El cuento por su autor

Si hay un género literario en el que me siento incómodo es la ciencia ficción. Me cuesta horrores imaginar un mundo futuro. Todo empeora si tengo que pensar en un universo lleno de extraterrestres. Es cierto que la ciencia ficción es mucho más que eso (nada más actual que los relatos de Philip K. Dick), pero tal vez porque nunca fui un gran lector de esas historias, ni me interesan las películas o las series que responden a la sci-fi, prefiero mantenerme alejado del futuro, literariamente hablando.

Por eso, cuando la Conabip (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares) me invitó a participar de un libro cuyo tema era “el tercer centenario del primer gobierno patrio” pensé en negarme. ¿Cómo puedo imaginar cómo va a ser el 2110 si ni siquiera puedo sospechar lo que puede ocurrir en los próximos diez años? Pero como tengo el sí fácil, acepté la invitación.

Tenía claro que si escribía un relato que transcurría dentro de un siglo no podía abusar de las referencias tecnológicas y que debía concentrarme en aquello que permanecía invariable a lo largo de la historia: el amor, el deseo, la incomprensión, el rechazo que despiertan aquellos que escapan de las normas establecidas. Así que decidí hacer una actualización de la eterna historia de amor contrariado de dos adolescentes.

El hecho de que los subtes que aparecen en este cuento sean un medio de transporte extendido en la ciudad, rápido y que funciona eficientemente, es tal vez mi único aporte serio al género de la ciencia ficción.