UNIVERSIDAD • SUBNOTA › OPINION
› Por Axel Kicillof *
Las causas de la furiosa crisis política desatada en la UBA no se agotan en los oscuros antecedentes del candidato a rector que ha juntado una presunta mayoría de votos. Tampoco en los supuestos “excesos” de una turba estudiantil. Ninguno de estos argumentos, ni mucho menos su combinación bajo la falaz síntesis de “los dos demonios” sirve para explicar la crisis. Sus causas van más allá del ámbito universitario. La universidad no fue ajena a los avatares que atravesó la sociedad argentina durante los últimos 30 años de sistemática desindustrialización y de creciente pauperización del grueso de los trabajadores. Por el contrario, su actual semblante es un fiel reflejo de ese proceso.
En un marco de ajuste fiscal permanente, la UBA fue sometida a la lenta tortura del estrangulamiento presupuestario y sobrevivió de manera darwiniana, adaptándose. Los recursos públicos no llegaban, así que al principio tímidamente, y luego con salvajismo, salió a la caza (y a la pesca) de recursos provenientes de toda fuente imaginable. Los negocios académicos o directamente privados se colaron por cada poro de la universidad. La Facultad de Ciencias Económicas, por caso, abrió una agencia de empleo ofreciendo a sus 60 mil estudiantes para trabajar en negro en empresas o en el Estado, a cambio de una comisión (“pasantías”). Otras facultades se convirtieron en consultoras de todo pelaje, o vendían cursos de idiomas, o alquilaban inmuebles e instalaciones o incluso llegaron al extremo de implantar el arancel a través del cobro de bochazos y trámites. Más adelante apareció el negocio de los posgrados arancelados. El viejo principio de gratuidad había pasado a la historia, llevándose consigo a su compañera, la autonomía.
La consolidación de las famosas “camarillas” responde a este movimiento de mercantilización. La generación de “recursos propios” cada vez más cuantiosos –no sujetos a reglamentación estatutaria– dio lugar a todo tipo de componendas y acuerdos, cuando no a grupos de accionar cuasi mafioso que se disputan las cajas. Y a la vez, produjo una profunda fragmentación entre los docentes: mínimos recursos “limpios” que sólo alcanzan a un grupo pequeño, recursos “negros” que se distribuyen “a dedo”, y, en el otro polo, miles de docentes que dictan cursos gratuitamente o cobrando salarios de hambre. Esta estructura de castas tiene, además, su correlato en el sistema electoral. El estatuto de la UBA les da voto a los docentes concursados; cuando ese estatuto se aprobó, la mayoría lo era, pero hoy sólo un porcentaje mínimo puede votar. Así, en los hechos, tampoco está vigente el espíritu del cogobierno.
Durante los ’90, el menemismo generó al interior de la universidad su contrapartida, el llamado “shuberoffismo”. La oposición al gobierno permitía abroquelar a profesores y estudiantes para defenderse, pero, mientras tanto, se extendía la privatización encubierta de la UBA. Bajo el rectorado de Shuberoff se multiplicaron los negocios privados, los “quioscos” y los “convenios”. Los centros de estudiantes controlados por Franja Morada se convirtieron en “empresas de servicios” con facturaciones millonarias. Con el estallido del gobierno de la Alianza, el radicalismo en retirada debió ocultarse, también en la universidad. Durante el gobierno de Jaim Etcheverry, el rectorado perdió su hegemonía sobre los negocios de las facultades, fue impotente para desarticularlos e incluso denunciarlos. Las camarillas siguieron vivas y los negocios, viento en popa.
La confrontación toma hoy formas tan violentas porque la vieja sociedad de negocios necesita, para imponerse nuevamente, aplastar al movimiento estudiantil y docente organizado, acallando a la oposición. Pero esta oposición existe y entiende que la necesidad de desprivatizar la UBA y devolverle su carácter público, gratuito, cogobernado y crítico, no se resuelve con pequeños retoques de maquillaje. Esta crisis es entonces síntoma de una necesidad, presentida desde hace años y puesta en fatal encrucijada hoy: la transformación de la UBA requiere un cambio de raíz. No olvidemos que en 1918, para reformar los estatutos y disolver las camarillas, hizo falta tomar la asamblea universitaria y arrojar a su rector por la ventana. Esa reforma fue una revolución en la universidad.
* Profesor regular e investigador de Ciencias Económicas (UBA).
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