› Por Diego Fischerman
Para Andrea, Lucila y Federico
Estoy cuidando a Paula, mi hermana. Mamá me pidió que la cuidara hasta que ella volviera. Ahora se durmió.
Llueve desde que estamos acá. Lo sé porque arriba, casi en el techo, hay una ventanita que tiene una visera, como la de los parabrisas de los colectivos y, aunque no se ve nada, el agua golpea todo el tiempo.
A veces la ventanita se tapa con la sombra de alguna paloma o gorrión que anda por el patio.
Tenemos una luz prendida pero no la grande del techo porque mamá me dijo que no la encendiera, sino una medio oscura que está sobre el escritorio de papá.
Acá tenemos algunos juguetes pero no muchos porque en realidad este es el lugar donde papá se reúne a estudiar con sus amigos. Hay un mecano que no me gusta demasiado, un fuerte que no es como el de Juan Rodolfo, que ese es inmenso y tiene de todo, sino bastante más chico y está un poco roto en una de las puntas, un juego del Bucanero que con Paula no me sirve para nada porque ella no sabe jugar, algunos soldaditos de la Segunda Guerra Mundial, vaqueros e indios y aviones Airfix que yo armé y que están acá porque es el lugar más seguro de la casa. Si no, la chica que viene a limpiar puede romperlos y acá abajo no entra, porque acá limpia mamá. Además me traje varias D’Artagnan, con toda la serie de Nippur de Lagash buscando a Teseo, La favorita del Mahdi, de Salgari, que es la continuación de El filtro de los califas, y otro libro que me saqué de la biblioteca de la escuela, El Capitán Tormenta, que el título me pareció bueno pero es medio aburrido.
Este cuarto es el mejor lugar para jugar pero casi nunca podemos venir con mis amigos; a veces a la hora de la siesta vengo para leer o dibujar y estar bien tranquilo y poder hacer ruido sin despertar a mamá, que a veces duerme, porque arriba no se oye nada de lo que pasa aquí. Supongo que es por eso que no me dejan venir con mis amigos. Acá podemos hacer cualquier cosa y nadie se entera. También por los papeles y libros de papá, que si se llegan a manchar o a romper me mata.
Con Paula hay muy pocas cosas a las que puedo jugar. Ella es una caprichosa y además hace cosas que sabe que me dan una rabia bárbara y por eso las hace. Se la pasa con olor a cola y como sabe que eso me da rabia, se toca todo el tiempo y después me persigue para ponerme la mano en la nariz. Además siempre quiere jugar conmigo y llora como una boba para que la deje y mis papás, para no aguantarla más, al final me obligan a que la deje y, cuando al final la dejo, no quiere jugar bien. Dice que no juega si no la dejo ganar y nunca quiere hacer de nazi ni de inglés cuando yo soy Sandokán, ni me deja que la ate y que juegue a torturarla ni que le gane en las peleas. Además no sabe leer y todo el tiempo me pide que le cuente cuentos tontos o que juegue con ella a unos juegos aburridísimos donde no pasa nada. Que llego de visita y decimos una serie de pavadas y me sirve el té y todo eso.
Hoy por suerte tampoco hubo clases y, por un ruido que escuché que venía de la calle, me parece que volvieron a desfilar tanques como el otro día. Pero me los perdí. Son unos tanques todos viejos, son los Sherman que usaban los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Pero igual está buenísimo verlos de cerca y sentir cómo tiembla todo cuando pasan.
Lo mejor de este sótano es que es un lugar secreto y desde la calle ni se sabe que está.
Es como en las películas. Tiene una puerta que es una tapa que está en el techo y hay una escalera para bajar. Hay también una heladera chiquita con cosas para comer si uno tiene hambre, sin tener que subir. Es un escondite súper seguro, por eso mamá nos pidió que nos quedáramos acá hasta que volviera. Acá no puede pasarnos nada y, si entraran ladrones, no nos descubrirían.
Mamá ya hace un buen rato que se fue. Recién nos levantábamos y, no sé por qué, estaba nerviosa. En un momento nos gritó por una pavada y casi nunca nos grita. Además yo me doy cuenta cuando alguien está nervioso, aunque quiera disimularlo. Paula sí que no se da cuenta de nada pero yo, cuando pasa algo distinto, enseguida me doy cuenta. Por ejemplo, cuando papá se fue de viaje la semana pasada, mamá estaba asustada y decía que los viajes, y más si son en avión, siempre la asustan un poco, pero yo me di cuenta de que no era cierto porque cuando fuimos a visitar a los abuelos, los papás de papá, que fuimos en avión, mamá no tenía nada de miedo y nos tranquilizaba diciendo que los aviones son más seguros que los micros. Y la verdad es que viajar en avión es bárbaro. Cuando acelera y a uno se le va la espalda contra el asiento y se ve todo el aeropuerto a toda velocidad a través de la ventanilla, es genial. Yo era muy chico, pero igual me acuerdo bastante. Me acuerdo de muchas cosas de cuando era chico, incluso me acuerdo de cuando me despertaba mamá con la mamadera y del olor de la leche. “La papa”, me decía, alargando la palabra y con un tono como de cantito.
A los otros abuelos no los conocí nunca. Me dijeron que viven muy lejos, pero los otros también y sin embargo una vez fuimos a visitarlos. Además, una vez escuché una conversación de papá y mamá en que hablaban de ellos y creían que yo no entendía porque hablaban en inglés, pero yo igual algo entendí porque de tanto oírlos hablar en inglés cada vez que quieren hablar en secreto, al final hay un montón de cosas que entiendo. Además porque hay palabras que están en los juegos o en los modelos de avioncitos que armo, como fight, que quiere decir pelear, y que se la pasaron diciéndola cuando papá decía your mother and your father. Cualquiera entendería esa pavada.
Una cosa que siempre quiero es darme cuenta exactamente de en qué momento me quedo dormido y nunca puedo. Ahora, hace poco, inventé un cuento que siempre lo cuento igual cuando estoy por dormirme. A la mañana trato de acordarme hasta qué palabra llegué pero hasta ahora lo único que conseguí acordarme es más o menos por qué parte iba. Además, nunca sé si lo que me acuerdo de cuando estaba despierto no lo soñé también. Hay sueños que uno siempre tiene la duda si pasaron en realidad o no. Ahora no me pasa tanto, pero cuando era más chico había cosas que sabía que no podían haber ocurrido y que tenían que ser un sueño y, sin embargo, estaba convencido de que habían pasado. La otra cosa que me gustaría descubrir es qué cara le ven a uno los demás, porque por ahí es como con la voz, que la que uno se escucha no tiene nada que ver, por ejemplo, con la que sale en los grabadores. Cuando uno se mira al espejo, aunque no quiera, pone cara de mirarse al espejo, pone cara de mirarse a uno que, seguro, no es la cara que tiene siempre. A veces, por ejemplo cuando me asusto con algún ruido o cuando estoy llorando por alguna cosa, corro hasta el espejo del baño para verme la cara, pero nunca estoy seguro de que la cara no me cambia; en realidad, seguro que cambia. Lo otro que es imposible es mirarse mover los ojos, porque cuando uno los mueve ya no se puede mirar de frente.
Igual en los demás es más fácil darse cuenta, porque uno está acostumbrado a verlos. Por eso me di cuenta de que cuando mamá se fue, tenía miedo. Cuando llegue le voy a preguntar por qué y por ahí me cuenta. Muchas veces me cuenta cosas y me habla como si yo fuera otro grande y charlamos de cosas serias. Cuando papá no está, nos peleamos con mi hermana para ver quién se acuesta con mamá y la verdad yo no sé para qué quiere ella ir a su cama, si no puede charlar casi de nada. Ahora hicimos turnos, una noche cada uno, pero ella siempre inventa algo para no respetarlos y al final mamá le lleva el apunte. Que está asustada, que extraña a papá, cualquier cosa. Para peor, una de las últimas noches que dormí con mamá, me hice pis encima, que desde que era muy chico que no me pasaba, y me morí de vergüenza. Supongo que soñé que iba al baño o algo así, pero eso no me pasa nunca. Igual mamá no se enojó para nada. En vez de retarme se puso a hacerme mimos y no sé por qué, eso me puso peor.
Hoy, cuando se fue, después de hablar con una amiga por teléfono, nos dijo que no nos llevaba por la lluvia y que tenía que ir a buscar algo urgente, que se había olvidado antes de hacerlo y que nos quedáramos acá abajo y que no encendiéramos la luz grande. Ella no entiende que yo ya sé que no le tengo que abrir a desconocidos, así que igual nos dijo que viniéramos acá para estar seguros mientras no estaba.
Paula se quedó dormida pero en cualquier momento se va a despertar y ahí no sé qué voy a hacer porque es capaz de ponerse a llorar y a gritar como una loca y no entender que nos tenemos que quedar acá. Un rato la voy a entretener dándole algo de la heladera. En la heladera quedan dos paquetes de salchichas, porque uno ya me lo comí. Frías son riquísimas y lo otro que hay es yogures La Vascongada, de esos de frasco de vidrio, que son los mejores.
Como mamá todavía no llega, yo también empiezo a ponerme un poco nervioso. No sé por qué, siempre se me ocurren cosas de accidentes, como una vez, cuando vivíamos en un departamento, en el que estuvimos muy poco tiempo, en que papá y mamá se fueron al cine y nosotros nos quedamos con una vecina y yo no podía dormirme y cada ascensor que oía pensaba que iba a parar en nuestro piso y al mismo tiempo estaba seguro que no, que iba a parar en otro, y, si por casualidad paraba en nuestro piso, como después no oía ningún ruido, me asustaba y pensaba que eran ladrones que sabían que papá y mamá no estaban. Lo peor es que al final me quedé dormido porque, cuando al final llegaron, no me di cuenta y recién a la mañana, cuando me despertaron, los vi.
En realidad yo también estoy aburrido de estar acá; ahora porque llueve y entonces al final es lo mismo, salvo que me pierdo Daktari, pero si hiciera lindo día estaría con una rabia bárbara. Y para peor, aguantar a Paula que se va a poner hincha.
Yo la quiero mucho a Paula, pero la verdad es que a veces preferiría que no estuviera. Dicen que cuando nació yo me puse muy flaco y no quería comer y me tuvieron que dar un remedio y que era porque yo estaba muy celoso. Pero yo no estaba celoso, nada más que era una hincha. Todavía más que ahora, porque lloraba todo el día y en la casa el único olor que había era a caca y a vómito.
Ahora está sonando el teléfono y por ahí es Juan Rodolfo para invitarme a jugar, pero no lo puedo atender y además igual no podría ir por la lluvia y porque nos tenemos que quedar acá esperando a mamá.
Por ahí es papá que llama, pero no creo porque mamá avisó que desde el lugar adonde iba era muy difícil que pudiera comunicarse, pero que le había escrito una carta que no me la podía mostrar porque decía cosas de grandes, en la que le decía que estaba muy bien y nos mandaba saludos y besos. Lo raro es que cuando le pedí el sobre para guardar la estampilla, me dijo que no se había dado cuenta y lo había tirado. Hasta ahora, no se había olvidado nunca de que me los tiene que dar para que yo les saque las estampillas con vapor.
Mamá por ahí tarda porque está esperando que pare de llover. Seguro que con el apuro salió sin paraguas porque justo cuando salía tocaron el timbre. Lo que me pone nervioso es el teléfono, porque si vuelve a sonar, por ahí es algo importante y yo no podría atender porque mamá, antes de irse y de hablar con esos señores que llamaban a la puerta y con los que se fue, hizo como siempre que queremos que el escondite sea perfecto y corrió la cómoda encima de la tapa del techo para que nadie pudiera descubrirnos.
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