Vie 03.01.2014

VERANO12

El eterno retorno de un relato

› Por Cristina Feijóo

El cuento por su autor

“El eterno retorno de un relato” es una nueva versión de “Historia de una historia”, que fue publicado en mi primer libro, En celdas diferentes. Es cercanamente autobiográfico; narra el reencuentro en Estocolmo entre la gorda Delia y la narradora. A “la Delia de verdad” yo la había conocido a los diecisiete años; ella tendría unos veinte y su hermano, el flaco Eduardo, dieciséis. Durante unos años los tres fuimos inseparables amigos y compañeros de militancia. Solíamos juntarnos en las terrazas o en las plazas de Sáenz Peña a discutir libros de Arlt, Macedonio, Cortázar y de los escritores del boom comprometidos con la realidad latinoamericana, con la misma pasión y avidez con que discutíamos los documentos de nuestro partido. Juntábamos monedas y hacíamos una vaca para comprar licores baratos y cigarrillos sin filtro. A la gorda dejé de verla un poco antes de caer yo presa por primera vez, en 1971. En el ínterin ella, que era buscada por la policía, se fugó a Chile y militó en el MIR; después del golpe chileno emigró a Colombia y se integró a las FARC, y terminó exiliada en Dinamarca. Yo volví a la cárcel en 1976 y salí al exilio sueco en 1979. Por el flaco Eduardo, con quien mantuve todo el contacto que por períodos se podía tener, supe que la gorda estaba en Copenhague. Le escribí, me contestó de inmediato y en Navidad viajó a Estocolmo. Fue cuando le di el relato que había escrito en la cárcel sobre nuestras andanzas juveniles. Después, durante unos meses, nos escribíamos y respondíamos a vuelta de correo. Ella esperaba la llegada de su hermano, que venía escapando desde Brasil. Nunca llegaron a encontrarse. El relato se perdió en Copenhague –y nada menos que por obra del fuego–, y reapareció en Buenos Aires en su versión original y ahora hace este retorno con algunas modificaciones que, me doy cuenta, le introdujeron los veinte años transcurridos desde su primera publicación.

Desde que conocí a la gorda sentí por ella una gran admiración. Era sólida, independiente, misteriosa; parecía querer ir al fondo de una transformación que estaba más allá del horizonte del cambio social. En cierto modo ocupó, sin que yo fuera consciente de ello, un papel de guía espiritual que a la vuelta de los años comprendí. Le concedí esa condición en la novela que acabo de terminar en estos días; en ella transcribo, sin quitar ni poner una coma, cartas de la gorda desde Copenhague, de esas cartas que se escribían antes, cargadas de ideas y de sentido.

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