema no era el divorcio, sino que los jóvenes argentinos no se podían casar por dificultades económicas y de vivienda. Esto es, América latina tiene interrogantes propios y profundos desafíos y no debemos atribuir a nuestras latitudes procesos que suceden en otros países.
Si bien las tasas brutas de matriculación han crecido, la brecha con los países más desarrollados es marcada. Según el informe de la Unesco 2010, mientras que la tasa bruta de matriculación en América del Norte y Europa asciende al 70 por ciento en promedio, en América latina y el Caribe es del 34. Es vital acortar la brecha, elevar el número de matriculados y crear las condiciones para un mayor acceso, egreso y desempeño profesional.
¿Qué hicieron esos países cuando tuvieron problemas análogos al que hoy enfrentamos? Por ejemplo, en Inglaterra, durante los ‘60, después del “Robbins Report” (1961), se incrementó sustancialmente el subsidio a las universidades, lo que permitió ampliar la cantidad de estudiantes en un 150 por ciento en esa década. También en ese momento, EE.UU. llevó adelante los “Master Plans” que implicaron un fuerte incremento de fondos estatales y que permitieron el incremento de estudiantes de 3,4 millones a principios de los ‘60 a 8 millones en 1970. No hay mucho misterio, pues. Una mayor inversión educativa permite un aumento de la matrícula, con los efectos socioeconómicos consecuentes.
Este trípode “Universidad-Desarrollo local-Acceso” es clave en relación con otros procesos que requieren de una lectura cuidadosa y de políticas activas para no esterilizar el esfuerzo de nuestras naciones. La “fuga de cerebros”, las investigaciones apéndices de necesidades de otras regiones, los rankings con parámetros que no atienden nuestros objetivos, los sistemas de referato que ignoran especificidades regionales y que, en nombre de la universalidad de la ciencia, matan las actitudes creativas y la posibilidad de patentes por parte de nuestros investigadores son todas cuestiones a las que sí debemos hace frente.
Otra diferencia a destacar es que en Europa y América del Norte las transformaciones y el crecimiento de los sistemas de educación superior se suscitaron como parte de un proceso de ensanchamiento del mercado de trabajo que fue mucho más allá de los límites de lo que los gobiernos y las regiones organizadas podían coordinar. Nuestro desafío es imbricar la producción y la universidad, esto es, observar esta relación como un eslabón insoslayable de las redes y cadenas de producción y desarrollo social. Fortalecer los lazos entre las escuelas y la universidad constituye otro desafío, así como elevar la transferencia de recursos tecnológicos, bibliográficos, de diseño curricular, de interpretación de las condicionantes sociales sobre el desarrollo y desempeño educativo. Desde otra arista nos corresponde también mejorar la lectura sobre las transformaciones de los niños y jóvenes, sus condicionantes y potencialidades, en muchas ocasiones no evidentes.
En ocasiones es más fácil refugiarse en transformaciones generales y no adentrarse en las particularidades y desafíos propios. Interpretemos a Eco desde su postura ideológica y circunstancial. Y, dándole una vuelta de tuerca a un texto de Gabriela Massuh de hace ya 28 años, y desde otro prisma, me atrevería a decir que no lo imitemos tampoco a la hora de reconocer nuestras raíces. El título de la novela, El nombre de la rosa, “se me ocurrió por azar –aseguraba Eco–, porque la rosa es un símbolo tan plural que ya dejó de tener significado”. “Los laberintos son símbolos de la literatura universal.” “Todos me preguntan por qué mi Jorge recuerda tanto a Borges y por qué Borges es tan malo. Yo no lo sé.” Sin embargo, el bibliotecario de la novela era español y ciego. Para colmo, recordemos que varias décadas antes de la aparición de la obra de Eco, el enloquecido narrador de “El Zahir” de Borges creía ver detrás de las monedas de veinte centavos las causas del caos del mundo y de su propia locura... que eran “la sombra de la rosa y la rasgadura del velo”.
* Rector organizador de la Universidad
Nacional Arturo Jauretche.
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