› Por Jorge Accame
En la provincia de Jujuy sorprende el paisaje, pero sobre todo sorprenden las palabras. Una manera de hablar distintiva. No me refiero sólo a lo que comúnmente llamamos tonada, ni siquiera al vocabulario, sino a las historias y a sus personajes. ¿Cuándo y dónde se forjan esos relatos de nadie y de todos, para empezar a correr como un curso de agua que va tomando su forma a través de los años? Laten en cada corazón y en cada boca.
Hice mi primer viaje a Jujuy como mochilero, conocí la Quebrada, comidas regionales, gente amable, podría decir que fue apenas turístico. En el segundo, vine a buscar una casa para alquilar. Y en el tercero escuché sus palabras: historias de aparecidos, duendes, familiares y Salamancas; de violencia o atropellos, como la del hombre que imprimía su marca de ganado en los cuerpos de los peones y de las empleadas; de episodios legendarios; de casos humorísticos.
En el diario donde al principio trabajé como corrector de pruebas de página, en las escuelas en las que di clases, en una charla casual por la calle, en reuniones, en bares, estas historias simplemente aparecían, conformando un entramado, un tejido –un texto–, que sostenía la realidad por la que transitábamos.
“Diario de un explorador” narra un encuentro entre dos lenguajes distintos. Un encuentro o desencuentro, que acaso nos sucede, en estas tierras, sin cesar.
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